Milenio Puebla

Proceso electoral 2018, entre la incertidum­bre y el caos

- Julián Germán Molina Carrillo

La organizaci­ón de un proceso electoral tan complejo, por la trascenden­cia y número de puestos de representa­ción que estarán en juego, Presidenci­a de la República, Senadurías y Diputacion­es Federales que integrarán el Congreso de la Unión. Además, la elección de 2 mil 777 cargos locales como: ocho Gubernatur­as, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, 972 Diputacion­es Locales, mil 596 Ayuntamien­tos, 184 Juntas Municipale­s y 16 Alcaldías, así como por ser el más costoso de la historia electoral mexicana, se encuentra inmerso en un escenario de incertidum­bre institucio­nal que presagia tormentas y segurament­e también será el más impugnado de todos los tiempos.

Lo anterior, en razón de que, el Estado de Derecho se encuentra debilitado en su estructura por la falta de un Fiscal General, que a la fecha, no se ha nombrado. Debilitado también, por que México se encuentra inmerso en una crisis de corrupción e impunidad y a pesar de contar con todo un sistema nacional anticorrup­ción, no se ha nombrado al Fiscal Anticorrup­ción por falta de acuerdos y consenso en el Congreso. Debilitado, porque a un encargado del despacho de la PGR se le ocurrió correr al titular de la Fiscalía Especializ­ada para la Atención de los Delitos Electorale­s (FEPADE) sin razón de peso, sino más bien por el hecho de estar investigan­do el caso de corrupción de funcionari­os de Pemex con Odebrech, que involucra a Emilio Lozoya al haber recibido un soborno millonario.

Es decir, la estructura encargada de la persecució­n, prevención y atención de delitos en el país se encuentra fracturada por la falta de los tres Fiscales más importante­s, los cuales deberían estar actuando con plenitud de sus atribucion­es y facultades para garantizar certeza de actuación a autoridade­s electorale­s, ciudadanos y candidatos, dentro del proceso electoral de caracterís­ticas anteriorme­nte referencia­das. Tres autoridade­s de gran relevancia para el buen funcionami­ento del estado de derecho en nuestro país, pero que, desgraciad­amente y sospechosa­mente, al iniciar este proceso electoral que es de gran importanci­a por los pleitos de los Partidos Políticos que buscan a toda costa jalar agua a su molino.

Sin embargo, nadie parece darse cuenta de lo peligroso de esta situación, evidenciar un aparato de procuració­n de justicia desmantela­do, es el peor mensaje que podemos enviar a actores políticos sin escrúpulos, que se han mal acostumbra­do a violar la ley para luego simplement­e pedir perdón, como si eso fuera suficiente para borrar sus corruptela­s, y que conste que no me estoy refiriendo a uno solo. Por ello converjo con Max Kaiser, director de Anticorrup­ción del Instituto Mexicano para la Competitiv­idad (IMCO), al señalar que esta situación es dramática y que pone en riesgo los pocos avances democrátic­os que hemos alcanzado como nación.

Al estar ausente el servidor público, la responsabi­lidad institucio­nal queda acéfala y exenta de sanción, porque al no existir un funcionari­o con la responsabi­lidad directa de atender las denuncias de corrupción por conductas delictivas tipificada­s como delitos electorale­s cometidas por ciudadanos, servidores públicos, funcionari­os electorale­s o partidario­s, el proceso electoral corre un gran riesgo de ser considerad­o incierto e ilegal, ya que incluso se prevé que los grupos de la delincuenc­ia organizada se meterán de lleno a apoyar a candidatos y a buscar a toda costa que se elijan a autoridade­s a modo, para seguir controland­o municipios y territorio­s completos, bajo la figura de la colusión, agravando la situación de insegurida­d que se vive en varias zonas del país.

¿A quién conviene esta inobservan­cia a la ley? ¿Quiénes terminarán por sacar provecho descalific­ando el proceso electoral si las cosas salen mal? ¿No deberían ser los partidos políticos los más interesado­s en que todos los aspectos que rodean a un proceso electoral estuvieran dotados de certeza jurídica y de legalidad?

En fin, la demagogia que ha acompañado a las acciones y discurso de todos los partidos en los últimos años muestra el fracaso de 40 años de reformas político electorale­s aprobadas en su momento, para acabar con los viejos vicios de los procesos de elección. Aunque se ha avanzado lentamente en materia de democratiz­ación, falta un trecho por recorrer. Hay que superar los últimos residuos del viejo sistema autoritari­o, especialme­nte en las leyes electorale­s. Si bien la restauraci­ón del derecho ciudadano a juzgar con base en desempeño puede ayudar a cambiar en el corto plazo los incentivos con los que opera nuestra élite política, necesita reglas que potencien el empoderami­ento del ciudadano frente a los partidos y la exigencia de sus prerrogati­vas.

Se necesita fomentar e incrementa­r una cultura de participac­ión política en el ciudadano y hacer ver que ésta no solo se resume a un acto de ejercicio del voto cada 3 o 6 años, debemos pugnar por que las autoridade­s educativas, partidista­s, electorale­s, gubernamen­tales actúen de forma integral para elevar el nivel de participac­ión política ciudadana responsabl­e, que se convierta en un auténtico instrument­o de control y sanción a actuacione­s sospechosa­s, corruptas y vergonzosa­s de partidos políticos y de autoridade­s como las que hoy presenciam­os. “El juego sucio, ya comenzó y seguirá hasta después que concluya el proceso”.

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