REFUGIO (A) TEMPORAL
Aun mes del 19-S, la frustración se suma a la tristeza, el enojo y la incertidumbre en la morada de miles de damnificados que aún esperan ayuda para reconstruir sus hogares. Este es el panorama de tres albergues en la CdMx
Somos un país centralista y, por ende, una ciudad igual. Los refugios de las zonas afectadas por el terremoto del 19 de septiembre no lucen igual alrededor de la delegación Benito Juárez que en lugares más lejanos como Iztapalapa, Tláhuac o Xochimilco, aunque la desazón es similar. En una perspectiva onírica, no debería diferenciarse la calidad de vida ni en ésta ni en otras circunstancias, pero “es México, wey”.
Del listado de albergues disponible en el sitio www.cdmx.gob.mx, seleccionamos los destinos que pudieran ofrecer una visión global, pero detallada, de las condiciones y necesidades en las que se encuentran los refugios y las personas que aún habitan en ellos.
Centro de Desarrollo Comunitario del Mar, Tláhuac
El camino por avenida Tláhuac conduce hasta la calle Gitana, en donde se encuentra el Centro Comunitario. Una caminata de diez minutos nos adentra hasta la colonia Del Mar. Al refugio le antecede una secundaria que tiene desplegado en su portón el dictamen de seguridad estructural que avala las condiciones del inmueble para ser ocupado. Por su parte, el Centro Comunitario Del Mar tiene en su acceso una lona que anuncia el uso temporal del sitio, “Albergue, damnificados por el sismo”. En su interior una pareja nos recibe, él limita su interacción a contactarme por teléfono con Gabriela Valdez Torres, jefa de Unidad Departamental de Asistencia Social de la delegación. “No puedes hablar con los huéspedes, pero yo te puedo dar información sobre el albergue”, advierte Valdez y cuenta que ese Centro Comunitario y el DIF de San Juan Ixtlayopan se habilitaron como “refugios temporales” y están a la espera de reubicar a los huéspedes con familiares o vecinos. En su defecto, según el tiempo avance, les conseguirán una fuente de empleo para que puedan ir generando ingresos durante su estancia. Hasta ahora indefinida.
Mientras tomo la llamada, leo un cartel que indica los horarios de “desayuno, colación, comida, segunda colación y cena”, así como el lapso en el que está disponible la regadera: 10 AM a 12 PM. Veo hacia el fondo del lugar, en un espacio equivalente a una cancha de básquetbol y cuento catorce camas y un sillón. Todo está replegado hacia una esquina, cama con cama, el resto del espacio, según observo, los huéspedes más pequeños lo ocupan para jugar. Sobre una cama resalta la silueta de un hombre mayor, está recostado boca arriba con la vista clavada en el techo. Tal vez cuenta los minutos para el siguiente refrigerio.
Valdez Torres continúa con su explicación, “se les ha brindado atención psicológica y atención médica, así como actividades recreativas. El único contratiempo que tuvimos fue un brote de piojos en una de las niñas, pero ya está controlado”. Prosigue, “en el DIF de San Juan hay alojadas ocho personas, en el Centro Comunitario, 17. Todos ellos están a la espera de que concluyan los trámites de valoración de sus viviendas. La gente quiere saber en qué momento se va a liberar todo el recurso del Fonden” y concluye con la solicitud de leche y azúcar para el albergue de San Juan Ixtlayopan. En el Centro Comunitario Del Mar, según Gabriela, hay recursos suficientes provenientes de esa y otras delegaciones.
Junto a la mesa de información en la que el personal del lugar controla el registro de visitas, hay un pizarrón. En él están escritas varias leyendas de superación, entre ellas resalta, “caer también es bueno, porque solo queda levantarte y subir más alto”.
El salado, Iztapalapa
Como un mal presagio relacionado al nombre de la colonia, una de las unidades erigidas sobre la calzada Ignacio Zaragoza, entre las estaciones del Metro Peñón Viejo y Acatitla, sufrió daños en la mayor parte de sus áreas comunes y en dos de sus torres de departamentos. Los vecinos, en respuesta a las indicaciones de Protección Civil, desalojaron sus hogares y, desde los días posteriores al sismo, han peregrinado en busca de un área para residir.
De acuerdo con Enrique, habitante de la zona, ha presenciado cómo los damnificados han sido retirados del camellón de la avenida Zaragoza y del Parque Patolli El Salado, hasta alojarse bajo carpas y lonas en el área del estacionamiento de su unidad. Sobre la reja que rodea la zona habitacional, reluce una manta con distintas pintas en letras grandes y pequeñas: “Somos damnificados del sismo”, “Queremos solución”, “RIP”. Enrique, quien también ayuda a coordinar los víveres para los vecinos, me invita a pasar al complejo para que dé cuenta de las afectaciones causadas por el sismo. Adentro, además del refugio improvisado, hay policías que vigilan que los cordones de seguridad no sean traspasados por los habitantes que vayan en busca de alguna pertenencia. Pavimento levantado, bardas con cuarteaduras y puertas con candados son algunas de las secuelas físicas del terremoto.
“Aquí se necesita de todo, despensa, pañales de las cuatro etapas, agua, leche, cosas de higiene personal, cobijas, colchonetas, lonas, polines, con lo que la gente pueda ayudar”, declara Enrique y a su testimonio se suma el de una vecina, quien, molesta, reprocha que hay gente que se ha aprovechado de la situación por la que atraviesan: “Han tomado fotos de los departamentos y cobrado el apoyo que dio el gobierno, incluso vienen por las cajas que nos donan y se las llevan. Queremos saber si nos van a reubicar porque no podemos vivir en estas condiciones”, remata.
Cae el atardecer sobre el campamento y la gente se reúne para ver qué llegó en una bolsa que, al parecer, contiene donativos. En el DIF ubicado en avenida Muyuguarda, esquina con Alahueltaco, las colchonetas se enrollaron hasta quedar en una esquina, como recuerdo del albergue que ahí se erigió hasta el 20 de octubre, día en el que las últimas personas que requerían ser alojadas ahí fueron reubicadas a otros refugios u hogares. Los días siguientes abrirá sus puertas para que las personas que lo necesiten, acudan por alimento.
Al decir adiós al lugar que la acogió tras recibir el aviso de que su vivienda, cercana a San Gregorio, era inhabitable; una mujer mayor, que prefiere conservar su identidad en el anonimato, me platica con un tono de resignación que se va a vivir con una vecina a la que “le construyeron su casa más fuerte” y de quien ya había recibido la invitación de hospedaje. “No me quería yo ir con ella, porque tenía fe de que en cualquier momento me dijeran que podía regresar a mi casa, pero la esperanza, como mi casa, ya la perdí”. Da un suspiro y se despide, mientras se aleja lentamente sobre la avenida.