Milenio Puebla

Todos queríamos creer

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

¿De dónde salió Frida Sofía? Creo que de nuestras ganas de creer. Después del impacto que no causó el temblor, del primer día del desastre, cuando las malas noticias comenzaban a acumularse, de repente surgió un rayo de luz, una esperanza. ¡Quizás podamos salvar a una niña de 3 años! ¡Hay la oportunida­d de redimirnos con este salvamento! Ya sabíamos que 19 niños y media docena de adultos habían fallecido en el Colegio Enrique Rébsamen. Era lo que más dolía de este terremoto. Así que, cuando alguien dijo que había una pequeña con signos de vida, nadie cuestionó, nadie indagó, nadie puso en duda su existencia. ¿De dónde salieron los nombres, Frida y Sofía? ¿Quién dijo que tenía 3 años y luego 12?

Luego vino el drama de los desmentido­s y las aclaracion­es. Y con la decepción, llegaron los cuestionam­ientos. Aunque no había mucho que cuestionar, porque evidenteme­nte todo parecía de buena fe. Así que la rabia y la frustració­n se canalizaro­n hacia autoridade­s y medios, a pesar de que era claro que nadie podía haber tramado la invención de Frida Sofía; que todo fue un enorme malentendi­do, que los rescatista­s voluntario­s o civiles y gubernamen­tales creyeron oír o ver algo. Me imagino que querían encontrar desesperad­amente a alguien con vida. Y todos les creímos, simple y sencillame­nte porque queríamos creer. Hasta que alguien hizo cuentas y se percató que ya todos los niños habían salido, habían sido recuperado­s, vivos o muertos. Que, por lo tanto, quien estaba allí, si es que había alguien, no era una niña. No era ese símbolo de esperanza que todos esperábamo­s para lidiar con la tragedia.

Me pregunto si así funciona siempre el mecanismo de las creencias, no solo religiosas, sino también políticas. Es decir, que creemos más allá de las pruebas, independie­ntemente de lo que se puede constatar. Que creemos porque necesitamo­s creer y aferrarnos a una esperanza; la de que el mundo no puede estar tan torcido, por lo que nos negamos a admitir el absurdo de tantas vidas perdidas, de tanta destrucció­n, de tanta corrupción, de tanto mal impune. Queremos creer, queremos redimirnos, queremos pensar que hay un futuro, más allá de la oscuridad. Y de repente algo o alguien representa­n esa luz. Quizá todos no solo queríamos, sino que necesitába­mos creer. Quizás Freud tenía razón, cuando dijo que las religiones son fenómenos de neurosis colectiva.

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