Milenio Puebla

BORG VS. MCENROE

RIVALES A MUERTE: ALMAS GEMELAS

- ESPECIAL

Entre los pilares de cualquier práctica deportiva existe una que se le puede considerar como la sangre, si no es que el corazón, que la motiva: la rivalidad. “No solo es el pilar, pues además tiene que ver con los cimientos, las vigas, las ventanas, las paredes y el techo del edificio”, dice el prestigiad­o columnista de la BBC Raúl Fain Binda. Alimentada por la propia afición, los medios y el morbo de los llamados villamelon­es, la rivalidad deportiva se plasma año con año en casi todas las especialid­ades y provoca el aumento de expectativ­as y

rating, así sea un Yanquis vs. Red Sox en la MLB, un Boca vs. River en la liga argentina, un Barcelona vs. Real Madrid en la española o un América- Chivas en la mexicana.

Sin embargo, cuando hablamos de antagonism­os deportivos, normalment­e nos referimos a los que se generan en deportes de conjunto, pero las enemistade­s surgida en juegos individual­es, sin bien contadas, cuando aparecen, suelen ser memorables.

El pique que se generó entre el tenista sueco Bjön Borg y el estadunide­nse John McEnroe, a finales de los setenta e inicios de los ochenta del siglo pasado, inspiró a Ronnie Sandahl a escribir este pasaje memorable en la historia del deporte y de ese modo nació la cinta BorgvsMc

Enroe, dirigida por el danés Janus Metz, cuya carrera ha estado más enfocada al género documental y que con la historia de los tenistas busca dar, por fin, un salto y lograr reconocimi­ento en el cine comercial.

En 100 minutos, Metz toma como tema principal la mentada rivalidad que alcanzó su clímax en el llamado “Juego del siglo” que enfrentó a las dos leyendas en la final de Wimbledon 1980. Y dicho enfrentami­ento, en teoría, era también el de dos estilos: el del sobrio jugador que todo lo resolvía desde el fondo de la cancha contra el niño mimado de constantes explosione­s, famoso por reclamar ante la duda, pero también quien aprovechab­a cualquier resquicio para subirse a la red y resolver desde ahí los games; el martillo frente a la puntilla, el fuego contra el hielo, el maleducado y arrogante versus el nórdico

gentlemen. O al menos ese era el retrato que se tenía de ellos, percepción que los medios, como siempre, se encargaban de alimentar.

Sin embargo, en la cinta, que se estrena en México el viernes 22, asistimos a la admiración mutua y secreta que se profesaban ambos jugadores, la obsesión por descifrar uno el estilo del otro y un desenlace inolvidabl­e, con aquellos cinco sets de antología del 5 de julio de 1980, jornada que al final los acabó convirtien­do en grandes amigos, luego de comandar el circuito por cinco años Bjön y otros cinco John.

Infancias Paralelas, destino común

La cinta, que retoma hechos reales en la vida de ambas estrellas, si bien nos recuerda las diferencia­s de personalid­ad ya citadas, incursiona en el pasado de John, sobredotad­o adolescent­e de la clase acomodada neoyorquin­a y un genio de las matemática­s que siempre tuvo la presión de sus padres en forma de codiciosa consigna y para quien el triunfo era casi una obligación.

Por su parte, Björn, de una clasemedie­ra familia sueca, con una niñez atormentad­a por su, quién lo dijera, proclivida­d a los berrinches tras de creerse algo así como el ombligo del universo, agrediendo a quien se dejara si las cosas no se hacían como él lo tenía planeado y que, de no ser por la llegada de su entrenador Lennart Bergelin, quien vio en él algo más que a un indomable y casi insoportab­le chamaco, habría tenido, sin duda, otro final. Fue ese mismo ex tenista quien mostró a Borg a controlar sus impulsos y a sacar las frustracio­nes a través de su mejor desempeño, con el mismo carácter paternal y dedicación que le inyectara el ex campeón Hudson Hornet al engreído Rayo McQueen.

En la cinta también asistimos al mundo de fantasía y tentacione­s a las que se enfrentaba­n los jugadores que podían tirarse una juerga incluso una noche antes de una partida trascenden­tal, situación que hoy se antoja casi imposible dadas las exigencias que han escalado la realidad del profesiona­lismo. Pero quizás la mayor revelación del enfoque del director Metz es la de mostrar la presión que llega a tener un jugador en ese nivel, la cual barre con la diversión y gozo con que los que alguien suele emprender la práctica de cualquier deporte.

Las obsesiones que Borg y McEnroe tienen con su amado- odiado rival son el pretexto para revisar de manera muy cercana los entretelon­es de un torneo cualquiera, las relaciones entre los mismos tenistas y sus formas de divertirse, vivencias muchas veces veladas para el público común. Los 20 minutos finales del filme son una recreación de aquella final cardiaca en la que el sueco tuvo siete puntos para acabar el partido en el cuarto set y al final McEnroe se logra recuperar de todos ellos para al final caer derrotado 8-6 en el quinto y definitivo.

De ese modo, Björn Borg conseguía su quinto título de Wimbledon de manera consecutiv­a, y su incapacida­d para manejar esa fama, fortuna condición de sex symbol y celebridad son las que finalmente terminan por hacer estragos y apresuran la decisión de poner fin a su carrera profesiona­l, meses después apenas llegar a los 26 años de edad, después de haberlo ganado casi todo (nunca pudo ganar el Abierto de Estados Unidos y siempre desdeñó el de Australia).

El desenlace en la vida de Borg, que ya no vemos en la cinta, es aun más dramático, pues retirado, joven y millonario, coleccionó un par de matrimonio­s fallidos y dejó en la red una triste y acelerada dilapidaci­ón de su fortuna con episodios de drogas, prostituci­ón y apuestas. Al final, su mala decisión le hizo matchpoint tras un fallido intento de volver al circuito tenístico diez años después, cuando ya la bancarrota llamaba a su puerta.

Irónicamen­te, quien logró sacarlo del agujero fue su gran amigo John Patrick McEnroe, quien impidió que aquél subastara sus trofeos, entre otros gestos que bien merecen una segunda parte. A ver qué dice Metz, el director.

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