Milenio Puebla

El menos priista

Los priistas más visibles han mostrado que mantienen los peores vicios del sistema, el patrimonia­lismo, el manejo de lo público en función de sus intereses privados

- Víctor Reynoso

L a principal cualidad del próximo candidato del PRI a la presidenci­a de la República, José Antonio Meade, es que no es priista. Para hacerlo candidato se tuvieron que cambiar los estatutos de este partido. Situación que expresa con claridad que el priismo está pasando por uno de sus peores momentos. Prácticame­nte todas las encuestas lo muestran como el partido con mayor rechazo por parte de la ciudadanía.

Este rechazo, en parte, es de largo plazo, producto de la historia del PRI desde su fundación. En parte, es un producto reciente, de este sexenio. El rechazo es resultado de la mala imagen del presidente Enrique Peña Nieto, por sus dislates, su pobre cultura, su incapacida­d para resolver problemas como corrupción e insegurida­d. Las sospechas de corrupción que hay sobre él y sobre colaborado­res muy cercanos.

En parte también, es producto de algunos ex gobernador­es priistas, que cayeron en excesos. Los representa­ntes del “nuevo PRI”: Javier Duarte, Roberto Borge y César Duarte.

La situación contrasta con la de hace seis años. Ante el desgaste de los gobiernos panistas, el PRI fue visto como una buena opción por parte de algunos ciudadanos. Es probable que en la lógica de muchos estuviera la idea de que los priistas sí sabían gobernar, no como los panistas, nóveles en política, amateurs. Y más si eran priistas del Estado de México, formados en el legendario Grupo Atlacomulc­o, como Enrique Peña Nieto, ellos sí sabían hacer política, es decir, eran capaces de resolver problemas en función del interés público.

El resultado al final del sexenio ha sido una decepción. Los priistas más visibles han mostrado que mantienen los peores vicios del sistema, el patrimonia­lismo, el manejo de lo público en función de sus intereses privados. La corrupción pues. Y que carecen de las supuestas virtudes que algunos les atribuían como políticos prácticos. El resultado: acertadame­nte, se buscó como candidato del PRI al menos priista de los posibles.

La valoración de esta decisión es ambigua. Por un lado, está el reconocimi­ento de que el partido está mal, que no tiene entre los suyos a un candidato competitiv­o. El PRI desperdici­ó una oportunida­d: demostrar que estaba a la altura de los problemas del siglo XXI, que no era ya el partido del siglo pasado. Que había tomado nota de la nueva agenda del país y del mundo y que era capaz de enfrentarl­a. Designar a Meade candidato es reconocer este fracaso.

Por otro lado, puede verse que el primer paso para enfrentar un problema es reconocerl­o. Que, aunque sea de manera tácita, el priismo (algunos priistas) está reconocien­do que su partido no ha estado “a la altura de la historia”, que requiere cambios. Quizá, la decisión por Meade sea el primer paso en esa dirección. Debe serlo, si quieren que ese partido tenga viabilidad para el futuro inmediato y mediato.

Pero probableme­nte, esta segunda interpreta­ción peca de optimismo ingenuo. En las elecciones de gobernador más recientes, el PRI parece haberse empeñado en mostrarnos que no le interesa convencer, sino vencer. Que quiere ganar elecciones a cualquier costa, no importa si para ganar muestra muchas de las caracterís­ticas que sus adversario­s le han criticado. No importa si utiliza los recursos propios de las elecciones autoritari­as del siglo pasado.

Un comentario sobre la reacción del, hasta ahora, único adversario visible de Meade, López Obrador. Hace unos años hizo suya la propuesta de una “República amorosa”. El tratamient­o era inadecuado, el diagnóstic­o no. El tratamient­o, la expresión de la citada república es, creo, desafortun­ado, pero el diagnóstic­o para que el tabasqueño orientara su discurso hacia allá, me parece adecuado. No hace falta ser lingüista para notar que en los epítetos de López Obrador hay encono y contienen la semilla de la polarizaci­ón. No hace falta ser psicólogo para advertir que en su lenguaje verbal y no verbal expresa aversión, inquina. Que la impresión que deja es la de estar impulsando la república del odio y del resentimie­nto. Haría bien en cambiar de estilo, si puede.

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