LOS MIÉRCOLES DE CADA 15 DÍAS
Desde hoy lea Casos y causas, columna de Olga Sánchez Cordero
Llegué a la Corte con un país y, después de casi 21 años, me retiré con un México que tiene otro rostro. La Corte en todos estos años se mantuvo autónoma e independiente frente a los otros poderes públicos, tanto constituidos como autónomos; no podía ser de otra manera, porque el propósito del constituyente del 94 era fortalecer a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como Tribunal Constitucional y que fuera el único árbitro capaz de defender la Constitución, condición necesaria en un Estado democrático, constitucional, social y de derecho.
Un Tribunal Constitucional firme en sus decisiones —sólido y con credibilidad social— solamente se puede sostener si sus miembros se separan totalmente de los otros poderes públicos. Además, el Máximo Tribunal debe integrarse con ministros y ministras con criterios jurídicos e interpretaciones constitucionales distintas, conservadoras y liberales, visiones de izquierda y de derecha (aunque estos últimos conceptos se encuentran ya en crisis), porque en un órgano colegiado es sano que existan puntos de vista diversos, como diversa es la sociedad a la que sirven; visiones que sean respetadas por sus pares para construir resoluciones mayoritarias, con votos de minoría o particulares, que necesariamente impactarán tanto al Estado mismo como a la población.
Hubo en estas dos décadas aspectos positivos, como el paulatino y nutrido desarrollo jurisprudencial de vanguardia a favor de la efectividad del ejercicio de los derechos humanos, que incluso le trajo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación el Premio por Servicios Eminentes en Derechos Humanos otorgado por la Organización de las Naciones Unidas (primero en su género a una institución pública en el mundo), no tengo duda que se tomó en cuenta la trayectoria y rumbo marcado por nuestro alto tribunal, en estas últimas décadas.
Viví el movimiento del 68 en busca de los derechos de libertad y los encontré en su cuidadosa y, por momentos, lenta construcción en el Más Alto Tribunal de la Nación, con la oportunidad que me dio la vida de servir a mi país formando parte de éste; y para constancia se encuentran las sentencias que en estas dos décadas se emitieron, algunas de ellas cuestionadas por actores políticos, pero como jueza constitucional nunca me enganché en alguna crítica, siempre seguí adelante con honradez, compromiso, serenidad y tolerancia. Estoy consciente de que también hay muchos pendientes que quedan en el tintero.
Me auto adscribo como de izquierda y liberal. Me preocupa que todavía no veo que se asome una sociedad más igualitaria, con mejor distribución del ingreso; sensible y respetuosa con los derechos de las personas con discapacidad y adultos mayores; que admire la diversidad cultural y la enorme riqueza de los usos y costumbres indígenas; y si bien hay algunos avances para que exista un igualdad real entre el hombre y la mujer, en el reconocimiento de los derechos de los niños, niñas y adolescentes, así como significativos progresos en el empoderamiento de las mujeres a través del respeto al principio de igualdad y no discriminación, hay mucho todavía por hacer.
El respeto irrestricto de los derechos humanos, el acatamiento al estado de derecho, contar con una sociedad civil fortalecida y cada vez más conocedora y activa en el ejercicio de sus derechos humanos, así como la transparencia y rendición de cuentas de los actos de todas las autoridades, son aspectos necesarios no solamente para la paz social que todos anhelamos, sino para alcanzar una sociedad sin tantos contrastes.
Ya como Constituyente (designada a ese honroso cargo por el jefe de Gobierno) en la primera Constitución de Ciudad de México, me di cuenta de lo importante de tender puentes y ser interlocutor para construir. Fue con la fracción parlamentaria de Morena con quien me sentí más empática e identificada. De ahí que no entiendo que haya sido una sorpresa, para aquellos que me conocen, que haya firmado el Acuerdo de Unidad Nacional.
Estoy y he estado convencida de lo necesario de un cambio para nuestro país, y aunque venimos hablando de cambio desde hace ya algunos años, pocas veces nos preguntamos con profundidad sobre las cuestiones que tienen que ver con este: ¿qué lo provoca?, ¿qué lo impulsa?, ¿qué lo sostiene?, ¿qué rumbo lleva?, ¿cuándo termina? Porque en el cambio, así entendido, el elemento fundamental lo constituye el motor, por cuyo contacto se genera el movimiento.
Siempre he considerado que el motor del cambio está en todos nosotros, en todos los actores de la vida social: en los poderes públicos y privados, en la sociedad civil, pero principalmente en la ciudadanía.
El movimiento de Morena dirigido por Andrés Manuel representa para mí el verdadero cambio.
Por eso no hay sorpresas, siempre he actuado así.