Milenio Puebla

El beso gay, Sintumirad­a y más

- alvaro.cueva@milenio.com Álvaro Cueva

Hoy lo voy a criticar a usted, el público que mira las telenovela­s mexicanas.

¿Por qué? Por su espantosa reacción ante el final de El vuelo

de la victoria que se transmitió el domingo pasado en Las Estrellas.

No puede ser que nos la pasemos pidiéndole a empresas como Televisa que dejen de hacer lo mismo de siempre y que cuando se atrevan, las ataquemos tal y como sucedió esa tarde en las redes sociales.

En el remoto caso de que usted no sepa de qué le estoy hablando, le explico:

El vuelo de la victoria, en lugar de acabar, como casi todos los melodramas de este año, con una mujer amarrada o con una balacera en una azotea, acabó con algo más original.

¿Qué? La revelación de que todo lo que vimos durante meses no había sucedido, que todo había sido una invención literaria de la protagonis­ta para tratar de superar su miserable existencia.

No es la primera vez que vemos algo así. Acuérdese de los

desenlaces de grandes clásicos como Muchacha italiana viene a casarse con Angélica María o El extraño retorno de Diana

Salazar con Lucía Méndez donde, en el último momento, nos enterábamo­s que todos había sido un sueño.

Pero hace muchísimo que Televisa no nos sorprendía con esta clase de recursos. Fue distinto, valiente.

¿Y qué dijeron en las redes sociales? Que qué porquería, que no se había entendido, que qué perdida de tiempo.

¡No lo puedo creer! ¿Entonces qué quiere la gente? ¿Los mismos finales de toda la vida?

¿Por qué un arrebato de creativida­d se les hace una porquería y el hecho de que la televisión mexicana promueva los feminicidi­os vendiéndon­os la imagen de una mujer amarrada como algo aspiracion­al, no?

¿Con qué cara la pedimos a nuestras televisora­s que sean congruente­s si nosotros mismos somos los primeros en contradeci­rnos?

A mí me llenó de orgullo el desenlace de El vuelo de la

victoria. Quiso ser memorable pero esta vez, a diferencia de lo que sucedía en los años 70 y 80, no lo consiguió… ¡Por culpa del público!

¿Y qué fue lo que entró en lugar de El vuelo de la victoria en Las Estrellas? Sin tu mirada, una nueva versión de Esmeralda.

¿Cuál es la nota? Algo que no tiene que ver con esta telenovela: su programaci­ón.

Sin tu mirada no arrancó ni en domingo ni en el horario original de El vuelo de la victoria. Comenzó una hora antes obligando a Como dice el dicho a subir y colocarse al lado de La rosa de Guadalupe. ¿Y? Que esto es un cañonazo.

Sin tu mirada, en lugar de bajarle los números a Televisa, como era obvio que iba a suceder, comienza de poquito para que Como dice el dicho suba el

rating, La rosa de Guadalupe lo dispare y a partir de ahí a todos los programas de Las Estrellas les vaya bien.

Es muy interesant­e lo que está ocurriendo aquí porque ya no estamos hablando de telenovela­s, estamos hablando de negocios. ¿Y Sin tu mirada? ¿Está buena? Si estuviera buena los ejecutivos de Televisa la hubieran programado en el horario de Caer en tentación.

Digamos que lo que sucedió ahí fue que un puñado de creativos tomó un clásico, lo bajó de categoría y al bajarlo de categoría garantizó su funcionami­ento en un horario menos afortunado. Ni caso tiene comparar Sin

tu mirada con alguna de las 14 mil exitosísim­as versiones de

Esmeralda que se han hecho en Venezuela, México y Brasil.

Aquí nunca nadie pensó en hacer algo relevante. Por eso el reparto. Por eso el presupuest­o.

Pero de eso a ver un producto de 1974 como El Chavo, pues eso.

¿Ahora me entiende? Aquí hay sabiduría, pero no sabiduría creativa, sabiduría empresaria­l.

Televisa está manejando muy bien sus fichas sin la dirección de Emilio Azcárraga y si no me cree, póngase a pensar en la nota de la semana: el beso gay de Papá a toda madre.

Estamos de acuerdo en que es fabuloso que un melodrama mexicano sea tan abierto como para mostrar una relación entre personas del mismo sexo en

televisión abierta privada nacional, ¿verdad?

¡Pero qué cree! La homosexual­idad no solo está presente ahí. La tenemos en Me declaro culpable, La hija pródiga y Las malcriadas.

¿Por qué nadie ha celebrado la apertura de esas otras emisiones? ¿Por qué nadie habla de otros antecedent­es con y sin besos?

Porque los que se supieron mover a nivel medios y redes sociales fueron los señores de la producción de Papá a toda madre.

Todo es percepción. Todo es un truco para llamar la atención de las audiencias. Se vale.

Lo curioso es que no hay escándalo ni de las autoridade­s, ni de las asociacion­es que luchan por impedir la difusión de este tipo de contenidos ni de la mismísima comunidad gay.

Es como si nada de esto estuviera pasando. Es como si, en el fondo, como le dije al principio de esta columna, lo que el público de la televisión abierta privada nacional quisiera no es un cambio sino un retroceso, un volver a lo mismo. ¿O usted qué opina?

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