Necesito gobernar durante 50 años
Señalen ustedes, amabilísimos lectores, un rasgo común a los caudillos de la izquierda latinoamericana, desde ese Nicolás Maduro que ha devastado su propio país hasta ese otro Evo Morales cuyas nacionalizaciones, por lo pronto, no han sido tan ruinosas para la economía boliviana, pasando por doña Kirchner —que se agenció organismos a modo para que en la Argentina no se divulgaran oficialmente las cifras de la inflación o el desempleo— y el señor Correa, el de Ecuador, tan intolerante a la crítica que emprendió una infame embestida contra los medios de comunicación que no lo glorificaban. Pues bien, sin esperar la masiva respuesta de ustedes me permito adelantar, con perdón, que lo que define primordialmente a estos personajes es el deseo de gobernar y seguir gobernando todo el tiempo, hasta las calendas griegas, o sea, el propósito de perpetuarse en el poder.
Consumada esta primera etapa, preguntémonos, ustedes y yo, por qué esta gente quiere seguir mandando más allá de los plazos habitualmente acordados en los regímenes democráticos representativos. ¿Será, acaso, que perciben que su posible legado —es decir, todos los presuntos logros que hayan alcanzado en un período con fatal fecha de caducidad— no serán preservados cuando un adversario político cualquiera gane las elecciones y se apoltrone en la silla presidencial? Pues, pudiera ser. Pero, entonces, ¿cómo es que Barack Obama se resigna estoicamente al advenimiento de un Donald Trump que tiene el maligno propósito de desmantelar todos y cada uno de los programas que emprendió, incluyendo esa iniciativa para colocar a los Estados Unidos, por vez primera, en el campo de las naciones civilizadas que garantizan atención médica a todos sus ciudadanos? Ese primer paso para crear un verdadero Estado social en la nación más poderosa de planeta, ¿no hubiera merecido que Obama intentara cambiar la Constitución para seguir reinando? Pues, no. El hombre se fue a su casa. Se sometió a reglas de la democracia, oigan.
Los otros, sin embargo, quieren seguir eternamente en el timón de mando. ¿No debiera, esto, resultarnos tremendamente sospechoso? ¿No tendría que despertarnos todas las dudas sobre las verdaderas intenciones de estos personajes “providenciales”, estos supuestos “salvadores”? Ustedes dirán…