Un disfraz del padrote Padres para Halloween
osas raras ocurren en un país como el nuestro, que no hay dos en la vida. Como nos gustan las películas del Santo, que ahora denuesta severamente el amigo Alejandro Pelayo, director de la Cineteca Nacional (se le olvida que las piezas fílmicas del Enmascarado dePlata son tan malas que son buenas, por eso todos veneramos El Santo
y Pepito en la Fepade), y esperamos que siempre un héroe nos venga a rescatar de todos los males y vicios de la patria, no sabemos valora al estado de derecho que, ciertamente, es un estadazo.
En vez de alegrarnos porque el padrote Padrés, ganador del premio Bob Constructor de Presas Secretas, ha ganado la batalla de los amparos que no desamparan ni de noche ni de día a los góberspreciosos, de inmediato nos agarra la depre. Como que por alguna extraña razón, solo atribuible a un sospechosismo mal atendido, esperamos que las criaturas de esta subespecie depredadora acaben en una cárcel de esas del Edomex eruvieliano donde El Tatos iba alegremente torturando a la humanidad. No debemos ser envidiosos. Solo porque nosotros somos pobres mortales que no podemos pagar los honorarios de esas firmas de abogados que nunca defenderían al diablo porque no le alcanza el presupuesto, no tendríamos por qué desearles que Eduardo Yáñez los agarre a cachetadas.
Antes al contrario: hay que entender que si un juez y un tribunal, la PGR y sus fiscalías hacen el trabajo con las patas (habrá gente mal pensada que supone que los agentes de la ley y los ministerios públicos podrían haber dejado adrede, en sus carpetas de investigación, intersticios de sinrazón para desinflar las acusaciones, cuando seguramente no se les da la investigación criminal como al muy calderónico inspector Poiré, que no Poirot), no es porque estén del lado del poder (lo que no sería reprochable, aunque haya quien reza porque los condenen a recolectar firmas para los candidatos independientes eternamente), sino porque representan los valores y las maravillas del sistema político mexicano, y no estamos para andar extraviando símbolos.
Ahí tenemos a los de Odebrecht; a los que todos los días les encuentran nuevos atracos y desfalcos, casi al nivel de los socavones económicos y sociales del Paso Express, sin que realmente ninguno de sus ejecutivos o funcionarios, supuestamente pasados por la terapia del maiceo, hayan caído en el tambo.
Eso es buenísimo. Porque imaginemos lo que pasaría si todos los señalamientos de desfalco de la Auditoría Superior de la Federación tuvieran un cien por ciento de efectividad y no el 1.2 por ciento, como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, México se quedaría sin la altísima burocracia y luego tendríamos que resignarnos a la orfandad de Estafas maestras, tan bonitas que son.
Alegrémonos de que en México no existe ni la impunidad ni la corrupción, que son únicamente strangerthings a la mexican
curious, disfraces para Halloween.