ue muy difícil elegir mi disfraz para las fiestas de jalogüín porque había mucha competencia. Mi primera elección por su capacidad para horrorizar a la sociedad mexicana en su conjunto era el de la niña Frida Sofía, pero una chavita de Monterrey, seguramente adicta a Mafalda, se me adelantó. La otra opción era de otro ser monstruoso que causa estupor y miedo: el DRO, director responsable de obra, que en estos días post temblor se ha convertido en un espectro que ofrece su firma al mejor postor y ha dejado un reguero de embutes y desasosiego tremebundo.
También estuve tentado a embutirme en un traje de Ochoa Reza, acusando de simuladores y transas a la Barrales, Anaya y Dante Delgado (que cada uno tenía su chiste de día de dulce o truco, porque te podías poner un disfraz de departamento en Miami o uno de acumulación originaria de capital o de oportunista al servicio del Estado) al ritmo de “¡se van a clavar el dinero!”, en un tono francamente histérico que podía ser respondido con un “¿y tú qué hora traes?”
Hubo quien también me sugirió encarnar a Kevin Spacey en su papel del nuevo Harvey Weinstein, al que ya en el colmo de la exageración y la cacería de brujas le achacan el haber acosado hasta a Eugenio Derbez, ElBurro Van Rankin y Esteban Arce, no sé si necesariamente en ese orden. Digo, que no exageren como aquellos que se espantan ahora que resucitaron a Martita Sahagún para aspirar a la candidatura del PAN. Además, no puede ser peor candidata que Margarita Zavala, que nomás no logra juntar las firmas necesarias. ¡Qué raro, si es tan popular entre la tropa calderónica! Ni modo que la gente todavía le reproche el pacífico sexenio jelipista que quiere reproducir en el muy remoto caso de llegar a Los Pinos, y no le perdonan lo de la Guardería ABC. De veras, ¡qué gente tan rencorosa!
En algún momento valoré la posibilidad de calzarme una muy portátil botarga de Agustín Carstens para ser la botana de la
party, sobre todo ahora que dice que, si bien la inflación está que arde, en cualquier momento pasará de moda, que no nos preocupemos. Y no es que no le tenga confianza ni a él ni a sus matraqueros de las secciones de finanzas, que lo ven como si fuera Fey en bikini, pero por si las moscas salí a la calle a pedir para mi calaverota porque con una calaverita no alcanza.
Ya en el ácido contemplé la idea de disfrazarme de Trump, pero como ya está choteado, casi se me antojaba irme de reventón ataviado como agente de la CIA, planeando un bombardeo sobre Miami solo para echarle a Castro y sus barbudos, tal y como aparece en los archivos secretos JFK. Así las cosas, ya no parecen tan descabelladas las teorías de la conspiración que por años han dicho que Bush organizó el ataque a las Torres Gemelas.
Mejor me fui disfrazado del voto oculto tricolor, ejemplo de democracia, valentía y transparencia, ahí donde las concertacesiones hacen su nido.
¡Jalogüín! ¡Queremos jalogüín!