Milenio Puebla

Desconocía a Guadalupe, su hija. La invadía la angustia e intentaba salirse a la calle

Por su demencia, Luisa

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Luisa Méndez de Riestra murió a los 71 años a causa de un derrame cerebral tras una larga travesía por la demencia que casi vuelve loca también a su hija, Guadalupe Riestra, quien cuidó de su madre cada día durante tres años y medio: desde el 5 de agosto de 1991 — cuando la encontraro­n deambuland­o de noche cerca del Parque de los Venados— hasta el 15 de diciembre de 1994.

— Ese día enterré sus cenizas ahí, en el jardín —dice Guadalupe, sentada en el sillón de la sala, y señala con el dedo índice de la mano izquierda un limonero a través de la gran ventana que recibe la luz en esta casa llena de plantas en la colonia General Anaya.

Guadalupe no pudo embarazars­e. Lo intentó durante una década dolorosa y desgastant­e que terminó por separarla de Guillermo, el hombre con el que estuvo casada durante 15 años. A los 36, Guadalupe regresó triste y divorciada a casa de su madre. Su idea era independiz­arse lo antes posible.

— Una noche cené con un pretendien­te y al volver a casa me encontré en la entrada a una amiga que tenía cogida de la mano a mi mamá: la había encontrado perdida en la calle.

La demencia en Luisa Méndez comenzó con esporádico­s episodios en los que de pronto tenía la certeza de que era adolescent­e, que tenía 15 años y debía regresar con su mamá. Desconocía a Guadalupe, su hija, y el hogar. La invadía la angustia e intentaba salirse a la calle. Guadalupe se lo impedía y entonces Luisa se echaba a llorar. Olvidaba todo rápidament­e y se mostraba lúcida y alegre, como si nada hubiera pasado. Pero poco a poco, la lucidez se volvió infrecuent­e y los episodios de demencia cada vez fueron más constantes y violentos.

— Que no me reconocier­a me partía el alma, con un dolor que no podía soportar. Llegó a golpearme y comencé a tener ataques de pánico en los que sentía que iba a morir asfi xiada.

Luisa Méndez de Riestra lleva 13 años muerta. Trece años en los que cada 2 de noviembre su hija Guadalupe le reza ante el árbol bajo el cual están enterradas sus cenizas. Es un limonero enano, que Luisa y Guadalupe sembraron juntas en abril de 1978, cuando Guadalupe tenía 24 años y aún estaba vivo Santiago Riestra, padre y esposo — enterrado en el panteón de Dolores—, abogado penalista cuya obsesión por la botánica lo llevó a llenar de plantas esa casa de la colonia General Anaya, en la que fueron una familia.

— Cambio la decoración floral cada año, más o menos, pero la apariencia de la casa es muy parecida a la que tenía hace 30 o 40 años —dice Guadalupe mientras se pone de pie y sale al jardín.

Es una mujer de 63 años cuyos movimiento­s resultan sorprenden­temente dinámicos y elásticos. Guadalupe avanza hasta estar ante el limonero. Se agacha y comienza a bajar lentamente la cabeza hasta apoyar su frente sobre las raíces del limonero que protegen las cenizas de su madre.

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