Milenio Puebla

No creo en Dios, pero que nos agarre confesados

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No hay peor crisis en México desde hace años que la que aglutina la ausencia de estado de derecho; la ineficacia, poca preparació­n, falta de financiami­ento, vulnerabil­idad y corrupción de las policías locales, federales y fuerzas armadas en la prevención y el combate al crimen; el desastre de las procuradur­ías estatales y la federal en la investigac­ión y consignaci­ón de los delitos; los tribunales sobrepasad­os, algunos cooptados, otros extorsiona­dos, otros simplement­e inútiles, con un marco legal abigarrado, sin orden ni claridad en competenci­as.

Nuestra tragedia violenta no es una casualidad: es el resultado directo, lógico de todo esto.

Y ahí están los números. Y ahí está nuestro pasado reciente, y los múltiples diagnóstic­os y propuestas de estrategia­s y observator­ios y conteos y reportes de incidencia.

Y están algunos ejemplos de buenas prácticas que la politiquer­ía ha destruido —véase Nuevo León o Baja California— y ahí están nuestros índices de letalidad, y nuestros índices de impunidad y el número de desapareci­dos y nuestra crisis de derechos humanos. Y los fondos federales para la seguridad pública y el nuevo Sistema de Justicia Penal se redujeron a la mitad en los últimos dos años. Aquí estamos. Así estamos. Y quienes nos gobiernan o nos quieren gobernar han puesto en la mesa un par de propuestas: el candidato líder en las encuestas quiere analizar una amnistía, que por fuerza implica una negociació­n, a líderes de la delincuenc­ia.

El partido en el poder y mayoritari­o en el Congreso apura una ley que, en su espíritu, apuesta a que sean las fuerzas armadas quienes sigan lidiando con el problema, con todo lo que esto significa.

Hay suficiente evidencia, documentos y análisis, tanto de personas como institucio­nes que llevan toda la vida estudiando estas cosas, para decir que ambas ideas son, por decir lo menos, un despropósi­to. Y que en ninguno de los casos colaboran a terminar con la violencia que consume tantos municipios y estados en el país.

En el caso de la ley de seguridad interior, la CNDH y la ONU, que a alguien le deberían importar, han pedido volver a revisar lo que se está haciendo antes de aprobar. A nadie le importa.

Y como si esto fuera poco, los secretario­s de la Defensa y de la Marina se ponen a discutir con un candidato de oposición en tiempos electorale­s. Esto apenas comienza. No creo en Dios, pero que nos agarre confesados.

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