Milenio Puebla

ELENMASCAR­ADODEPLATA

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De Rodolfo Guzmán Huerta, “El más grande obrero — como el mismo decía— de la Lucha Libre mexicana” e improvisad­o actor de 54 películas (muchas de ellas de culto), de las que buena parte de las ganancias obtenidas en taquilla sirvieron para mandar al otro cine mexicano, el de los “intelectua­les”, a los grandes festivales de cine (lo cual sigue siendo más visto y negado por parte de los críticos de cine oficialist­as), se celebraron 100 años de su natalicio ayer sábado 23 de septiembre.

De su leyenda enmascarad­a como rudo, técnico, actor forjado en el fantástico nacional, con repercusió­n internacio­nal, y mito heroico recurrente del mexicano (al lado de Pedrito Infante y la mismísima Guadalupan­a) aparte de insólito escapista, han corrido ríos tinta desde que debutó en la Arena Peralvillo Cozumel el 28 de julio de 1934, que estaba en la calle de Constancia 69, en Peralvillo, luchando con su nombre real: Rodolfo Guzmán Huerta, que luego cambiaría a “Rudy Guzmán”.

Como las máscaras comenzaban a llamar la atención, se mandó a hacer una roja con igual atuendo haciéndose llamar “El Hombre Rojo”. También fue “El Enmascarad­o” y “El Demonio Negro” y luego “El Murciélago II”. Este último no prosperó porque ya existía “El Murciélago” Velázquez y éste amenazó con demandarlo. Así que mejor decidió llevarse la fiesta en paz.

En la mitomanía de la lucha libre mexicana se dice que un réferi Jesús Lomelí le sugirió que se enmascarar­a y que tomara como nombre de batalla el de “El Santo”. También afirman algunos que Leopoldo Meraz, el famoso

de fue quien le puso la máscara y hasta le escribió un libro,

en ese orden las leyendas urbanas, son muchas y variadas en torno a quien le colocó la capucha al plateado. Lo que si era una contradicc­ión era que siendo un consumado rudo en el ring, navegara con la bandera de Santo, cuando repartía santas madrizas. En buena parte la otra historia de

salió a la luz con verdades completas y a medias gracias una paradoja: la señora Mara Vallejo, su segunda esposa (a pesar de que sus hijos pusieron el grito en el cielo, porque una vez muerta su primera esposa, María de los Ángeles Rodríguez, no querían que se casara), tuvo a mal tirar los papeles (fotos, cartas personales, boletos, programas de sus luchas en provincia y el extranjero, fotografía­s, etcétera) que guardaba en su casa de Béisbol 76, colonia Country Club como archivo, por triplicado, Guzmán Huerta, para que se los llevara el carro de la basura.

Como los trabajador­es de limpia no pasaron ese día, las cajas fuera de la casa le llamaron la atención a un taxista que pasaba por ahí. El ruletero se bajó de su taxi, tocó la puerta y pregunto por las cajas obteniendo un “se van a la basura”. Como pudo las metió en su taxi (dicen los historiado­res y curadores de la obra de que hizo tres viajes) y enfiló a Santa Cruz Meyehualco. Ahí en el mercado de chácharas estuvieron por espacio de dos semanas y, como no salían, fueron a dar al mercado de La Lagunilla. Ahí se corrió la voz de que contenían cosas privadas de

En el estira y afloja de vendedores y compradore­s de chacharas, las cajas nunca se abren. Se les pone precio sin ver, y tan solo se mueven por el santo y seña que dan de ellas. En el lugar no tardaron en darle el pitazo al arquitecto Roberto Shimizu, el ahora dueño del Museo del Juguete Antiguo de México, que es coleccioni­sta y que le interesaba­n cosas del luchador. Este se apersonó en el lugar, localizó al de las cajas de

se arregló en precio y así, el archivo personal de

fue a parar a la calle de Dr. Olvera 15, en la colonia Doctores —donde hay una buena parte en exhibición, mientras un libro escrito por el arquitecto en base a todo lo leído del personaje, y con la bendición de Monsiváis, espera su publicació­n.

Esta fascinante historia con curiosos y divertidos matices viene completa en el más grande homenaje que se le ha rendido al plateado: el especial de la (publicado en octubre de 1999), del año 10, el más vendido en la historia de Editorial Televisa, a pesar de la mala leche que vertió en él la entonces directora editorial, Macarena Quiroz: la suma de todas las brujas contra la que no se pudo enfrentar en vida real y cinematogr­áfica, que veía al ídolo como un cuando ella, segurament­e de la Bondojo, se sentía francesa.

En ese memorable número dedicado a —presentado en la Cineteca Nacional con abucheos del respetable y gritos de “¡Santo! ¡Santo!” contra la “dale alegría Macarena”, participar­on plumas

investigad­oras como Mauricio Matamoros, Raúl Criollo, Fernando Rivera Calderón, José Xavier Návar, Rosana Curiel (la hija de “Pichirilo”), Rafita Aviña, Fidelón Corvera Ríos, el Dr. Jorge Alderete y el “equipo” de

—metido con calzador— por la señora Quiroz.

Una foto de Rudy Guzmán sin máscara, en su mejor momento (1964), prestada como muchas otras que componen el número por coleccioni­stas como Christian Cymet y el hijo mayor de Alejandro (el papá de Axel,

desató la ira de que ha de ver visto el signo de pesos en una futura demanda.

Los dimes y diretes no se hicieron esperar y se desató una especie de telenovela entre el coordinado­r del número y porque éste, que no da pa$o sin huarache, preguntó “¿quién le había prestado las fotos de su padre, y si había una firma de por medio?” La respuesta fue de que no. No había ninguna firma que avalara legalmente el préstamo de las fotos del Lo que nunca supo el es que no había firma, pero sí un video donde su hermano mayor, Alejandro, daba su consentimi­ento para el uso de muchas de las fotos de su padre, en diferentes épocas, sin máscara.

Pasándose de lanza como es su costumbre quiso demandar hasta Televisa pero, segurament­e alguien lo persuadió y segurament­e le dijeron “¡ porque ellos son en parte también dueños de la Lucha Libre (de allá por 1999) y no te vayan a poner de espaldas planas”. Desde ese entonces,

se sacó al En 1984 no sin antes enseñar parte de su rostro con Jacobo Zabludovsk­y, se nos fue al cielo, luego de una época de escapismo en el Teatro Blanquita. Desde entonces homenajes más, tributos menos, se volvió una de los iconos más recurrente­s del mexicano. Generacion­es tras generacion­es marchan a su lado. Su filmografí­a sigue siendo ley en el televisivo y los anecdotari­os y numeralias de su vida, siguen fascinando a propios y extraños que saben de quien se trata y que no aceptan imitacione­s.

Estos 100 años de su natalicio, según críticos abiertos y adoradores de su leyenda, deberían ser coronados por parte de su icónica filmografí­a, siquiera con un conmemorat­ivo de que su nombre sigue pesando desde los encordados celestiale­s y donde aún resuena, suena y va resonando, el tradiciona­l “¡ ¡ santificad­o seas!

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en sus primeros años y la credencial que lo acreditó como actor de la ANDA.

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