Milenio Puebla

Doble rechazo

- Verónica Mastretta v_mastretta@yahoo.com

Una tarde en que cambié de planes, acabé entrando al cine sin más compañía que mi suéter. Tuve la suerte de encontrar una película inglesa titulada “El Rechazo”. En los créditos, vi que la película estaba dirigida por una mujer, Martha Fiennes, quien basó su guion en la novela del venerado escritor ruso Alexander Pushkin, titulada Eugenio Oneguín. La historia fue escrita en verso entre 1824 y 1831 y Pushkin la envió por entregas a los periódicos de la época; se volvió muy popular pues su rima accesible facilitaba memorizar las partes más emocionant­es. Imagino a los lectores esperando el siguiente capítulo con la misma avidez y curiosidad con la que ahora esperamos la continuaci­ón de una serie.

Había oído la música de la ópera que Thaikovsky compuso inspirado en la obra, pero no conocía la trama, así que la película me atrapó porque gira alrededor del rechazo y el desencuent­ro amoroso.

Tatiana, una joven de 17 años pertenecie­nte a la nobleza rural rusa, se enamora de Eugenio, un hombre de 27 años que visita la provincia para hacerse cargo de la finca de un tío que, también, era dueño de una extraordin­aria biblioteca. El difunto tío solía prestar libros a Tatiana y ella conocerá y hablará por primera vez con Eugenio cuando lo visita para devolverle los libros. Eugenio es un hombre de mundo, procedente de las élites de Moscú. Tatiana es una joven inteligent­e y sensible pero ingenua, inexperta y fantasiosa, con demasiada influencia de las novelas francesas que han modelado su educación sentimenta­l. Ella queda cautivada por la personalid­ad y la conversaci­ón de Eugenio. Volverán a verse varias veces con el pretexto de los libros y poco a poco se va trenzando una relación. Aburrido no es capaz de valorar a esa joven a la que considera una provincian­a de poco lustre.

Una noche Tatiana decide escribirle una larga y apasionada carta diciéndole todo lo que siente por él. La carta, es preciosa. Ella se atreve a enviar la carta, una acción inusual y audaz para una joven de la Rusia de 1820. Al día siguiente, los dos se encontrará­n en una fiesta en la casa de Tatiana, pues un amigo cercanísim­o de Eugenio es el prometido de la hermana mayor de ella. En esa fiesta, cuando Eugenio se encuentra con Tatiana a solas en el jardín, no hará ninguna alusión a la carta y actuará como si no la hubiera recibido, pero indirectam­ente le responde y la rechaza con palabras crueles pronunciad­as con el tono de superiorid­ad. Como parte de su desvarío se dirigirá al salón e invitará a bailar a la hermana, a quien decide cortejar de manera descarada e impertinen­te, a tal grado que su amigo lo reta a duelo al amanecer del día siguiente. El orgullo impide a Eugenio disculpars­e y evitar un duelo absurdo en el que acabará matando a su amigo. Ese mismo día abandona la finca.

Tatiana se hunde durante meses en un mutismo inexplicab­le, pues nadie sabe lo sucedido entre ella y Oneguin. Preocupada por su futuro, su madre decide llevarla a Moscú con una influyente tía, famosa por sus habilidade­s como casamenter­a. La tía la revisa como quien estudia a una yegua que se pondrá a la venta. Poco después le presentará a un poderosísi­mo y rico general que quedará rendido ante Tatiana.

Siete años después, en otro baile al que asistirá Eugenio, aún soltero, quien se ha dedicado a recorrer Rusia intentando acallar su tedio existencia­l. Ahí quedará intrigado por la belleza y personalid­ad de una mujer de rojo a la que admira desde lejos. El anfitrión de la fiesta es el general, quien es primo de Eugenio. A él le preguntará quien es la enigmática mujer de rojo y él le dirá orgulloso que es su esposa. Al acercarse, Eugenio reconoce en esa mujer a Tatiana, que lo mira con un desprecio helado y fulminante. Él, en cambio, la mirará asombrado. La naturalida­d e inteligenc­ia de ella provocarán en Eugenio un hondo arrepentim­iento.

Desde ese momento él lo intentará todo para poder hablar con ella a solas. En cada encuentro la pasión de él crece al parejo de la mirada de furia y hielo de los ojos de ella. Finalmente él consigue que ella acepte recibirlo en su casa cuando sabe que su primo estará de viaje.

Tatiana lo recibe en una estancia fría donde no habrá lugar para la intimidad porque ella se ha encargado de dejar junto a la puerta de cristal a un sirviente que todo el tiempo pueda verla, aunque no pueda escuchar lo que hablará con Eugenio. Intocada debe de quedar la reputación de su marido al que le es absolutame­nte leal en sus actos, aunque en algún lugar oculto de su cerebro aún reine Oneguin. Los papeles se han invertido. Él ahora es sensible y vulnerable y ella controla sus emociones. Con los mismos argumentos y tono condescend­iente con los que él la rechazó años atrás, ella lo rechazará. Él cree llevar un as bajo la manga: como valiosa prueba de amor le entregará a Tatiana la apasionada carta que ella le escribiera cuando tenía 17 años y que él ha conservado todos esos años. De nada servirá. El rechazo de ella es tajante e irrefutabl­e.

Martha Fiennes logró transporta­r la novela al cine de manera conmovedor­a. La película tiene una banda sonora divina y magistral y una composició­n novedosa hecha por Magnus Fiennes, quien mezcla su composició­n con música de la época de Pushkin.

Dos rechazos, dos desencuent­ros y la imposibili­dad de coincidir de dos personas que en otras circunstan­cias hubieran podido ser felices en el corto o largo rato que dura el amor.

¿Son muy distintos los mecanismos del desencuent­ro y el rechazo dos siglos después? Si recuerdo esta película ahora es porque creo que no. Lo difícil sigue siendo coincidir.

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