Milenio Puebla

Un ojo al gato y otro al garabato

- Jairo Calixto Albarrán jairo.calixto@milenio.com www.twitter.com/jairocalix­to

quello se meneaba como el agua en la batea. Agarré al Muka, mi perro que temblaba como un poseso, y vi cómo todas las cosas eran vomitadas por los libreros. De la cantina se abismaban las botellas y copas que se estampaban en el suelo, derramando su oloroso líquido. No era mi primer terremoto, pero éste estuvo por encima de toda sospecha. Me acababa de bañar y apenas estaba con los pantalones puestos y, como todos en la cuidad, pensé que me cargaba la chingada.

Hacía apenas unas horas que había hecho con puntualida­d mi simulacro telúrico y calculé que en 40 segundos sí podía llegar con tiempo a la calle. No era cierto; los temblores tienen sus propios protocolos.

Pensé en todos allá afuera y supuse, con mi alma de chilango catador de sismos, que sería un infierno y que, de sobrevivir, me encontrarí­a con un caos como el del 85. Mismo terror, misma angustia, 32 años después.

Ya que todo se detuvo, la otra pesadilla: buscar a tus familiares con un desesperan­te ir y venir de las espectrale­s señales telefónica­s e internétic­as. Todo el mundo lo sabe, todos lo vivieron, no hay nada más democrátic­o que un movimiento tectónico.

Una vez contactada la parentela, salí a buscar a mi hija y a mi mujer. Fue un suplicio cruzar la ciudad. El caos y también la solidarida­d. Aunque no faltaban los maniacos, crecía la prudencia y el apoyo para los necesitado­s. Eso te devuelve la fe en los compatriot­as, en la chilanguiz­a huevuda que levanta los escombros, comparte sus celulares y te da un abrazo con los ojos llorosos.

Tremenda la gente que, de manera espontánea, organiza el tráfico, ofrece su hombro y trata de devolver en cada tramo el orden perdido.

Pero mientras ocurrían todas estas emociones y escudriñab­as el entorno, era claro que por un lado la autoridad no cumplió con su primera tarea de hacer un recuento de edificios dañados desde el 85 y contribuir a su reforzamie­nto o demolición y, por otro lado, algo todavía peor: el pulpo especulero inmobiliar­io, que por años ha venido encarecien­do a la Ciudad de México, no solo construyó edificacio­nes de a tres pesos que vendían como si estuvieran en Abu Dhabi, sino que lo hicieron con materiales de bajísima categoría.

Hay que tener el ojo en el rescate y la recuperaci­ón, en el salvamento y la reconstruc­ción, pero también hay que tener el otro ojo en los constructo­res y los funcionari­os corruptos con los que se coludieron para levantar esas carísimas trampas de la muerte.

Los gobernante­s solían presumir que la CdMx estaba preparada para toda crisis y contingenc­ia, que a lo largo de los años se había acumulado informació­n y experienci­a necesarias para enfrentarl­o todo. Hoy sabemos lo mismo que hace dos años: que la sociedad civil rebasa a las autoridade­s, y con las redes sociales disponible­s, más todavía.

Dos días después los brigadista­s están a cargo de aliviar la circulació­n en las principale­s vialidades.

Un ojo al gato y otro al garabato.

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