Milenio Puebla

CAMINO A CASA

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Nunca he estado en Nueva Orleans, jamás he recorrido sus calles ni he podido caminar en la secondline de los desfiles típicos de carnaval. Es un sueño frustrado hasta el momento, pero de alguna manera me siento ligado a esa ciudad. Sin duda este amor incondicio­nal está relacionad­o, por supuesto, con la música. En 2005 me enteré, cada día más triste, de las desgracias que vivió la ciudad y sus habitantes cuando Katrina arrasó con ella. Las imágenes de cuerpos flotando, de personas refugiándo­se en los techos de su casa, siendo rescatadas en lanchas y pequeñas barcas fueron amargándom­e la vida poco a poco.

Uno de los momentos más tristes fue cuando me enteré que Fats Domino fue rescatado de su casa y que el agua se llevó todo lo que poseía. Es la imagen del pianista quedándose en su casa para cuidar a su mujer enferma, a pesar de que la desgracia se cernía sobre ellos, una de las que mejor representa­n New Orleans: una ciudad que, a pesar de todas las desgracias, se mantiene fiel a sí misma, con un pie en la tradición y otro en la modernidad. Así también fue la vida y carrera de Fats.

¿Cómo llegó a mi vida? Pues en la niñez, como casi todo lo bueno en la vida. Recuerdo con toda claridad una canción. Es la música mi verdadera cuna porque está aquí desde que tengo memoria, y “Blueberry Hill”, tanto en la versión de Domino como en la de Louis Armstrong, me arropó desde mi primera infancia. ¿Quién la ponía en casa? No lo recuerdo, pero ahí estaba y me hablaba, aunque no entendiera nada en ese entonces.

De esa forma la música de Nueva Orleans me ha acompañado desde siempre.

Las noticias sobre Fats siempre llegaron a cuenta gotas. Hace poco pude ver la serie Treme, que explora la vida de Nueva Orleans después de Katrina. En el sexto capítulo de la temporada tres que apareció en el 2012, Fats hace un pequeño cameo, está sentado en el sillón de su casa creado a partir de la cola de un Cadillac rosa, casi inmóvil, parece un viejo gato gordo, y escucha a DJ Davis, el personaje interpreta­do por el actor Steve Zhan, quien lo invita a participar en una ópera rock que incluirá todos los estilos y grandes protagonis­tas de la música de Nueva Orleans. Fats se niega de la forma más dulce posible: tocando “Blueberry Hill”. Está viejo y cansado, la energía ha menguado en aquel rechoncho cuerpo y solo le interesa tocar en casa, ver a su familia y la comida creole.

Antes de la serie y los homenajes en los últimos años de su vida, me enteré de la muerte de su mujer en 2008, algo que lo golpeó con más fuerza que todo lo perdido por Katrina.

Fue Fats un músico atípico. Nunca se volvió tan famoso como Little Richards o Jerry Lewis, se mantuvo alejado de los escándalos que siempre empañaron y, al mismo tiempo, animaron las carreras de los rockstars; no estuvo enganchado a ninguna droga y no sentía placer por salir de gira. Incluso vivió en el mismo vecindario hasta que

Katrina lo corrió a los suburbios. Hacia 1995, después de una gira por Europa, decidió quedarse en casa para siempre con la excusa de que solo le gustaba la comida de su ciudad. En realidad, ya no sentía ánimo para alejarse de casa por tres o cuatro semanas. Hombre de familia, tuvo ocho hijos con Rose Mary Hall, con quien vivió casi toda su vida, desde 1947.

En lo único que coincidió con los rockeros de su generación fue en que su ascenso parecía infinito y su caída, vergonzosa. Por fortuna para él, nunca creyó demasiado en el brillante chisporrot­eo de la fama. Hacia el final, prefería estar rodeado de sus hijos y sus múltiples nietos que de fans, fotógrafos y periodista­s.

Si no cumplió con todos los esteretipo­s del rock, ¿por qué su muerte movió a periodista­s y músicos a hablar de él con cariño? ¿qué lo hace tan importante? La razón más significat­iva es que sin Fats no habría rock. Pero, hay más, es Domino el primer gran vendedor de discos en la historia del rock y también, el primero que introdujer­on al Salón de la Fama del Rock.

El asunto es así: el rock n’ roll nace a mediados del siglo pasado, pero Fats venía tocando algo muy similar desde que tenía 14 años, en 1942. Unos años más tarde, en 1947, consiguió su primer trabajo en una banda y también el apodo que lo acompañarí­a el resto de su vida. Hacia finales del 49, grabó “The Fat Man”, canción que le abrió las puertas del éxito del cual no se despegó hasta entrados los sesentas, cuando la industria musical se transformó por completo, dejando a Fats y otros viejos músicos exitosos olvidados en el museo del rock, aunque él siempre afirmó que no tocaba rock.

¿Qué era lo que tocaba Fats Domino? Pues algo conocido como BoogieWoog­ie, un estilo que se caracteriz­a por un ataque al piano percusivo, sobre todo con la mano izquierda. Pareciera que escuchamos un poderoso tren avanzando, sin pausa, directo, pero que traquetea con orden, de un lado a otro, es un ferrocarri­l con swing. La mano izquierda se trasladó con extrema sencillez a la armonía del rock and roll. Primero la guitarra y después el bajo se dedicaron a imitarla.

Tal cual, a pesar de que no fue Fats quien inventó el BoogieWoog­ie, por ejemplo, ahí están Meade Lux Lewis, Pete Johnson y Albert Ammons, quienes, cada uno, se adjudicaro­n la creación del estilo; fue Fats quien lo llevó a las listas de éxitos. Además de “The Fat Man”, Domino siguió cobrando regalías hasta el día de su muerte por canciones como “Blueberry Hill”, que fue número dos en 1956; “I’m Walkin”, número cuatro en 1957; “Be My Guest”, número ocho en 1959, y “Let the Four Winds Blow”, su último éxito de 1961, justo cuando su estrella comenzaba a declinar.

Todavía siguió luchando contra la marea de rock y pop durante tres décadas, y logró grabar grandes discos todo ese tiempo. Era complicado, porque el mundo se había transforma­do más rápido de lo que él pudo andar. Esto se debía a que Fats solo sabía tocar de una manera y, además, se negaba a buscar caminos diferentes. Poco a poco se convirtió en un artista que únicamente podía funcionar en lugares como Las Vegas. Su música se fosilizó, pero el trabajo importante ya lo había hecho. El estilo de Fats influyó en tantos músicos que nombrarlos se vuelve engorroso, solo con decir que van desde Elvis Presley, pasando por los Beatles, hasta los músicos de Jamaica. Se puede encontrar las reminiscen­cias de Domino en el ska, solo debe escucharse el ritmo de la canción “Be My Guest”. Además de que ahí aparece el skank del reggae, la línea melódica alegre de los metales son un antecedent­e directo.

En vida, sobre todo a partir de 2005, recibió múltiples homenajes. Supongo que siempre supo la herencia que dejó en la música. Que sean estas letras una despedida personal.

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