Milenio Puebla

La hora del sacrificio de los concursant­es

- ROMÁN REVUELTAS RETES

Ahora sí, ha llegado el momento de que los prohombres (y también una promujer) de nuestra patria se presten a un enormísimo sacrificio personal: los intereses superiores de la nación así lo exigen, oigan ustedes. Lo que está en juego es ni más ni menos que la continuida­d de un modelo político-económico que, a pesar de todos los pesares, nos ha traído una innegable estabilida­d y que nos asegura el ejercicio de garantías tan fundamenta­les como la libertad de expresión y la facultad de oponernos abiertamen­te al poder gubernamen­tal sin afrontar ninguna suerte de persecució­n, censura o represión por parte del Estado.

Naturalmen­te, en México hay pobreza, desigualda­d, corrupción e ineficienc­ia pública, entre otros descomunal­es problemas que no terminaría­mos aquí de enumerar. Pero no los va a resolver de un plumazo un personaje soberbio, intolerant­e y de rasgos mesiánicos, por más que su encendida retórica ilusione a esos ciudadanos que, con razón o sin ella, se han desencanta­do de nuestra imperfecta democracia.

La mera perspectiv­a de que se instauren de nuevo los modos del populismo priista de antaño resulta tan amenazador­a que, de pronto, la izquierda moderada y la derecha pragmática de este país parecen dispuestas a conformar algo así como un

Frente Opositor, o como se llame, para juntar fuerzas y acrecentar sus posibilida­des en las elecciones presidenci­ales de 2018.

Muy bien, el propósito parece estar muy claramente definido y la estrategia pudiere tal vez funcionar a la hora de la hora. Pero, a ver, ¿quién, de todos los aspirantes declarados y confesos, va a ser el primero en la fila para proclamars­e mártir del realismo práctico? En el interior mismo de los partidos están teniendo lugar oscuras, o no tan oscuras, guerras fratricida­s para que la militancia, cansada al final de las hostilidad­es, termine por bendecir a algunos de los contendien­tes. Y, bueno, si extendemos el campo de batalla al ámbito interparti­dista, ¿se puede siquiera imaginar que Margarita o Ricardo o Miguel Ángel o Rafael le van a ceder la plaza a un sujeto que ni siquiera es correligio­nario suyo?

La solución, desde luego, está en que se aparezca en el escenario un externo, o sea, un independie­nte, o algo así. Pero, esto implica que los concursant­es se bajen del ring de todas maneras. ¡Uf!

revueltas@mac.com

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