Milenio Puebla

La muerte del amor

- PSI Y QUE Héctor Cerezo Huerta @HectorCere­zoH

A unque la tradición socrática sugiere definir los conceptos antes de iniciar una discusión racional, frente a la noción de “amor”, estamos jodidos y más complejo resulta, cuando el acto de amar se nutre de cargas románticas y de idealizaci­ón propias de una época superficia­l. Ante el “amor” de pareja, no cabe la pregunta ontológica clásica ¿Qué es?, es más atractiva la interrogan­te ¿Qué puede lograr? Así pues, el amor por el amor nunca cansa, lo que cansa es estarlo esperando o intentar repararlo después de cada crisis. La muerte del amor nunca viene de dentro. No creo que sea como la semilla que prospera, genera frutos, madura y concluye su ciclo vital; la muerte viene de fuera, el amor quiere seguir siendo, el amor preserva, el amor quiere ser lo que es, no es aleatorio, siempre es un encuentro.

Dicho planteamie­nto, indudablem­ente es la traslación del principio Spinoziano de inercia al plano ontológico. Todo se sigue moviendo a menos que exista una fuerza que lo interrumpa. Para no amar, dice Spinoza, haría falta no conocer, pero no conocer equivale a no ser, y del amor no habría que apartarse porque “sin algo de lo cual podamos gozar y que esté unido a nosotros y que nos reconforte, no podríamos existir”. Así, quien no ama es como si no hubiera nacido siquiera (Ceronetti, 2005). Su filosofía honra la esencia y la existencia como eventos singulares y por tanto, es posible inferir la amargura sufrida por quienes están dejando de amar: “Tenemos el poder de liberarnos del amor de dos maneras: o mediante el conocimien­to de algo mejor, o experiment­ando cómo la cosa amada, antes considerad­a grande y magnífica, lleva consigo cierta cantidad de consecuenc­ias funestas” (Spinoza). No deseamos al amor porque lo consideram­os bueno, lo consideram­os bueno porque lo deseamos.

Las muertes amorosas me recuerdan el efecto del observador descrito por Lübeck Hans Blumenberg en su ensayo: “Naufragio con espectador” (1979), en el que el filósofo alemán utiliza la navegación marítima como metáfora existencia­l. Lucrecio De rerum natura (En Hans Blumenberg) declara: “Que lindo es estar en tierra firme y ver una embarcació­n llena de gente que se va a pique”. Ante la muerte del amor, no asumimos la posición de un espectador imperturba­ble que desde la seguridad de la orilla contempla el naufragio de una pasión, somos una constante icónica de náufragos- espectador­es, e iría más lejos, algunos pocos como Spinoza, lograron ser Filósofos en la nave y después de su hermosa travesía, recordarno­s tres hechos trascenden­tes; 1) El amor es el arte de combinar encuentros que potencien nuestra potencia y evitar aquellos otros encuentros que, en cambio los disminuyen, 2) El amor es libre; no puede existir en otra atmósfera afectiva y 3) A un amante desesperad­o o destruido, la ética le sirve tanto como un libro de autoayuda a un desemplead­o. El desemplead­o quiere un trabajo digno, no una porra psicológic­a para conseguir un buen empleo. Spinoza y la ética sólo han podido curar a unos pocos sanos. Ojalá seamos algunos de los afortunado­s.

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