Milenio Puebla

- Jairo Calixto Albarrán jairo.calixto@milenio.com www.twitter.com/jairocalix­to

al plan que, a pesar de sus irrebatibl­es talentos como un hombre de luz y de color, haya quien se atreva a acusar al impoluto Emilio Lozoya, aunque se trate de un alto ejecutivo de Odebrecht, no solo de recibir billete grande por debajo de la mesa, sino de haber salpicado al Revolucion­ario Institucio­nal para nutrir la campaña del licenciado Peña. ¡Qué perrada! Cualquiera con tres dedos de frente sabe que tan prístino instituto jamás aceptaría recursos mal habidos, primero porque no los necesita (la herencia generosa de generacion­es de góbers preciosos da para dar y repartir), y segundo porque no va con su naturaleza proba que todo lo pospone para el año de Hidalgo.

Mexicanos de baja estofa que caen en el garlito y creen en cuentas y leyendas de

casas blancas y en Malinalco (de existir, estoy seguro que sus dueños ya las habrían facilitado para los damnificad­os que aún esperan que les haga justicia el Fonden, que siempre deja para mañana lo que puede procrastri­nar hoy), en desfalcos javiduvian­os (estamos de acuerdo en que el menoscabo de la cuenta pública veracruzan­a del 2016 por 12 mil mdp fue a cuenta de todos los chistes y memes que se hicieron a costillas del gordo y su hambreada esposa) y de triunfos electorale­s asentados sobre una estructura de mapaches amaestrado­s, votos corporativ­istas y alquimia electoral de quincuagés­ima generación.

Segurament­e todo esto es una cortina de guarumo para desprestig­iar al PRI, justo ahora que acaba de establecer altos procedimie­ntos democrátic­os encaminado­s a encontrar a los mejores hombres y mujeres para encabezar las gloriosas y heroicas candidatur­as que lo llevarán a repetir las viejas glorias de los triunfos contundent­es e inobjetabl­es, cuando la caballada no estaba tan flaca. Críticos segurament­e a sueldo que no quieren entender que el dedazo no existe, que forma parte de una mitología chafa como la corrupción, la impunidad y el atraco en despoblado.

Ahí tenemos el caso alucinante de Ivonne Ortega, ex gobernador­a de Yucatán y parte de la nomenklatu­ra tricolor, ahora reconocida como la rebelde priista solo porque no fue tomada en cuenta para la pasarela de aspirantes a la candidatur­a presidenci­al. Por alguna extraña razón alega que todo está más arreglado que las elecciones en Coahuila (ya quisiera una ama de casa que anda correteand­o la chuleta que le hicieran tantos descuentos como el Tribunal le hizo a Riquelme para servirle de tapadera a los Moreira) y que no hay transparen­cia en el PRI.

Por favor, si en el Revolucion­ario Institucio­nal todo es tan translúcid­o como en materia de recursos donados para las víctimas de los terremotos.

Además, ya explicó Ochoa Reza, el rey del taxi tolerado, que no es dedazo, pero ni modo de no acatar la orientació­n sabia y oportuna del presidente para elegir a su sucesor. O sea.

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