El México de las tragedias
Dicen que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar, pero el 19 de septiembre es una trágica excepción para México.
Treinta y dos años después una estampa muy familiar, miles de voluntarios inundan las zonas más afectadas para ayudar como se pueda a quien se pueda. No es un esfuerzo especialmente organizado, pero no por eso menos efectivo. Los mexicanos se han entregado a la tarea de jugarse todo por un desconocido que los necesita. Se extrañaba esa solidaridad, la que se muestra siempre en los momentos más críticos.
En el epicentro emocional del terremoto, en la escuela Enrique Rébsamen, el horror al enterarnos sobre la muerte de 20 pequeños, aliviado apenas con la esperanza de que el trabajo incansable de los cuerpos de emergencia culmine en el rescate de cuatro niños, entre ellos el de Frida Sofía.
Los que menos tienen entregando siempre todo por los demás. Lo mismo en Morelos, Puebla, Estado de México y las zonas afectadas en la capital de país donde hemos vivido horas agridulces que nos han mantenido en una montaña rusa de emociones que recuerdan aquella mañana del 85 y las jornadas que le siguieron.
México se explica como uno antes y otro después de ese terremoto y en este 2017 enfrentamos otro de esos momentos históricos. Esos que definen a una generación entera que ante la tragedia parece haber redescubierto su amor por un país que vuelve a mostrar su mejor versión en las peores circunstancias.
Es demasiado pronto para evaluar la reacción oficial a este 19 de septiembre. La energía se concentra todavía en auxiliar a quienes a esta hora permanecen atrapados entre los escombros. Ya habrá tiempo para las lecturas políticas. Por lo pronto una cosa es segura, qué bien es sentirse abrazado por una sociedad involucrada, participativa y tan generosa como la que hemos visto en estos días de emergencia. Qué bien se siente vivir en este México.