¡Qué vivan Oaxaca, Chiapas y todo México!
Tuve el privilegio de cursar educación básica en escuelas públicas de Ciudad de México y disfrutar todas mis clases, pero más aún la de historia nacional, impartidas por profesores dedicados y auténticos apóstoles que nos inculcaban razonado y genuino amor a la Patria.
Así, me concentraba en comprender la riqueza cultural de nuestros orígenes indígenas y prehispánicos, la trascendencia del período colonial y el mestizaje fruto del encuentro con España, así como las azarosas dificultades para construir un país libre y justo a partir de la consumación de la Independencia y las revoluciones que prosiguieron…
En septiembre repasábamos la gesta de los Niños Héroes y la lucha insurgente y sus caudillos, con personal admiración para el cura José María Morelos y sus Sentimientos
de la Nación, que planteaban moderar la opulencia y la indigencia, mejorar el jornal y alejar de la ignorancia a los pobres…
Asimismo, los honores a la bandera en el patio escolar eran de gran solemnidad y me enchinaba la piel vitorear a nuestros héroes y entonar el himno nacional. Uno de mis mayores triunfos infantiles fue formar parte de la escolta porque, además, tuve que obtener buenas calificaciones para lograr tal distinción.
El 16 de septiembre, en mi barrio cercano al aeropuerto, también significaba una aventura observar en el cielo el desfile de aviones de la Fuerza Área Mexicana y soñar con la posibilidad de viajar algún día en una aeronave… Igualmente, declamaba emocionada la Suave
Patria, de López Velarde, y me cimbraba la lectura de Méxicocreoenti, de López Méndez: Tú huelesatragedia tierra míaysinembargo ríes demasiado, acaso porque sabes que la risa es la envoltura de un dolor callado...
Desde muy pequeña, entonces, la Patria mexicana, dibujada en la portada de mis libros de texto como una mujer morena, erguida, ataviada de blanco y portando el lábaro tricolor en una mano y un libro en la otra —pintura de González Camarena—, late fuertemente en mi corazón.
En efecto, lapatriaes quelatierra nosduela como carne y que el sol nos alumbra como si trajera en sus rayos nuestros nombres y el de nuestros padres; decir patria es decir amor
y sentir el beso de nuestros hijos…, como hermosamente la definiera Guillermo Prieto.
Y, desde Huntington Park, un pedazo de México en California, expreso mi mayor solidaridad y cariño para todas las familias lastimadas, en especial las que sufrieron pérdidas humanas, por los sismos recientes en los estados entrañables de Oaxaca y Chiapas, que hoy nos duelen como carne…