Milenio Puebla

Cachorros de fantoche

Hace ya un par de días que el gobierno de Donald Trump revocó la prohibició­n de importar a su país, a modo de trofeo, cabezas o pedazos diversos de animales cazados en Zambia y Zimbabue

- XAVIER VELASCO

Cuesta trabajo creerlo, parecería un cliché. Entre menos dinero se tiene, más difícil resulta dar por buena la envidia sin final del heredero. Puede que tenga mucho de lo que todos quieren, pero así ha sido siempre y ni modo que viva entusiasma­do. Nada encuentra, de hecho, más escaso que la emoción genuina. ¿Por qué iba a entusiasma­rse por poseer cualquier cosa quien la puede obtener alzando un dedo?

Todo lo cual, pensamos, simplifica la vida de quien todo lo tiene, pero hay que ver la cuesta que será cada día sin un motivo real para vivirlo, como no sea tratar de ponerte a la altura de tu buena fortuna. Brillar. Sobresalir. Dejar en entredicho a esos murmurador­es que hasta hoy te hacen fama de idiota por cuenta de tus méritos escasos. Ser, en suma, rehén de tu arrogancia, y para colmo apellidart­e Trump.

Mal y a menudo se habla de los hijos varones del hombre más odiado de este mundo. Un par de señoritos antipático­s que viven perseguido­s por la sombra paterna y la futilidad de sus empeños por parecer personas de importanci­a. No son, eso está claro, nada que se parezca a lo que alguna vez pudieron querer ser. Si alguna libertad han conservado, ésta es la de seguir haciendo el ridículo a rigurosa escala planetaria. Sólo que, como ocurre en estas situacione­s, el último en notar el esperpento es el autor del mismo. Incapaces de ser o parecer gente común, Eric y Don Jr. ambicionan ser vistos como hombres de acción. Se les ve muy orondos al lado de uno y otro animal muerto, cual si para lograrlo hiciera falta más que un buen presupuest­o y unos cuantos complejos de heredero sin gracia.

Hace ya un par de días que el gobierno de Donald Trump revocó la prohibició­n de importar a su país, a modo de trofeo, cabezas o pedazos diversos de animales cazados en Zambia y Zimbabue. ¿O es que alguien se imagina al pintoresco Robert Mugabe implementa­ndo un riguroso plan para la protección de las especies? Pero eso al presidente, que ha hecho de la crueldad y la falta de escrúpulos parte fundamenta­l de su imagen de marca, no le preocupa más ni menos que el destino de todo el continente africano. ¿Qué podrían hacer sus pobres herederos, nacidos segundones, para estar a la altura de un apellido orondo que adorna rascacielo­s, si no exhibir de una manera u otra las carencias que eligen creer secretas? ¿Piensan, quienes cuelgan cabezas a modo de trofeos, que uno los cree valientes, envidiable­s o al menos respetable­s?

Suele uno lamentar la suerte del venado, el león, el elefante muerto para sobarle el ego al ocioso acaudalado, pero aún más preocupant­e es que al ejecutor le envanezca colgar en sus paredes trofeos semejantes. Puedo entender que cien años atrás la caza de elefantes fuese gran aventura, pero ver a Juan Carlos de Borbón o a los hijos de Trump —uno y otros nada más que lustrosos herederos— hinchados de su propia pequeñez delante del cadáver de una bestia probableme­nte más valiosa que ellos es una incitación a la misantropí­a. ¿Qué no hace un pobre diablo con la vida resuelta por hacernos creerle persona interesant­e? Donald Trump lleva en eso toda la vida y el saldo es elocuente: casi siete de cada diez entre sus compatriot­as lo miran con vergüenza.

Un trofeo de caza certifica, según deben creer los visitantes, que al menos una vez su poseedor debió pelear por algo. La mayoría sabemos, sin embargo, que su combate más difícil y aguerrido tiene que ver con la propia autoestima. Nadie como el cobarde aspira a hacerse con la fama de valiente, pues no está muy seguro (y en esto sí que acierta) de que no se le noten las insuficien­cias. Por eso la importanci­a del certificad­o: todos los impostores necesitan uno, y si se puede varios, hasta que ya no quepan en la pared. Los fantoches no viven sin trofeos, eso lo tiene claro el Impostor en Jefe.

Quienes juegan al golf con Donald Trump coinciden en citar su gusto por los mulligans. Siempre que un tiro le sale mal, pide clemencia y hace un nuevo intento, sin que el golpe fallido llegue hasta el marcador. Como todos sabemos, el hombre vive cómodo sabiéndose tramposo. Encuentra inmaterial­es las evidencias de sus mentiras, le basta con salirse con la suya. Quiere el aplauso doble, pues ya sabe que no se lo ha ganado y necesita pruebas aplastante­s. Sus sonadas victorias son tan limpias y claras como la valentía de sus dos herederos comediante­s, y para quien lo dude ahí están sus trofeos: modelos ambiciosas, rascacielo­s brillosos, la misma Casa Blanca. ¿Qué van a hacer sus tristes herederos, si no envidiar hasta a los elefantes (con sobrada razón, por otra parte)?

Mal y a menudo se habla de los hijos varones del hombre más odiado de este mundo. Un par de señoritos antipático­s que viven perseguido­s por la sombra paterna

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ESPECIAL Donald Trump Jr, hijo del presidente de EU, de cacería.
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