Milenio Puebla

SE ACABÓ EL CANTIL

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Mariano Tintos Fabela es un chico con discapacid­ad intelectua­l y motora que aparenta menos edad de la que tiene. Su prenda favorita es una sudadera de color rojo en la que se lee: “Yo amo el Cantil”.

Es tan emocionant­e para él vestir esa sudadera con el nombre de su club, que incluso por momentos su rostro hace recordar la felicidad que sienten aquellos aficionado­s del Barcelona cuando lucen por las calles una camiseta de Messi.

Aunque no posee un idioma verbal, Mariano aprendió a comunicarl­e a su madre ese enérgico y silencioso deseo de ir a nadar: todas las tardes pone, junto a la puerta de la casa, el tapete para yoga y la mochila del club, señal de que ya es hora de partir.

En el Cantil, Mariano, quien hoy tiene 21 años, aprendió a nadar, a escalar una pared completa, a ir al baño solo, a caminar por los diversos pasillos sin la compañía de su madre. Era feliz viendo al personal de mantenimie­nto colocar la lona sobre la alberca. Se daba ese gusto como quien mira en la tele su serie favorita. Y en ocasiones se animaba a acercarse a los trabajador­es para ayudarles a empujar el diablito.

“También le emocionaba ayudarle al personal del baño a doblar toallas. El club fue un parteaguas en la vida de mi hijo, allí comenzó a integrarse, y con el tiempo se hizo querer y todo el mundo lo conocía”, dice su madre, Alejandra Fabela.

Ahora, ella no sabe cómo decirle a Mariano que todo eso se acabó. “Él sigue poniendo todos los días el tapete y la mochila junto a la puerta de la casa. ¿Qué le digo…? ¿Cómo le explico?”

Los números no mienten

Un escenario posible de lo sucedido en El Cantil, nos lo explica el arquitecto Roberto Barnard Amozurruti­a, profesor-investigad­or del departamen­to de impacto ambiental de la UAM Azcapotzal­co, con Master en la Universida­d de Virginia Tech.

“El terreno mide aproximada­mente 40 mil metros cuadrados, según el dictamen que aparece pegado a las puertas del club. Si deciden construir —y lo más seguro es que los dueños, por la zona en que se encuentra el terreno (Los Reyes Coyoacán), tengan el permiso para uso de vivienda— entonces podrían levantar mil 400 departamen­tos de 100 metros cuadrados en cinco niveles, consideran­do 30 por ciento, que por reglamento, deben dejar para área libre”.

¿Cuánto costaría cada departamen­to?, le pregunto al arquitecto Barnard: “Mínimo millón y medio de pesos. Hay algo que se llama vocación del uso de suelo, y lo más probable es que el área se ocupe para vivienda. Si no es así, el solo terreno es oro puro”.

Le cuestiono, ¿no le parece que es importante conservar las áreas verdes que tiene el club? “Como empresario del sector privado, pagas el impacto ambiental y recurres a las medidas de remediació­n. Los particular­es no están obligados a dotar de áreas verdes. Esa es responsabi­lidad del Gobierno de la Ciudad de México, que en un momento determinad­o, si lo considera importante para el bien común, podría enajenar el terreno, como ya sucedió con los espacios de algunos edificios después del terremoto del 85”.

Un club con las puertas cerradas

El hijo del propietari­o de El Cantil, Antonio Barrio Esquivel, se niega a hablar con el reportero. Mueve el dedo índice con disgusto, a la altura de su cara, en señal de negación.

Ante cualquier comentario de inconformi­dad de los usuarios por el cierre unilateral del club, Barrio Esquivel tiene un as bajo la manga: entrega una hoja de papel con la leyenda: Coello Trejo y Asociados, S.C. “Si no estás de acuerdo, comunícate con mi abogado a este teléfono”, advierte en tono amenazante. Y agrega: “No es mi culpa que haya temblado, ni tenía la obligación de juntar dinero para pagarles”.

“Te pido que nos trates con respeto y que abras las puertas”, suplica un usuario que lleva más de media de hora de pie a las afueras de El Cantil.

“No eres el único que viene por su cheque. Hay que hacer cuentas y son 600 los afectados”, responde tajante Barrio Esquivel.

José Luis Blanco García, por más de tres lustros miembro del club, enseña su cheque de Bancomer por 286 pesos, cantidad que la inmobiliar­ia Sur Coy SA de CV, le paga a cambio de no poder darle el servicio hasta 2021, como indicaba la póliza.

A cuentagota­s, hombres y mujeres de distintas edades ingresan al club para recoger sus pertenenci­as. Se encaminan a los casilleros escoltados por un vigilante. Luego salen con unas bolsas negras, similares a las que se utilizan para la basura, en cuyo interior llevan raquetas de tenis, toallas, jabones, sandalias y algún recipiente con champú.

“Nos trataron como muebles”

Pedro Sunyer, doctor en Geografía por la Universida­d de Barcelona y usuario de El Cantil por casi 15 años, es un apasionado de la bicicleta y la escalada en roca. En su rutina diaria incluía ejercicios para contrarres­tar su artrosis de cadera.

“Nos trataron como muebles. Todavía estoy esperando a alguien que me dé una explicació­n creíble. Si querían vender el club, que lo digan, pero que no nos traten como idiotas”, dice sumamente molesto.

Más allá del coraje que representa para él quedarse de golpe sin El Cantil, lo más grave, advierte, es que desaparece­rá un espacio privilegia­do que ayudaba con sus áreas verdes a mejorar el medio ambiente. “Cuando eres un poco deportista, este tipo de lugares se convierten en parte de tu vida. Y no me dejaron ni despedirme, bueno, apenas me dejaron cruzar la puerta”.

“Aquí no pasó nada”

Efrén Cabrera, de 52 años y con casi tres décadas de usuario, dice que él estaba en El Cantil cuando tembló. Y resume en pocas palabras lo que le tocó vivir: “A la hora de la fuerte sacudida, el edificio se movió como la Tongolele, pero créeme, no le pasó nada. Es una mentira que digan que se cuarteó”.

En el dictamen firmado por el arquitecto Ernesto Ortigoza Gómez se informa que el inmueble quedó dañado, principalm­ente en trabes y columnas, y que es necesaria su demolición.

“Hemos pedido permiso para que ingrese al club un Director Responsabl­e de Obra (DRO) y no acepta la empresa. El Cantil no ha dado aviso de ninguna afectación a Protección Civil Coyoacán, que dirige Gylmart Baltazar Ochoa. No existen evidencias fotográfic­as de los supuestos daños”, dice María del Carmen Maldonado, una usuaria que no sale de su asombro porque de repente todo se acabó.

En 1986 la empresa sacó una póliza de servicios sin voz ni voto para los usuarios por 35 años. Vencía en 2021. En los tiempos de bonanza, en el 2005, unas mil 200 familias gozaban de las 13 canchas de tenis, la alberca olímpica, el campo de futbol, la casa club, la cafetería, el arenero, la cancha de basquetbol, los juegos infantiles y otras áreas.

A simple vista, se aprecia que El Cantil fue construido en un terreno firme, entre roca ígnea volcánica, y de acuerdo con el mapa de riesgos sísmicos de la Ciudad de México, no se encuentra en las delegacion­es marcadas como vulnerable­s. Ni siquiera está en la zona de transición.

Al igual que el Britania y el Casablanca San Ángel (éste último desapareci­ó porque sus dueños tenían un acuerdo con una inmobiliar­ia), El Cantil ha cerrado sus puertas. Sí tembló, pero los clubes deportivos ya no son tan buen negocio. El Smart Fit, los Sport City y Sport World, que no aportan áreas verdes, van ganando la batalla.

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