La generosidad en las calles y la basura en las redes
Uno preferiría ya no creer en nada, pero no dar crédito a nadie es adentrarse en el peor de los mundos: la legalidad y el orden se sustentan en la confianza y un pueblo que desconfía de todo no podrá construir una nación mínimamente fusionada
En un primer momento, la generosidad más espontánea, la fraternidad. Luego, la vileza. ¿Por qué termina siempre por emerger la ominosa sombra de la mentira en este país? ¿Por qué esparcimos rumores y por qué nos solazamos en la divulgación de maliciosas invenciones?
De pronto, uno preferiría ya no creer en nada. Pero, justamente, no dar crédito alguno a nadie —excepto, desde luego, a quien sostiene las más descabelladas patrañas, en esa suerte de ingenuidad invertida de los que se tragan cualquier infundio por poco que parezca una conspiración— es adentrarse en el peor de los mundos: la legalidad y el orden se sustentan en la confianza, ni más ni menos, y un pueblo que desconfía de todo no podrá jamás construir una nación mínimamente fusionada.
Me llega, al el video de un rescatista particular: se queja el hombre de que no lo dejan participar en las tareas de salvamento, luego del terremoto del martes, en CdMx. ¿Quién se lo impide? Pues, el Ejército. O sea, las Fuerzas Armadas en contra del pueblo de México. ¿Por órdenes de quién? De Peña Nieto, naturalmente. A quienes sí se les permite que ayuden es a los israelíes, miren ustedes. Es decir, a los mexicanos se les discrimina, se da preferencia a los extranjeros (habría que reconocer, con todo, que algo hemos evolucionado desde el temblor de 1985: luego de acaecer la tragedia, Miguel de la Madrid rechazó la ayuda exterior, en una de las decisiones más imbéciles que haya podido tomar jamás un gobernante. Hoy es al revés: mandan los israelíes).
Aparece otro mensaje en la pantalla del móvil: es la grabación de una mujer que denuncia, con voz temblorosa, que en el colegio Enrique Rébsamen hay todavía cinco niños vivos debajo de los escombros. ¿Quién se lo dijo? Los propios brigadistas, mexicanos y estadounidenses, que participan todavía en las labores de rescate en el sitio. Lo peor, sin embargo, es que “en unas horas van a meter un para despejar ya la zona. ¿Por qué? Ah, “porque el Gobierno no quiere que huela a muerto”. Pide, la tipa, que su mensaje se difunda masivamente entre la población, antes de que se le acabe la batería de su celular (le queda apenas 4 por cien, ha dicho al comienzo de su revelación). Así, señoras y señores.
En otras alertas que recibo, la advertencia es ahora que la generosa ayuda de los ciudadanos —comida, medicamentos, cobertores— se está almacenando en bodegas bajo el control de los diferentes Gobiernos y de los partidos políticos. A buen entendedor: no está llegando directamente a los damnificados sino que se va a usar después para repartirla entre los votantes y comprar así su voluntad en las próximas elecciones.
La aviesa propagación de más falsedades no aporta nada al debate público y resulta, en momentos como éste, perniciosa y desmoralizante
Sabemos de la bajeza de muchos de los corruptos que nos gobiernan. Y, se han ganado a pulso su impopularidad: en Veracruz, César Duarte no repartió, justamente, la ayuda que la Federación le envió para la población afectada por desastres naturales. Y las historias de raterías de otros politicastros de su calaña son absolutamente escandalosas. Pero, más allá del nivel que ha alcanzado la indignación de los mexicanos y de su profundo descontento, la aviesa propagación de falsedades no aporta absolutamente nada al debate público y resulta, en momentos como éste, perniciosa y desmoralizante.
Ha sido verdaderamente conmovedora la exhibición de solidaridad de nuestros compatriotas en los primeros momentos de esta última calamidad: han mostrado una extraordinaria disposición para asistir al prójimo, algo que nos llena de orgullo y nos hace tener una esperanzadora visión del futuro de este país. Pero, no hay que dinamitar ese reencuentro nacional con la bondad sembrando falacias e infundios. Las cosas son lo que son: llegado el momento, ya no deben intervenir los voluntarios en los derrumbes sino solamente los expertos; la posible existencia de cinco niños enterrados vivos en la escuela Rébsamen, ¿no debiera ser evidenciada por sus padres, personas de carne y hueso que tendrían que hacerse presentes, en vez de que la difunda una mujer perfectamente anónima en WhatsApp? Si mandas toneladas y toneladas de suministros a una localidad, ¿no es entendible que se almacenen en O, ¿acaso la ayuda debiera ser repartida en su
y ¿No han insistido las autoridades (incluyendo Claudia Sheinbaum, cuyo principalísimo padrino es López Obrador) en que no se va a utilizar maquinaria pesada hasta tener la absoluta certeza de que ya no hay cuerpos en los inmuebles derruidos? ¿Los brigadistas, los ingenieros y los zapadores del Ejército y la Armada, no están acaso perfectamente cualificados para realizar los rescates? ¿La presencia de israelíes, japoneses y estadounidenses debe despertar oscuros revanchismos e insidiosas sospechas?
Si México fuera realmente ese país que pintan algunos miserables en las redes sociales, entonces sí que no tendríamos remedio ni futuro como nación. Por fortuna, muchos de nosotros preferimos dejarnos llevar por la esperanzadora realidad del mexicano generoso y solidario en vez de envenenarnos el espíritu con tanta basura.