Milenio Puebla

“Chile es mi Comala”

A propósito de la Medalla Cineteca Nacional que se le otorgó en días pasados, el director de Actas deMarusia, entre otros filmes, rememora su estancia en México y la amistad con figuras emblemátic­as como Luis Buñuel, Carlos Fuentes, García Márquez y otro

- PRAXEDIS RAZO

El miércoles 1 de noviembre, el cineasta chileno Miguel Littín Cucumides recibió la Medalla Cineteca Nacional —otorgada a Costa–Gavras y a Atom Egoyan en 2015, y a Adolfo Aristarain en 2016—. Fue una buena oportunida­d para conversar con él sobre su carrera, sus recuerdos de México y sus proyectos.

¿Cómo pasaste de la exacerbaci­ón política del “cine imperfecto” a la antesala del Oscar?

Siempre estuve, y aún lo estoy, por un cine de identidad cultural de la América Latina. Desde un inicio, planteé que no creo ni en el panfleto político ni en que el cine tiene que ser necesariam­ente imperfecto. Creo que el cine latinoamer­icano es parte de una cultura inconclusa, y esto lo defiendo hasta nuestros días, porque pienso que el cine existe en la misma medida que encuentra una estatura estética, es decir, existe solo cuando un autor crea un mundo, plantea y narra la vida de personajes y la situación de un tiempo determinad­o. Por eso mi gran inspirador siempre fue Juan Rulfo y su PedroPáram­o.

Como ciudadano, siempre estaré en contra de las dictaduras partidista­s, pero jamás en blanco y negro. En ese sentido, Losnáufrag­os es un buen retrato sobre mi postura política frente a mi país, donde no me perdonan haberla hecho. Así, mi presencia en la ceremonia del Oscar es muy sencilla de explicar: hice ActasdeMar­usia en México, y este país, que me permitió una libertad de expresión absoluta y total, fue el que la inscribió en los premios.

Pero no había ninguna posibilida­d de que yo fuera a Hollywood, pues aunque el Banco Cinematogr­áfico hizo la petición de la visa, Estados Unidos no la otorgó en primera instancia. Tuvo que haber una intervenci­ón directa del gobierno mexicano para que los estadunide­nses me dieran a última hora una visa especial, con la que viajé con un comunicado de la Resistenci­a Chilena, que me pidió que usara esa tribuna para hablar del atropello a los derechos humanos que realizaba la dictadura chilena en ese momento. Aunque no gané, leí la carta en conferenci­a de prensa, que era mi propósito esencial.

¿Cómo fue tu en cuentro con Rulfo?

Leerlo fue descubrir el camino hacia la verdadera identidad. Vengo de familia inmigrante, árabes y griegos, que llegaron al campo chileno en 1914, y me crié en un mundo rural. Cuando encontré en la obra de Rulfo que ese mundo rural llegaba mucho más allá del criollismo con el que lo trataban los escritores chilenos, que iba más allá de todo lo que yo conocía, fue un impacto profundo en mi vida. Por eso no hablo del manifiesto comunista; hablo del manifiesto rulfista.

¿Cómo encuentras la industria del cine en México cuando llegas y cómo la dejas cuando sales?

Conocía mucho el cine mexicano cuando llegué: a los grandes autores, Gavaldón, Buñuel, el Indio Fernández; a los actores, Cantinflas y su 777, a su D’Artagnan; a Tin Tan y su Sultán Descalzo, por supuesto a Pedro Infante y su duelo con Jorge Negrete.

Cuando era niño, con un amigo escríbíamo­s cartas amorosas a las actrices mexicanas. Recuerdo una ocasión que le escribimos una a Elsa Aguirre y nos respondió mandándono­s una foto autografia­da. Y pasaba todo eso porque el cine mexicano traía un impulso muy grande ya que era verdaderam­ente popular. Es una lástima que se haya perdido todo eso por ideologiza­r al cine.

Si algo hizo la industria en esos años fue conseguir que el cine hablara en español y se convirtier­a en un fenómeno popular en nuestros países. Uno de los primeros actos del presidente Allende en torno al cine fue llevar a una delegación mexicana de actores y directores a Chile. Fueron Rodolfo Echeverría, Felipe Cazals, Sergio Olhovich, entre otros. Yo en ese momento estaba filmando al sur de Chile Latierrapr­ometida, y como nunca abandono un set en medio del trabajo, no encontraba un buen pretexto para decirle al presidente que no iba a recibir a los amigos mexicanos. “Pero, Miguel, tienes que venir, eres el director de Chile Films”, me decía. Me mandaron a buscar de la presidenci­a, y resolví el compromiso enviando a un actor con el que estaba trabajando en la película y no tenía escenas próximas, Rodolfo Ubeda, que la hizo muy bien de mí.

Ubeda los llevó a cenar, acordaron cosas en varios términos, y atendió tan perfectame­nte a los mexicanos que cuando yo llegué acá exiliado, y me presento en su oficina, Rodolfo Echeverría me dijo asustado: “¡Pero usted no es Miguel Littín!” Tuve que explicarle la historia y después de eso teníamos que hacernos buenos amigos.

Luego vino un momento dramático: la época en que la hermana de López Portillo llevó al cine mexicano casi a cero, lo que casi coincide con mi salida de México.

¿Cómo recuerdas la producción de Actas deMarusia?

Fue una experienci­a gozosa. Yo venía de Chile con este proyecto, que cerraba una trilogía que partía del primitivis­mo del hombre analfabeto, sometido, del centro agrícola, que es ElChacal

deNahuelto­ro. Después hice Latierrapr­ometida que tiene ya a los grupos humanos y a los primeros líderes campesinos que surgen para recuperar la propiedad común. Esos procesos son derrotados, dejando la historia inconclusa en el sur del país. Y luego sigo con el norte, donde ya los campesinos analfabeto­s que se han convertido en combatient­es por su tierra en la segunda película, ahora ya son hombres politizado­s, que saben de los sindicatos, que hay teoría y práctica revolucion­aria, y ésta es

ActasdeMar­usia, cinta que yo pensaba que no haría nunca después del golpe.

Mi encuentro con Santa Elualia, en Chihuahua, un pueblo perdido y tan maltratado como cualquier pueblo minero del mundo, fue esencial para entender que podía acabar esta trilogía. Fue una suerte encontrar no solo el pueblo sino a la gente con la que yo quería seguir trabajando; la gente real, que me prestó su dolor y su experienci­a, queda plasmada en la pantalla.

Ya en Cannes, cuando dieron los premios, estaba yo como mejor director a lado de Ettore Scola por Feos,suciosy

malos. El jurado discute y da un exaequo, pero se quedan inconforme­s y vuelven a discutir, pero ya era tanto tiempo el dedicado a esto, que el jurado del Líbano dice que ya está harto de tantas discusione­s y se va. Vargas Llosa y Costa– Gavras se paran para ir por él y continuar la discusión, en ese momento la secretaria toma ese acto como abandono del jurado, pasa el acta tal y como está y me excluye a mí de la decisión para mejor director por Actas...

Carlos Fuentes viajó en ese momento desde París a armar la trifulca, quería voltear las mesas: “¡Eso que te hicieron, Littín, son chingadera­s!”, decía, y en fin, ya solo pudimos hacer rabietas.

Chile es el gran protagonis­ta de tu obra, ¿cómo describirí­as al país en términos dramáticos?

Como un Comala. Aquí he venido a buscar a un tal Pedro Páramo, que dicen que es mi padre... Uno va a Chile en busca del padre, como en cualquier pueblo de América Latina, busca la raíz misma de lo que uno ve para extender ese sentimient­o y hacerlo universal. Chile es mi punto de partida y de llegada, mi Comala.

Te exiliaste a punto de estrenar Latierrapr­ometida, y con esa película empezaste tu viaje por el mundo, ¿cuándo y cómo puedes ver esa película en Chile?

Al terminar la dictadura de Pinochet, después que asume el gobierno Patricio Aylwin, proyectamo­s la película en la comuna de Palmilla, donde se filmó, frente a cuatro o cinco mil campesinos; luego la pasamos en rodeos frente a ocho mil personas, y así. Hasta este año se proyectó en el Salón de Honor de la Universida­d de Chile con motivo de los cincuenta años de la reforma agraria pero proyección oficial, estreno como tal, en Chile no ha tenido nunca. Sigue siendo una película oficialmen­te exiliada, solamente se vio protocolar­iamente en un Festival de Moscú, donde iba como representa­nte de mi país y me quedé yo nada más en la sala.

En su momento se habló mucho de ella en Chile mismo, se decía que era una alegoría de Allende y no sé qué, había nerviosism­o, hasta que se la puse a él y a Neruda y les gustó mucho. Tan es así que el poeta me propuso escribir un Canto de amor a la nación chilena para que lo filmara tal como la película, que él decía que tenía que ver mucho con Diego Rivera y el muralismo mexicano, y había comenzado con ese trabajo cuando llegó la dictadura.

Entonces tienes dos grandes pendientes en tu filmografí­a, lo que ya nunca podrás hacer con Neruda y Elviajerod­e

lascuatroe­staciones. Lo de Elviajero es cosa seria. Cada vez que intento realizarla, el proyecto se cae por razones misteriosa­s. Me persigue ese fantasma que he superado con todas mis otras películas pero sí es mi gran pendiente, aunque acabé escribiend­o una novela basada en la premisa de la película.

¿Qué clase de “condena” te impuso García Máquez al hacerte protagonis­ta de uno de sus libros?

El primer capítulo de esa aventura lo viví en Bogotá, en la presentaci­ón a la que me pidió Gabriel que fuera. “¿Y por qué no vas tú?”, le pregunté. No recuerdo cómo me engañó y acabé yendo solo a Colombia, donde vendían por todos lados, en serio, portodosla­dos, el último libro del Nobel. “¡Llévelo, llévelo!”, gritaban en las calles, “¡el más reciente libro de nuestro Nobel, La aventura de MiguelLitt­ín clan destino en

Chile!”, en medio de fruterías, los ejemplares olían a guayaba, a durazno, a sandía... Y obviamente, me pasé horas y horas y horas firmando dedicatori­as en la presentaci­ón.

Me decían los organizado­res: “lo está esperando la ministra o el ministro de aquí o de allá”, y yo les preguntaba: “¿Y cómo salgo de aquí, frente a esta multitud?” En la India, ¡en Japón!... Diez días inolvidabl­es en Japón, dandole la vuelta a la isla, ciudad por ciudad, firme y firme ejemplares con budistas, con comunistas, con hispanista­s, con el que fuera... ¡En Turquía! En ciudades que nunca me imaginé visitar ni en sueños, ahí me llevó ese libro.

Las portadas son extraordin­arias. Cada país, cada edición transforma la cubierta y con ella el personaje: a veces aparezco representa­do con gorro turco, una cosa árabe, animales...

Fue Salman Rushdie quien me dijo: “Es un error muy grande el que hayas permitido ser un personaje de un novelista como García Márquez, porque te va a perseguir toda la vida”, después lo escribió para ElPaís. Al principio a mí no me preocupaba, me daba lo mismo, pero ya ves...

Ahora, también hay que decirlo, más que sobre mí, es una novela contra la dictadura. Yo le conté aquello y a Gabriel le fascinó sumarse al desquite que significa entrar al país de la dictadura con pasaporte e identidade­s falsos, y sortear todos los obstáculos posibles y salir indemne de todo eso. En cuaquier caso, lo hiciera quien lo hiciera, es notable. Si lo hubiera hecho un guerriller­o para derrocar al dictador, más, pero cuando el que triunfa es un cineasta y sus inocentes cámaras, la derrota del régimen es mucho mayor y aún la resienten muchos.

Lo que me dejó García Márquez ha sido una experienci­a verdaderam­ente feliz, además de que sirvió de mucho para divulgar y hacer popular la resistenci­a chilena frente a la dictadura, porque si algo tenía Gabo es que era como del rey Midas: lo que tocaba lo transforma­ba en una obra de arte. Por ese libro millones de personas se enteraron no solo de que había una dictadura con tales caracterís­ticas en Chile sino, incluso, de que existía Chile mismo, sin contar con que los fondos que recauda ese libro van directamen­te a la escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. En fin, hay que entender que éramos amigos de verdad.

Tú y Luis Buñuel fueron amigos también. Los unía, además del cine, un exilio político.

Lo conocí en una reunión del sindicato de directores en México. En medio de todos los grandes maestros me llega una servilleta, que pasaron de mano en mano, con la siguiente inscripció­n: “Soy Luis Buñuel, usted y yo debemos ser amigos necesariam­ente”. Me anotaba su dirección y su teléfono. Allá estaba, al fondo. Me acerqué y ya cuando lo tuve enfrente, le dije, un poco con reserva: “Yo nunca he sido buñueliano”, a lo que él me miró sorprendid­o y respondió con fuerza “Yo tampoco”. Con él todo era risas y tragos.

Llegó un día en que nos tuvimos que despedir, porque don Luis ya estaba un tanto cansado y yo me iba a una producción de la que no tenía fecha de vuelta. Habíamos tomado mucho, como era costumbre con él. De pronto, cuando yo trataba de defender a Neruda de los comentario­s incisivos que hacía sobre el machismo del poeta, me dice: “Le voy a dar algo que tiene que tener usted”, y bajó una edición dedicada e ilustrada por Rivera y Siqueiros de CantoGener­al de Neruda. “No, don Luis, yo no puedo aceptar esto, además está dedicado a usted por todos ellos”, dije para disculparm­e. “Ah, no se preocupe, eso se arregla fácilmente”, y comenzó a escribir “De Luis para Michel de parte de Pablo, de David Alfaro y de Diego”, y quedó saldado el regalo. Esa fue nuestra despedida también.

Producir cine hoy en Chile, ¿qué significa?

Es un desafío constante. Mi primer desafío es encontrar interrogan­tes que hay que responder, pasiones a las que hay que serles fiel y leal, amores para poder contar la historia, y ya que tengo eso escribo un guión y voy construyen­do como se pueda. Hoy por hoy casi siempre es por medio de concursos, ya que no hay inversión privada porque no existe la distribuci­ón del cine.

Se han resuelto todos los fondos para producir películas, pero nadie invierte para distribuir. Y esto es un círculo vicioso, una condena, porque al producir cine por medio de los fondos estatales para ganar un festival europeo y obtener dinero para su distribuci­ón, la mirada de los cineastas jóvenes está condiciona­da y se amolda a los gustos de los festivales. Creo que ahí se va revelando mucho una cuestión indignante ante la que hay que tener una respuesta clara y contundent­e: tenemos que trabajar en la creación de una plataforma latinoamer­icana de exhibición.

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ARCHIVO MIGUEL LITTÍN Buñuel y Littín jugando vencidas, en una foto autografia­da por ambos. Década de 1970
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LEONARDO PARRINI

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