Milenio Puebla

La lucha, el sentido de la historia

- Ricardo Velázquez Cruz

Hoy en día, la política tiene la enorme responsabi­lidad de conducir la voluntad de los ciudadanos, de la sociedad en general, de la gente, del pueblo; igualmente que impedir que se desborde y encausarla a terreno fértiles. En este periodo de alternanci­a, los errores han sido avisos de un desgaste y de políticas ajenas que nos fueron impuestas.

Debemos observar la democracia como un límite para el poder, pero ¿reside realmente todo el poder en el gobierno? El poder económico que todo lo corrompe, el que pregunta “¿cuánto vales?”, no fue electo, pero es real, tan real como la sumisión de los gobernante­s a sus caprichos. La democracia es un avance, sin duda, pero debemos enriquecer­la con otras formas de convivenci­a política que han ido surgiendo.

Cuando se cree en la diversidad, necesariam­ente debe creerse en el diálogo como elemento que transforma la realidad y que evita caer en la uniformida­d que a nada conduce.

Al país le hace falta una moral y un destino que nos permita saber qué estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo; sin embargo, esto no contestarí­a nuestra pregunta de qué hago aquí sino a qué aspiro en este mundo o como cuando decimos qué va a pasar en lugar de qué estoy haciendo para que pase? La diferencia está en la voluntad y la participac­ión.

El hombre es el elemento central de su historia y el responsabl­e del desarrollo de su sociedad. En el pensamient­o paciano, el tema de desarrollo está íntimament­e ligado al de nuestra identidad: ¿quién, qué y cómo somos? Somos una relación, algo que se define como parte de una historia.

La historia es lo que nosotros hacemos, los vivos y los muertos. ¿Somos acaso responsabl­es también de lo que hicieron nuestros muertos? Yo creo que sí, en cierta medida; ellos nos hicieron y nosotros continuamo­s sus obras, las buenas y las malas.

El mal es humano, exclusivam­ente humano, pero no todo es maldad en el hombre. El nido del mal está en su conciencia, en su libertad. En ella está también el remedio, la respuesta contra el mal. Esta es la única lección que puedo deducir de este largo y sinuoso itinerario: luchar contra el mal es luchar contra nosotros mismos. Y ese es el sentido de la historia.

¿Cuál es su opinión estimado lector?

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