El colapso o el éxito de las naciones
E
l mundo anda de cabeza”. Así y de mil maneras expresamos nuestra desesperación y desconfianza ante la realidad que nos atrapa y se empeña en aniquilarnos.
Noticias domésticas y de todas partes nos saturan y aturden. Crímenes proditorios, abusos de poder y saqueos inmisericordes, daños a la naturaleza, pandemias, migrantes que huyen de la muerte, devastaciones por torrentes o sismos, y muchas calamidades más son alimento cotidiano para 7 mil 500 millones de pasajeros en la Tierra.
Pues sí, esa es la fragilidad e indefensión humana. Sería menos torturante carecer de raciocinio. Los humanos (que pertenecemos al reino animal) estamos en desventaja frente a otras especies, pues no obstante que los meramente animales nacieron para matar y morir, y que su instinto los alerta sobre riesgos de todo orden, padecen únicamente por heridas y enfermedades, o al ser atrapados por sus depredadores.
Nosotros no. Somos acosados por lo que nos sucede, por lo que no nos sucede y por calamidades que jamás padeceremos o que no existen.
Sin embargo, la filosofía nos enseña —y vidas ejemplares demuestran— que NACIMOS PARA SER FELICES, todo depende de nuestro libre albedrío. Porque la felicidad no implica la ausencia de penas o dolores, los supone y supera. Para alcanzar la felicidad se requiere lograr la mayor armonía entre el ser y el deber ser, esto es, procurar ser cada día mejores seres humanos. Si decidimos hacer el bien, por el bien mismo, asumiendo que nuestra vida es un instante que pasará inexorablemente a la historia y finalmente al olvido, viviremos conforme a nuestra naturaleza y creceremos ante la adversidad.
Los creyentes y los no creyentes en un Dios podemos coincidir en que hay UN
PLAN SUPERIOR que hace a los hombres iguales en su naturaleza y profundamente desiguales en dones y fortunas, pero que al final nos empareja la muerte.
De ahí que debemos procurar conocernos y conocer a los demás, entendernos y entenderlos, auxiliarnos y convivir, para ser verdaderamente humanos y, por ende, felices.
Está en nuestra condición nacer egoístas. El niño todo lo quiere para sí, lo demás no le importa porque lo desconoce, pero al avanzar su desarrollo mental constata su condición social, su dependencia de los demás; y será el entorno en que viva, el ejemplo que reciba y la educación que alcance lo que dará rumbo, fuerza y contenido a su destino.
Por eso la calidad de la educación decidirá la historia de los pueblos, y “el colapso de la educación es el colapso de la nación”.
Un amigo querido (MGZ) me recordó el letrero a la entrada de una universidad sudafricana:
“PARA DESTRUIR UNA NACIÓN NO SE REQUIERE DE BOMBAS ATÓMICAS O MISILES DE LARGO ALCANCE. SOLO SE NECESITA BAJAR EL NIVEL DE EDUCACIÓN Y PERMITIR QUE SE COPIE EN LOS EXÁMENES”.