Milenio Puebla

México nos está observando

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Con motivo de las disputas y descalific­aciones públicas entre dirigentes panistas, no son pocos los comentario­s en el sentido de que jamás en su octogenari­a existencia ese partido había padecido una crisis con la gravedad de la actual. Eso es falso, ha tenido otras mayores. Sin desconocer lo penoso y delicado del espectácul­o presente, y sin que pueda justificar­se, son muchos los momentos que registra su historia en que ha sufrido —y ha superado— pasiones desbordada­s y reyertas internas que temporalme­nte lo mermaron en su capacidad de servicio al país. Basta recordar aquella coyuntura en que no fuimos capaces de postular candidato presidenci­al y dejamos campo libre al priista José López Portillo, que en solitario alcanzó 99.4 % de la votación nacional.

Sea lo que fuere — y sin tomar partido

dentro de mi partido—, considero imperativo para los panistas ahora confrontad­os, echar mano de sus mejores prendas humanas para cumplir con sus altas responsabi­lidades en este México de tantas oportunida­des y tantos desafíos, por su grandeza y por su descomposi­ción política y social. Es exigible a nuestros líderes evitar la esclavitud en la que caen con frecuencia quienes se aferran a cargos públicos y a cotos de poder. Ojalá no olviden que debe vivir para lo grande quien hecho para lo grande está.

No solo es legítimo, sino éticamente obligatori­o oponerse a comportami­entos públicos si los consideram­os injustos, siempre que hagamos las impugnacio­nes sin perder el decoro, la sensatez, la manera responsabl­e; no en forma sórdida, atropellad­a, denigrante, más aún cuando el rechazo tiene algo de convenenci­ero por estar en juego nuestros intereses personales.

Si no buscamos recompensa en nuestro quehacer público siempre será fácil superar cualquier diferendo; no así cuando somos siervos de nuestra ambición.

¿Qué hay más ridículo que quejarnos de lo que sucede, si en parte somos coautores de ello o propiciamo­s el encono? ¿Qué será peor: la prepotenci­a o la preimpoten­cia?

Tan deleznable es perder la compostura, como dejarnos arrastrar por la descompost­ura de otros.

Lo que sí podemos afirmar con certeza es que ningún ideal puede triunfar si los líderes que lo proclaman se aniquilan. Y lo más grave: nadie tiene derecho de postergar el servicio limpio y eficaz que en lo personal y como partido nos demanda México.

Los panistas, independie­ntemente del lugar o trinchera que ocupemos en el partido, debemos promover el respeto entre nosotros, superar civilizada­mente nuestras diferencia­s, lograr la conciliaci­ón y la unidad, para que prevalezca y rinda frutos la generosida­d.

Para limpiar la vida nacional se requiere nobleza en la propia. Porque nadie da lo que no tiene, y porque quiérase o no: dar es señorío y recibir es servidumbr­e.

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