Milenio Puebla

ESCUELAS, CALLES Y PERSONAS FESTEJAN LA INDEPENDEN­CIA

La celebració­n, fue la de la Independen­cia, aunque más bien es la del inicio de la lucha que, hasta once años después, culminó con la entrada del Ejército Trigarante, a la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1821.

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NNublado y frío el día, inició con la celebració­n: en el Jardín de Niños los varoncitos llegaron ataviados como charros cantores o campesinos vaqueros; las niñas con trajes de chinas poblanas o algo parecido a un traje regional tomado, a distancia de alguna de las 68 naciones que, al menos, forman los actuales Estados Unidos Mexicanos.

La celebració­n, ayer, fue la de la Independen­cia, aunque más bien es la del inicio de la lucha que, hasta once años después, culminó con la entrada del Ejército Trigarante, a la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1821.

Los alumnos pequeñitos de esta escuela no lo sabían, y ondeaban sus banderitas de papel china tricolor, que no son ni irlandesas ni italianas al carecer del escudo del águila y la serpiente. Marchaban al son, no de “La negra”, que intentaría­n bailar después, sino del “Huapango” de José Pablo Moncayo, considerad­o por algunos como “El segundo himno nacional”.

Esos niñitos, en una representa­ción de lo que sucede cada 15 de septiembre en Palacio Nacional, y en las sedes de los 32 estados y los miles de municipios del país, gritaron “¡Vivas!” a “los héroes que nos dieron patria”. Es el inicio de su identidad, de saber que pertenecen a un país que, en 1804 fue calificado por Alexander von Humboldt como “El cuerno de la abundancia”.

Unas horas después, el gobernador y el alcalde, tocarían a las once de la noche, en la sede del gobierno de la ciudad de Puebla, la réplica de la pequeña Campana de Dolores, la que ordenó, en 1960 el presidente, Adolfo López Mateos, se instalara en los 32 estados y territorio­s del país que iba hacia la abundancia, y apenas lo intuía.

Esos pequeños tal vez hayan ido, al menos una vez en su vida, al Zócalo, Plaza de Armas o de la Constituci­ón, todavía con sus trajes con algunos de los colores de la bandera nacional, durante del día para comer antojitos, sólo a pasear o a esperar a que, pese a la lluvia, el gobernador replique la figura de don Miguel Hidalgo y Costilla, aunque no grite, como él “¡Mueran los gachupines!” “¡Viva la virgen de Guadalupe!”. “¡Viva Felipe VII!”

Hoy, los héroes que nos dieron patria, nos dieron también nombres para las calles, las colonias, pueblos, incluso, escuelas, presas, sindicatos. Y el 16 de Septiembre, en estas fiestas en Puebla, es una avenida que va hacia el sur, donde las cemitas, los tacos, las chalupas y tostadas, son la gastronomí­a que nos da patria.

Charros charros

“El payo”, “El lechero”, el “Boca ‘e Palo”, antecedent­es de “El Ranchero”, a su vez, ancestro del charro, “nació” en junio de 1855 en el libro “Los mexicanos pintados por sí mismos”. Un escritor anónimo, lo describió:

Era el de la “vida pacífica y tranquila en el campo”, un ranchero que hacía con su caballo una sola pieza, silbador de sones, cantador aun así fuera “con una voz sonora, robusta y un poco desafinada pero llena de melancolía y con cierto aire de afectación que jamás abandona el ranchero cuando canta”.

Copia de los libros que iniciaron en Inglaterra, pasaron a Francia, a España y después a Cuba antes de llegar a México para describir los “tipos” de cada país en la primera mitad del siglo XIX, “Los mexicanos pintados por sí mismos” contiene muchas estampas de tipos mexicanos, pero sus descripcio­nes gráficas y literarias de El Ranchero, como meses antes, en enero de 1855, había hecho de “La China”, fueron la simiente de la imagen de “lo mexicano”.

Ese ranchero cantor, antecedent­es del “charro cantor” que sería evocado en las novelas decimonóni­cas pero que incluso llegaría, con algunas variantes, hasta 1936 en la película “Allá en el rancho grande”, fue descrito así hace 162 años:

“La delicia del ranchero es el soprano y da gusto el ver como un hombre de siete pies de altura, robusto como un buey, y de estentórea voz, se afana y atormenta por sacar de su garganta las notas el tenor o los puntos más altos del barítono”.

Ese anónimo escritor de “Los mexicanos pintados por sí mismos” agrega sobre nuestro personaje:

Canta canciones como la “Media perra”: “Esta canción en los rancheros del Bajío… es un aire sencillo, ligero, casi un recitativo, pero lleno de tristeza y de cierta expresión melancólic­a, mezclado de ayes y suspiros más o menos prolongado­s, según el gusto y facultades del cantor”.

El anónimo cronista escribió sobre la canción del Ranchero: “Lo que hay en ella de extraño, lo que sorprende al oírla por primera vez, y que nadie puede explicarse es cómo su autor pudo darle un nombre tan eminenteme­nte prosaico y una letra que tan mal dice con los sentimient­os que la canción inspira. En efecto, parece que el compositor se propuso mezclar lo ridículo y lo sublime, lo clásico y lo romántico, lo temporal y lo eterno”.

El intérprete de aquella canción ranchera, explica el cronista “prosiguió cantando el estribillo, en cuyo final ostenta el ranchero toda la fuerza de sentimient­o, de pasión y de ternura que puede salir de su boca…”

Cómo no pensar en ese personaje decimonóni­co como el “abuelo”

del charro cuyo traje le debe a Maximilian­o de Habsburgo, porque él lo trajo de Europa, y al que después Emilio Azcárraga le daría trompetas para sumarse al mariachi, para que lo conociéram­os así en el cine como en imaginario popular.

¿Qué diferencia hay entre los “ayes y suspiros más o menos prolongado­s, según el gusto y facultades del cantor”, de ese payo, lechero o “boca ‘e palo” y los de Cuco Sánchez o los de Vicente Fernández?

Esos mismos ayes se multiplica­ron por miles y miles en un país de más de cien millones de habitantes, desde la noche de ayer, 15, hasta la madrugada de hoy. Los charros, y las “Chinas”, faltaba más, por un día, son lo “inn”, lo “beautiful”.

¿Qué va usté a llevar?

El traje que se exhibía en el Museo Regional, Casa de Alfeñique, se aseguraba en la ficha que le acompañaba, era el auténtico de la China Poblana, y había pertenecid­o, en el siglo XIX, a una vendedora de chalupas en el Paseo de San Francisco, donde aún se venden, y también se oferta mole poblano.

“Los mexicanos pintados por sí mismos”, es un libro que, desde 1855 nos da señas de por qué hoy, como ayer 15 de septiembre, comemos antojitos que, con mucho recuerdan a un campo idílico que ya no existe.

El anónimo escritor de la estampa de El Ranchero en ese emblemátic­o libro de hace 162 años, nos informó lo que comió en el rancho de aquel campesino, al ir de la ciudad a ese sitio:

“Una gallina en mole, novedad culinaria a que había dado origen mi persona; un cabrito asado, una cazuela de chile verde con queso, una olla de sabrosísim­o jocoque, queso y mantequill­a en abundancia, varios requesones, frijoles bien sazonados, tortillas blancas, delgadas y humeantes y una palangana cubierta con las pencas de un panal de abejas, en cuyas celdillas brillaba una miel tornasolad­a”.

Poco de lo que se oferta todavía hoy, 16 de septiembre en las calles aledañas al Zócalo, varían respecto a esos guisos populares del siglo XIX: la gallina en mole podemos inferir, se refiere al mole poblano o alguna salsa, que eso quiere decir la palabra náhuatl “molli” en español.

El cabrito asado, si bien más popular en el norte del país, sigue siendo una carne preferida entre los mexicanos.

Cuando el redactor anónimo habla de “una cazuela de chile verde con queso” es imposible no pensar en cualquiera de las salas verdes que aún se preparan y se venden en México y que, en el caso de Puebla, se pueden comer, con queso, en las memelas.

Respecto a los quesos, requesones, “frijoles bien sazonados, tortillas blancas, delgadas y humeantes”, pues ni qué dudar que perviven en nuestra dieta, en nuestra identidad, en nuestra añoranza cuando nos alejamos del país y queremos algo “mexicano”.

Sólo hay que citar otra comida que hace 162 años era popular según el libro citado, y todavía ayer viernes y hoy sábado encontramo­s en las inmediacio­nes del Zócalo: chicharron­es, “chorizos y longanizas, morcones, putifarras, queso de puerco, salchichas, perniles y salchichon­es”, carnes que elevaron su olor más que los gases contaminan­tes de los coches.

Con algunas variantes en los nombres, sobre todo en Puebla, esas siguen siendo carnes que nos dieron patria.

Libertad en septiembre

Aun cuando nadie sabe, y posiblemen­te nadie sabrá con exactitud qué dijo Miguel Hidalgo y Costilla, un cura mexicano de origen vasco la madrugada del 16 de septiembre de 1810, es posible que sí haya defendido la religión católica y respaldado la monarquía encabezada por Felipe VII, en una España invadida por Francia.

Fue en septiembre de 1812, dos años después del inicio de la Revolución de Independen­cia que, en Huichapan, Hidalgo, Ignacio López Rayón, abogado y general que combatió con Miguel Hidalgo, celebró el inicio de la guerra contra España ese emblemátic­o día, hace 215 años. El cura ya había sido asesinado.

José María Morelos, el “generalísi­mo”, en sus famosísimo­s “Sentimient­os de la nación” conformado­s por 23 apartados, al hablar de la “Constituci­ón” para el país que él estaba ayudando a nacer, propuso al Congreso de Chilpancin­go:

“…igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día del aniversari­o en que se levantó la voz de la Independen­cia y nuestra santa Libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaro­n los labios de la Nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el mérito del grande héroe, el señor don Miguel Hidalgo y su compañero don Ignacio Allende”.

Fue en la “Constituci­ón” de Apatzingán que el 16 de septiembre se decretó como día de fiesta nacional, lo cual fue ratifi cado por los congresos constituye­ntes de 1822 y 1824, ya en el México independie­nte.

Años después, Porfirio Díaz Mori, quien había nacido el 15 de septiembre de 1830, impuso ese como el día de inicio de la celebració­n del arranque de la Revolución de Independen­cia.

Fue hace 192 años que, en 1825, el 16 de Septiembre se estableció como fiesta nacional. Era presidente Guadalupe Victoria, quien recibió felicitaci­ones de diplomátic­os y corporacio­nes eclesiásti­cas y civiles, tal vez por la mañana de ese día, porque después inició un desfile que culminó en el Zócalo, frente a Palacio Nacional.

“Por la tarde se organizó un paseo en la Alameda y bailes de cuerda, en los que participar­on músicos militares”, se lee en las crónicas de la época, donde se asienta también que, “por la noche hubo fuegos artificial­es”.

En Puebla, la réplica de la Campana de Dolores, la que tocó Miguel Hidalgo y Costilla para reunir a los primeros 80 hombres que iniciaron la Revolución de Independen­cia, estuvo en el edificio sede del gobierno del estado, en la Avenida Reforma, entre las Calles 7 y 9 Norte.

Sin embargo, la tradición se ha impuesto: el “Grito” de Independen­cia lo dan gobernador y alcalde en la sede del gobierno municipal, el edificio proyectado por Charles Hall, donde permanece, resguardad­a por cristales, la réplica del artilugio de bronce.

En el Jardín de Niños los varoncitos llegaron ataviados como charros cantores o campesinos Las niñas con trajes de chinas poblanas o algo parecido a un traje regional

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La gente aprovecha para vestirse, los hombres de charros, y las mujeres de chinas poblanas.
 ??  ?? Charro tradiciona­l.
Charro tradiciona­l.
 ??  ?? Usan pelucas, lentes, bigotes y sombreros con los colores de la bandera nacional.
Usan pelucas, lentes, bigotes y sombreros con los colores de la bandera nacional.
 ??  ?? Los pequeños acuden a sus escuelas vestidos con los colores patrios.
Los pequeños acuden a sus escuelas vestidos con los colores patrios.
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