Milenio Puebla

Desastre, tragedia, solidarida­d...

Los jóvenes de la

- CRÓNICAS URBANAS HUMBERTO RÍOS NAVARRETE

Vivimos sobre tierra que tiembla, es parte de nuestra poética: la poesía siniestra de una ciudad que escoge el mismo día para repetir sus tragedias. Dos 19 de septiembre con 32 años de diferencia ( jueves de 1985 y martes de 2017), el exacto lapso para que las generacion­es se releven: padres e hijos chilangos enlazados por un terremoto que elige el verano tardío para derrumbar edificios. ¿Es el mismo o uno distinto? Es el mismo: de pronto los jóvenes de la Ciudad de México existen en el más terrible recuerdo de los viejos: ése sobre destrucció­n; ése sobre miles de muertos. El tiempo se colapsa. Ya no hay diferencia entre ayer y mañana. Es la destrucció­n. Son los ¿miles? de muertos. Es la ciudad en ruinas. En donde solía haber colonias —Roma, Condesa, Narvarte, Del Valle, Coapa, Obrera, Lindavista— solo quedan escombros. Y es el heroísmo.

Se han ido más de dos días. Casi medianoche del jueves 21. Marinos, No hay diferencia entre ayer y mañana. Son los ¿miles? de muertos. Donde había colonias, solo hay escombros civiles y perros buscan sobre las ruinas del multifamil­iar que hace 58 horas se derrumbó en Tlalpan a la altura de la estación Ciudad Jardín del Tren Ligero. El sensor térmico indica que, enterrados, aún hay tres cuerpos. Un joven topo de barba de candado negra y casco rojo levanta el puño enfundado en guante blanco: la señal de silencio absoluto para poder escuchar murmullos de vida. Mujeres y hombres lo imitan. Cientos de puños en alto; desaparece­n las voces. Se acentúan los sonidos de la noche: un pájaro oscuro trina en el aire mientras cambia de árbol; chilla, lejana, la sirena de una ambulancia, y el viento revuelca sobre la avenida pedazos de vidrio y pequeñas piedras.

Se ha perdido la luna: el polvo la oculta. Arriba de un bloque de cemento, la perra marrón se ha puesto rígida — cola recta y botitas, lentes y patas tensas— y con el hocico señala un lugar subterráne­o entre cables, varillas, ladrillos, barrotes, rocas y lo que parece ser la pata de una mesa de madera. Ladra. “Mi hija, ¡encontró a mi hija!”, una madre corre hacia la perra e, histérica, le rasguña la cara al policía que intenta detenerla. La madre comienza a escalar los escombros y entre tres marinos la inmoviliza­n. “¡Tranquila: es peligroso!”, le gritan. Al policía le sangra la mejilla.

Un hombre emerge del lugar que señaló la perra. Carga entre sus brazos un cuerpo. Aplaude la gente. Una de la mañana del viernes 22 de septiembre. El hombre niega con la cabeza y deposita el cuerpo sobre los escombros. Otra vez el silencio. Parece una anciana; está muerta. Es la primera imagen del otoño.

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