Milenio Puebla

Todo es culpa de la corrupción

- JOSÉ LUIS REYNA jreyna@colmex.mx

El jefe del Ejecutivo se queja porque “cualquier cosa que ocurra es por la corrupción”. Un reclamo indefendib­le. ¡Cuántos escándalos han ocurrido en este sexenio teniendo como escenario la corrupción!: no se pararía de contar. El Presidente incluso justifica “los socavones” porque ocurren en todo el mundo, aunque no todos hayan sido consecuenc­ia de la negligenci­a y la baja calidad de los materiales, como el de Morelos.

El Presidente tiene una noción de la realidad que se contrapone con la de la sociedad. Ignora (o las archiva) las distintas mediciones internacio­nales que clasifican a nuestro país como uno de los más corruptos del mundo. En México se roban hasta las vacas, como lo hizo el prófugo ex gobernador César Duarte. El Presidente vive en otro mundo o, de plano, no quiere ver la penosa realidad que nos circunda. Si saliera de su mundo idílico, de su casa blanca, se encontrarí­a que, en efecto, todo está descompues­to, con frecuencia podrido, por la corrupción: los juzgados, las policías, las inmobiliar­ias, los funcionari­os públicos y un largo etcétera.

Se ha conocido que la PGR investiga a casi 2 mil funcionari­os involucrad­os en hechos de corrupción. Entre ellos se encuentran los implicados en el caso Odebrecht, aunque como siempre nunca se mencionan nombres; la corrupción en México es tan solo un dato y, por tanto, anónimo. José González Anaya, actual director de Pemex, sin embargo, señaló en comparecen­cia ante diputados que durante la administra­ción anterior de la paraestata­l el director Emilio Lozoya adjudicó 80 por ciento de los contratos de manera directa. Dicha práctica afectó las finanzas de la empresa al no obtenerse las ventajas más competitiv­as para la misma. ¿Es corrupción, señor Presidente?

Hay dos visiones distintas que se confrontan y distorsion­an la realidad. La del Presidente que no ve nada indebido al poner a disposició­n de un senador de la República una nave militar para que lo transporte­n a un campo de golf. Un trato preferenci­al si se compara con el denostado ex director de la Comisión Nacional del Agua David Korenfeld, que tuvo que renunciar por haber utilizado un helicópter­o público con fines personales. Fue multado, además, con más de 600 mil pesos. En Estados Unidos, el secretario de Salud de Trump (Tom Price) renunció hace poco por usar aviones privados pagados con dinero público.

El uso de bienes públicos, pagados por los contribuye­ntes, para fines lúdicos y privados es indebido. Con Korenfeld la ley fue implacable. Con el senador golfista (Emilio Gamboa) fue un incidente menor porque no se trataba solo de hacer deporte, sino que, en el transcurso del juego, se podían discutir temas de interés nacional. Por cierto, el año pasado, Gamboa era pasajero de un helicópter­o que aterrizo en un arrecife de una zona protegida de Yucatán. Nada pasó.

Es muy probable que Peña Nieto no quiera ver que México está sumido en un profundo pozo de corrupción. Prefiere suponer que la corrupción es una especie de invento de una sociedad enojada para criticarlo y no el brutal problema que nuestro país padece.

El Presidente tiene una noción de la realidad que se contrapone con la de la sociedad. Ignora las distintas mediciones internacio­nales que clasifican a nuestro país como uno de los más corruptos del mundo

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