Un anecdotario de plagio
S in querer uno escucha conversaciones e imagina, se habla de plagios periodísticos aunque los plagiarios vivan sin que los hechos les preocupen, sin demandas de por medio o de plano en la impunidad. ¿Se sabe que el plagio es lo más difícil de probar? Todo concluye en renuncias de cargos (caso Alatriste en la UNAM) o en un “que se jodan” (caso Echenique al otorgársele un prestigioso premio internacional). Toda ficción, como lo dijo Vargas Llosa en su “Piedra de toque”, es peligrosa, induce y tienta. Y seduce.
Quienes se han visto pillados en el acto, sin defensa, automáticamente responden que en toda escritura hay algo que se llama recurso de intertextualidad. Un texto dentro de otro, sin cursivas, sin comillas, porque el lector (los lectores) debemos conocer la referencia.
A mis alumnos por eso les pido que recurran lo menos que puedan a esto: hay quienes no tienen las referencias y entonces viene una pregunta necesaria ¿si no las tienen (o tenemos) estaríamos corriendo el riesgo de hacer una mala lectura y la consiguiente interpretación de un texto? Y, al final, ¿no es el plagio un acto de falta de conciencia y honestidad?
Aún más, si quien plagia se queda sin culpa y sin remordimientos, ¿estamos hablando de alguien cuya patología está a la vista sin remedio?
Los plagios son tan cotidianos...
Hace años un abogado amigo me decía que se sorprendió, en su calidad de sinodal, ante una tesis cuyo título le había sido innovador: “El juicio de Jesucristo”. Tiempo después se topó con una tesis exactamente igual en la biblioteca de una universidad norteamericana. Se arrepintió del Cum Lauden otorgado y prefirió callarse para no demostrar su propia ignorancia, dijo.
¿Alguien recuerda el escándalo que se llevó al Consejo Universitario de la UAP por un texto presuntamente planeado sobre Octavio Paz cometido por un mediocre alumno a un eminente profesor que se decía “especialista” en Paz y que lo probaba con una especie de selfie antigua donde el Premio Nobel aparece como a cien años luz de él? Y no pasó nada, el mediocre alumno (así lo llamaba el eminente doctor y profesor) terminó publicando su investigación y hasta una beca local le otorgaron.
Lo anterior lo hago en referencia al asunto denunciado ya por Mario Alberto Mejía a quien le han plagiado completamente una columna de periodismo ficción. El periodista veracruzano, autor del plagio, no da la fuente ni dice que es ficción. No dice nada: copia y pega.
Escuché comentar el punto a unos estudiantes de comunicación que viajaban en la ruta. Ya se ve una vez más: la ficción siempre es motivo de problemas, el tema no se agota nunca.