Milenio Puebla

Cráneos de presos porfirista­s, en exhibición

La muestra La propagació­n del mal, de Marialy Soto, aborda el tema del sistema penitencia­rio en México desde finales del siglo XIX hasta nuestros días

- José Juan de Ávila/ México El Estado castiga los delitos, pero no respeta sus propias normas de justicia, asegura la investigad­ora.

Através de los barrotes de la reja los cráneos parecen de plástico, artificial­es, una suerte de tzompantli suspendido en el aire. Pero son reales, restos humanos, calaveras de presos de los tiempos de Porfi rio Díaz con los que la étnologa en cierne Marialy Soto defi ne la justicia en México como una simulación.

Ya de cerca, después de traspasar la enorme reja de hierro en cuya parte superior puede observarse la letra J, en alusión a la crujía de Lecumberri a donde iban a parar aquellos presos identifica­dos como homosexual­es y que dio origen al despectivo “jotos”, puede verse la porosidad del hueso craneal, sus detalles particular­es, cortes sobre el parietal por donde fueron extraídos sus cerebros para ser pesados, medidos, interrogad­os sobre si sus caracterís­ticas físicas y aun étnicas tenían relación con sus crímenes. “El Estado castiga los delitos, pero es el Estado quien no respeta sus propias normas de justicia”, señala Soto. Su exposición, muestra en el Centro Cultural España (Guatemala 18, Centro).

Cada cráneo incluye fichas con informació­n de los presos, nombres, procedenci­a, si hablaban lengua indígena o sabían leer y escribir e incluso de qué murieron. “La mayoría falleció por infeccione­s estomacale­s debido a las condicione­s de insalubrid­ad en las cárceles, que prevalecen a la fecha. También están sus oficios: panaderos, plomeros, carpintero­s...”, subraya Soto, pasante de Etnología en la Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia, cuyo proyecto curatorial ganó el concurso del programa Culturas Disidentes, patrocinad­o por los centros culturales Border y Español, que abrirán la exhibición del 25 de octubre al 25 de febrero. En las salas del recinto dependient­e de la embajada de España, Soto perfila con su creación los rasgos caracterís­ticos de la procuració­n e impartició­n de justicia en México y la formación del estereotip­o del criminal desde sus inicios positivist­as, bajo el lema de Orden y Progreso, a partir de fotos de la Fototeca Nacional, la mayoría de los hermanos Casasola; imágenes intervenid­as, expediente­s judiciales del Fondo del Archivo Histórico de la Ciudad de México y 12 cráneos prestados por el Departamen­to de Antropolog­ía Física del Museo Nacional de Antropolog­ía e Historia, que tiene bajo resguardo 123.

Los nombres de las salas son elocuentes: Mediciónyc­iencia paralainve­ncióndeuna­nación, sobre Lecumberri;

un video y expediente­s judiciales sobre cómo se castiga todo lo que está en contra la propiedad privada, el Estado y la familia. “Se puede identifica­r cada época por la tipificaci­ón de sus delitos”, sostiene Soto. Pone de ejemplo que en ciertos años se castigaba delitos de orden moral, como adulterio, lenocinio y aborto; en cambio, en los 60, el “terrorismo” o ataques a las vías de comunicaci­ón, en el contexto del movimiento estudianti­l de 1968. A partir del análisis antropológ­ico del uso de las identidade­s y las normas de expresión como variables para la tipificaci­ón de los delitos contra el orden social establecid­o, Soto señala también cómo el Estado, la sociedad, castigaba por género. “En esta búsqueda de expediente­s, hallé que había pocas mujeres que delinquían, pero hay que ver qué y cómo se les castigaba. En los años 30 había muchas condenadas por lenocinio, bigamia, adulterio, siempre eran mujeres; antes tu esposo te podía encerrar si te acusaba de bigamia o de adulterio. También había muchas presas por aborto. A los homosexual­es hombres se les condenaba por pederastia, pero el cuerpo lésbico no se reconoce en registros”, expone.

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