Fabula de Ferrusola
En el caldero de la bruja hierven las caras de por lo menos dos millones de errados catalanes que creyeron en el castillo de una ilusión absolutamente mariguana, feliz y utópica
a vieja bruja que prueba con su cucharón la bilis que hierve en su oxidado caldero, al pie del Tibidabo, mirando al Mediterráneo como si fuera su charco, es la madre que los parió: una camada de ratitas corruptas que hicieron agostos malversando fondos públicos al puro estilo PRI, bajo la ridícula sombra del patriarca san Jordi, que lleva en la babosa boca su propio dragón. No se engañe nadie: este Jordi endragonado ha firmado vergonzosos párrafos racistas donde exalta su catalanidad por encima de andaluces, sudacas y todo aquel que viene “de fuer” ponderando, como Goebbels, que se trata de razas inferiores, ociosas y malvivientes, por cierto ancestros de la niña de las trenzas con flequito y jeans gastados, la progresísima lideresa homónima de la cantante de rancheras Ana Gabriel que se dejó llevar en el envión de la locura catalana.
Al frente del contingente, un cobarde enredado que ha sido ungido como héroe por los amnésicos e ignorantes: Carles Puigdemont y su titiritero Artur Mas son un dúo de derechas deleznables, cuyos ancestros recibieron con el brazo en alto la entrada del dictador Franco a Barcelona. Ah, ¿verdad?: se derrumba el buen rollito en cuanto ahora sí hay que reclamar y poner en claro que miles de estudiantes e ilusionados independentistas no sabían que los estaban llevando más que al baile, al abismo, una panda de malversadores de fondos, corruptos fachas de la mentira constante, disfrazados como el Ogro estrábico y bonachón que consulta sus pisadas todos los días en el confesionario de una iglesia católica, donde seguramente siguen los párrafos del oprobioso libro Camino, de José María Escrivá de Balaguer, fundador el Opus Dei… y en ese tenor, la magnus opus del peor orfeu catalán ha engañado al mundo y los suyos con una proclamación de independencia que se desdijo a los pocos minutos de proclamarse, y luego una votación cantinflesca a urna cerrada que inmediatamente fue traicionada por el propio dizque president Puigdemont, que se tomaba una cervecita en Girona al mismo tiempo en que —por don de la ubicuidad— aparecía en la televisión leyendo su proclamación histórica, y luego desaparecer como un cobarde en rápida huida por Marsella hacia Flandes, como si no fuera Europa, como si de veras cree que cantando “Playa Girón” de Silvio resucitamos la ira contra el bloqueo histórico, o ladrando la vieja prohibición de la lengua catalana y citando la presencia de una dictadura muerta desde hace años, y demás rollitos “guay” se justifica pisotear la Constitución que gobierna a todos en España, la que garantiza que aquí no hay pena de muerte (como en otras latitudes), sino seguridad social universal y gratuita (no como en otras latitudes) matrimonio gay, servicios de transporte y comunicación de primera línea y un larguísimo etcétera, y con sus placebos han intentado convencer a todo incauto que se justifica incluso haber pisoteado el Estatuto de Autonomía Catalana, que favorecía ampliamente a un paisaje y paisanaje que no merecía la opereta de falsedades obviando no solo el desprecio por el Estado de Derecho y las leyes, sino el apoyo mismo de sus militantes, pues ¿cómo está eso de que te declaras independiente para seguir cobrando dineros del país del que supuestamente te independizas, y cómo que aceptas participar en elecciones que convoca el gobierno del cual supuestamente has logrado una secesión? El vodevil a la vera del Mediterráneo se completa con la vergonzosa verdad: intentaron comprar armas a la misma empresa que se las vende al Estado español (evidentemente avisado a los cinco minutos del primer pedido) y rompieron los papeles de una Constitución que les incomoda (evidentemente sin tener siquiera un primer borrador de la que proponían como sustituta) y se pasaron —“heroicamente”— por encima de leyes sin haber redactado las nuevas o ajenas o catalanas o como le quieran entender al desmadre ridículo de esta película de Berlanga, donde no supieron imaginar qué moneda sería su dinero, qué geografía sería su paisaje (lejos de España y lejos de Europa) o, incluso, qué liga albergaría a los gloriosos equipos donde milita tanto buen jugador. Eso es: en el caldero de la bruja hierven las caras de por lo menos dos millones de errados catalanes que creyeron en el castillo de una ilusión absolutamente mariguana, feliz y utópica, atrevida hasta en la ira con la que denostaron a Machado y a Serrat, pero absolutamente imbécil en la desgraciada decantación de todas sus mentiras.