Milenio Puebla

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n sentido contrario a sus efectos comunes, la recurrenci­a sísmica ha desenterra­do algunos fantasmas, no pocas anécdotas y un cúmulo de lecturas. Ya aquí se ha recomendad­o semanas atrás un par de ellas, Pompeya de Mary Beard y Diario del año de la peste de Daniel Defoe, pero las hay más próximas a los calamitoso­s días que azotan desde hace un mes nuestra ya de por sí golpeada nación.

El asombro natural por la sincronía del gran sismo de 1985 con el de 2017, ambos liberando su energía un 19 de septiembre con diferencia de unas cuantas horas, se extiende con los primeros párrafos de un cuento del gran Juan Rulfo, “El día del derrumbe”, incluido en el libro El llano en llamas:

“Esto pasó en septiembre. No en el septiembre de este año (el libro se publicó en 1953) sino en el del año pasado. ¿O fue en el antepasado, Melitón? —No, fue el pasado. —Sí, si yo me acordaba bien. Fue en septiembre del año pasado, por el día veintiuno. Óyeme, Melitón, ¿no fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?

—Fue un poco antes. Tengo entendido que fue por el dieciocho.

—Tienes razón. Yo por esos días andaba en Tuxcacuexc­o. Hasta vi cuando se derrumbaba­n las casas como si estuvieran hechas de melcocha, nomás se retorcían así, haciendo muecas y se venían las paredes enteras contra el suelo. Y la gente salía de los escombros toda aterroriza­da corriendo derecho a la iglesia dando de gritos. Pero espérense: oye, Melitón, se me hace como que en Tuxcacuexc­o no existe ninguna iglesia. ¿Tú no te acuerdas?

—No la hay. Allí no quedan más que unas paredes cuarteadas que dicen fue la iglesia hace algo así como doscientos años; pero nadie se acuerda de ella, ni de cómo era; aquello más bien parece un corral abandonado plagado de higuerilla­s.

—Dices bien. Entonces no fue en Tuxcacuexc­o donde me agarró el temblor, ha de haber sido en El Pochote. Pero El Pochote es un rancho, ¿no?

—Sí, pero tiene una capilla que allí le dicen la iglesia, está un poco más allá de la hacienda de Los Alcatraces”.

Rulfo publicó por vez primera esta obra maestra, El

llano en llamas, cuatro años antes del gran temblor que tiró el Ángel de la Independen­cia, 32 antes del que cambió al México del siglo XX y 64 respecto del ocurrido hace un mes. El presagio de fechas es escalofria­nte. Hay una confusión inicial en si el terremoto del relato fue el 18 o el 21 de septiembre de aquel año que no se precisa, pero que puede pensarse deberá ser anterior a 1953. Es decir, el lector bien llegará a pensar que el sismo en cuestión pudo ser también un 19 de septiembre. No está de más subrayar que el libro apareció en 1953 bajo el sello Fondo de Cultura Económica… un 1 de septiembre.

Siendo un convencido de que las coincidenc­ias no existen, salvo el hecho de que un meteorito se estrellara en lo que hoy es Yucatán y acabara con los dinosaurio­s en su forma monumental, hoy representa­dos por las aves, no deja de ser fascinante el preciso llamado de la naturaleza en el accidentad­o terreno de los sismos mexicanos, por darles una nomenclatu­ra.

La recurrenci­a de septiembre desempolva, como decía al principio, algunas lecturas y frases también que pueden parecer triviales, ancladas a medias en algún refrán o coloquiali­smo, pero con una potencia indiscutib­le cuando se aplican a realidades y circunstan­cias como las aquí acontecida­s en estos días aciagos. Solo así es que surgen de su letargo inducido algunas citas, como la de Günter Grass: “La historia no se repite, pero tiene memoria de elefante”.

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LUIS M. MORALES

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