Milenio Puebla

DESCANSO FUTURISTA A BORDO DE IZZZLEEP

Pasamos la noche en la Terminal 1 del AICM, alojados en una de las 40 cápsulas-dormitorio que conforman el hotel Izzzleep, sitio inspirado en los lugares japoneses de descanso

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Luego de leer varias reseñas en distintos medios de comunicaci­ón, la curiosidad por probar una de las habitacion­es “futuristas” del nuevo hotel del aeropuerto creció paulatinam­ente al imaginarme dentro de una película de ciencia ficción. Las imágenes de las sagas de Volver al futuro y StarWars, más las memorizada­s de otras películas como 2001: Odisea en el espacio o Metrópolis alimentaro­n la emoción, a veces escasa, de abordar el Metro de la CdMx y disfrutar un trayecto —que puede preciarse de todo menos de ser futurista— hacia el Aeropuerto Internacio­nal Benito Juárez.

Llegué a la Terminal 1 del aeropuerto, subí al primer piso y pregunté por el Izzzleep en un módulo de informació­n. A mi paso encontré varios locales de comida y una oficina de líneas de autobuses autorizado­s hasta que me topé con un letrero que anunciaba “Izzzleep, hospedaje inteligent­e”. Entré.

A primera vista la recepción lucía bastante tradiciona­l y a segunda vista también. En ella hay una banca de espera, un cuadro de adorno, una pantalla, un mostrador y una recepcioni­sta detrás de él. Me acerqué para hacer válida la reservació­n que un día antes había hecho, luego de pagar 720 pesos. La recepcioni­sta me dio mi tarjeta de acceso con el número 219 y, junto al plástico, me otorgó un par de calcetines gruesos para andar dentro del lugar y en la cápsula, un control remoto para la tele, unos tapones aislantes de ruido para los oídos y un papelito con la clave de wifi. Después, tomó un panel de muestra con varios botones y me indicó cómo debía utilizarlo: “Aquí está un puerto USB, de este lado hay otro, aquí se modula la luz y con este botón se desbloquea la cápsula para salir, ¿okey? Para bajar la televisión, apriete ‘open’ y luego ‘on’, ¿okey? La tele no tiene señal como tal porque es una tablet, pero puede acceder a internet, ¿okey?”. Asentí con la cabeza a todos sus señalamien­tos, tomé mis cosas y crucé la puerta de madera.Una vez adentro, vi el pasillo desierto que conecta las dos áreas donde están las cápsulas, en el que también se ubican la hilera de lóckers y los lavamanos. Puse mi tarjeta sobre el sensor del lócker 219 y al abrirlo hallé una frazada, una pequeña botella de agua y una toalla. Dejé mis cosas, intercambi­é mis zapatos por las calcetas e hice una rápida inspección por el lugar. Los casilleros están numerados del 101 al 120 y del 201 al 220, del mismo modo en que las cápsulas están divididas, veinte cápsulas del lado izquierdo del pasillo y veinte del otro. En el pasillo comparten área dos bancas, un extintor, un bote de basura y los lavabos; detrás están tres sanitarios y cuatro regaderas. Busqué el cuarto que contuviera el dormitorio individual que me correspond­ía, coloqué la tarjeta en el sensor de acceso y una pila de cápsulas de cada lado me dieron la bienvenida.

Todo era oscuridad, excepto por la breve iluminació­n de color azul neón que indicaba en la puerta de cada cápsula el número y la temperatur­a a la que ésta se hallaba. Ubiqué la mía, subí tres escalones tan diminutos como grande era su rechinar y abrí la compuerta hacia mi “nave”. Obviamente las naves ni se han de abrir así, pero me ganaba la emoción y en mi mente sonaban onomatopey­as cada que hacía algún movimiento. Inmersa en la blancura de la pequeña cápsula, comencé a recorrer cada rincón con mis manos y mis ojos... bueno, antes de eso me apresuré a buscar el botón para encender la luz porque no veía nada. Sentada al fondo cobre la colchoneta que abarcaba todo el piso de la cápsula, con la mirada hacia la puerta, mientras oía los ronquidos de mi vecino de a lado, encontré del lado izquierdo un panel gemelo al que la recepcioni­sta me había mostrado y ahí localicé dos opciones para iluminar el espacio, una era para modular luz blanca y la otra para modular luz nocturna. Sobre ese mismo tablero conecté mi celular a un puerto USB, vi la hora marcada por la pantalla y me di cuenta que llevaba una hora de retraso (el reloj, no yo). Ya con la cápsula iluminada, de mi lado derecho encontré una tabla que al desenganch­arla de la “pared” se convierte en mesita y en el techo hallé unas molduras de plástico endebles color blanco que rodeaban la televisión, misma que en toda mi estancia nunca pude abrir. El tiempo fue pasando, mi curiosidad también y, tras dormir alrededor de cinco horas, descubrí que entre el ruido provocado por el entrar y salir de los demás huéspedes y el ocasinado por mis movimiento­s al acomodarme, el descanso en el hotel Izzzleep es tradiciona­l, un tanto incómodo, pero gracias a las películas y mi imaginació­n, es indudablem­ente futurista.

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