éxico es un país fundamentalmente raro, y a veces hasta rarísimo. Por ejemplo, nuestra
opinocracia naconal a la que regularmente le da por la histeria y la paranoia, se puso peor que Gloria Trevi cuando en una entrevista le dijeron que tenía 57 años de edad (un capítulo más de Lo callamos las
chavorrucas), solo porque en la Asamblea de la Ciudad de México hubo un agarrón de trenzas, mentadas y empellones entre los diputeibols de Morena y el PRD. Digo, independientemente de que se pelearon por un tema de inversión de recursos, fue bonito ver a los legisladores bien despiertitos dando la batalla, repartiendo verbo florido, en vez de tenerlos ahí jetones, jugando Candy Crush o viendo porno.
Así, en vez de rasgarse las vestiduras como los Moreira y Fidel Herrera ahora que los acusaron de recibir cochupos de los Zetas (no creo que esta banda delincuencial quisiera enredarse con esta clase de personajes que nada más los desprestigiarían), deberíamos de agradecer a estos diputeibols que nos hayan proporcionado un entretenido espectáculo, mucho más agradable que el dudoso show del Senado que cuando no quiere votar en lo oscurito se gasta un millón de pesos al mes en estacionamientos que, además, paga por adelantado. En vez de obligar a los senadores a que cuando menos se den un baño de pueblo, se les consiente hasta la ignominia. Digo, al igual que la SEP, que gasta fortunas por unas instalaciones que son un atentado contra el sentido común, mientras se improvisan aulas en los Viveros de Coyoacán. No me extrañaría que el Nuño Artillero esté más preocupado por ponerse un jacuzzi en la oficina que por resolver el pequeño caos que trae a cuestas. Mejor los del Coco Bongo, en Juchitán, tienen su antro de noche que en la mañana es una escuela primaria, ejemplo que deberían seguir los de Odebrecht para medio reinvidindicarse al tener sus oficinas de repartición de maiceos para funcionarios en el turno mantutino y en el vespertino sostener varias secundarias.
Eso sí: todas nuestras fantasías surrealistas se superaron al ver una imagen que ni a Luis Buñuel ni a Salvador Dalí juntos se les hubiera ocurrido para El
perro andaluz: una familia transportando un ataúd en el Metro. En un principio pensé que ahí se llevaba el cadáver de la PGR. O más bien el fiambre de la app del INE, que está hecha con las patas y gracias a la cual se extendió el periodo para que los partidos junten sus chingomil firmas, más o menos hasta que el Cruz Azul sea campeón.
Luego se supo que todo era culpa de la maldita pobreza y por no tener un paraíso fiscal cercano a su corazón, porque esos compatriotas no habían podido pagar ni el boleto de su muertito.
Si el dotor Meade no estuviera choreando a Mancera con lo del Fonden, seguro que él hubiera pagado las pompas fúnebres.