Tres pasos para ser un infeliz empoderado
T rabajé durante 16 años en una universidad rankeada como una de las más importantes del mundo. Durante este tiempo, escalé diversas posiciones, desde ser instructor por hora que cobraba por destajo hasta fungir como Director de dos departamentos. En mi estancia, pude constatar la presencia de líderes académicos. De Teófilo, aprendí las estrategias para consolidar el capital intelectual y, de paso, me ayudó a comprender porque tantos dependen de su capital relacional y/o corporal para avanzar. De Carolina, una mujer aguda y hermosa, aprendí la necesidad de formar pedagógicamente al profesor y para ello, concretamos un ambicioso programa de becas de posgrado que cambio la vida de cientos de educadores. De Juan José, aprendí la fineza de los detalles administrativos y el valor del agradecimiento. Ninguno de estos tres genuinos líderes, continúa desbordando su talento en la institución. Lo bueno dura poco y por desgracia, los liderazgos también obedecen a las leyes del mercado. Más bien del supermercado, ahora atiborrado de “head coaches”.
Ningún espacio universitario, organizacional o sociopolítico está exento de la idea del “líder”, expresión que se ha polveado tanto, hasta el punto de convertirla en un anacronismo trillado (Wandemberg, 2017). Hoy, da igual utilizar como ejemplos de liderazgo al Chapo Guzmán, Enrique Peña Nieto, Nelson Mandela o Sun Tzú. De la literatura sobre liderazgo, mejor ni hablamos; narrativa de forma, nunca de fondo. El deseo de reconocimiento que Hegel puso en el centro de su filosofía representa bien este deseo de ser adoptado como ídolo por los seguidores; rasgo característico del animal mimético que todos somos. Basta abrir los ojos y percatarse de la psicopatía directiva, liderazgos indiferentes, sexistas, inoperantes, náufragos, discriminatorios, corruptos y sin juicio ético-moral. Yo, atónito, prefiero suponer que quizás una de las mejores maneras de explicar el liderazgo podría ser citando a Antoine de Saint Exupéry (2000), quien dice: “Si quieres construir un barco, no reúnas a personas para recoger madera y asignar tareas, más bien ayúdales a desear la inmensidad del mar.”
Se pregona que faltan líderes. Entonces empecemos con líderes empresariales. En este sentido, como ejemplo suelo decir que Don Eugenio Garza Sada era un “Che Guevara”, en comparación con la actual élite empresarial. Sigamos, con la formación de líderes políticos sin delirios cleptocráticos. Faltan también líderes sociales que ejerzan gobernanza y participación plural y líderes intelectuales que inviten a la reflexión, la disidencia y al cuestionamiento. Y por supuesto, mujeres líderes, mismas que han sido víctimas de discriminación por ser indígenas, por ser mujeres o por ser pobres. Con amor para la “líder” que me formó; mi abuela, mi madre.