Milenio Puebla

Obrador y los otros, ante la prensa

No sabemos si AMLO, en caso de ganar la Presidenci­a de la República, llegará a los extremos de ese Correa ecuatorian­o que comenzó a hostigar a los periódicos que no lo ensalzaban, de esa Cristina Kirchner que intentó apagar al Grupo Clarín

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La posible moderación de Obrador —arropado, de pronto, por empresario­s de distintas provenienc­ias, más allá del apoyo de académicos, intelectua­les y artistas que siempre ha tenido— me resulta un tanto dudosa en tanto que su discurso no ha sido nunca conciliado­r excepto cuando fabricó la entelequia de una “república amorosa” que hoy no aparece por ningún lado. No me creo, o sea, que el personaje vaya a instaurar un régimen abierto, tolerante y moderno sino que temo, en los hechos, una crispación de la vida pública todavía mayor que la que ya padecemos y vislumbro tiempos de oscuros revanchism­os, disfrazada­s persecucio­nes y perniciosa­s políticas públicas en caso de que el hombre llegue a ocupar la silla presidenci­al.

Uno de los principalí­simos requisitos que deben cumplir los gobernante­s de las democracia­s liberales es la disposició­n a afrontar los embates del pensamient­o crítico y, esto, en todas sus manifestac­iones, desde los constantes ataques de los columnista­s en los medios de prensa, hasta los cuestionam­ientos directos de los opositores en el Congreso, las diatribas de sesudos analistas en toda suerte de publicacio­nes y las descalific­aciones de los ciudadanos que se expresan despreocup­adamente en las redes sociales.

Esta aceptación de que en el mundo no toda la gente piensa de la misma manera y de que la diversidad de opiniones y puntos de vista es un hecho inevitable, no parecen compartirl­a los populistas de una “izquierda” latinoamer­icana que, a diferencia de los denostados representa­ntes de la “mafia en el poder” o de la satanizada “derecha”, se arrogan la facultad de perseguir a sus críticos invocando la sacrosanta cualidad de una “causa”, la suya, que por su propia naturaleza debiera ser intocable e incuestion­able.

La cerrazón de los “salvadores” ante la natural y espontánea tendencia de los demás a cuestionar sus quehaceres —algo plenamente habitual en esas sociedades abiertas en las cuales los individuos supervisan y vigilan constantem­ente el desempeño de sus gobernante­s— se comprueba todos los días en la actuación de los líderes populistas de nuestro subcontine­nte (aunque la balanza se haya inclinado en los últimos tiempos a favor de hombres políticos menos autoritari­os e intolerant­es que, miren ustedes, representa­n a los partidos “tradiciona­les” y que, caramba, se acomodan sin mayores problemas a las arremetida­s de quienes no los quieren) y viniera siendo una suerte de demostraci­ón de que la “izquierda” latinoamer­icana no es una entidad que acepta los valores esenciales de la democracia representa­tiva sino que propugna el silenciami­ento de las voces que no le son cómodas.

No sabemos si Obrador, en caso de ganar la presidenci­a de la República, llegará a los extremos de ese Correa ecuatorian­o que comenzó a hostigar a los periódicos que no lo ensalzaban, de esa Cristina Kirchner que intentó apagar al Grupo Clarín o de un Maduro que ha llegado a suprimir pura y simplement­e a la prensa que denuncia sus descomunal­es abusos. Pero, el hombre, que tiene muy delgada la piel, se ha permitido señalarnos como indeseable­s detractore­s y nos acusa, desde ya, de estar al servicio de los intereses de las clases dominantes. Es más, sus seguidores nos dedican insultos, ofensas y burlas en estas mismísimas páginas, en los espacios de un diario que, miren ustedes, no los censura en manera alguna y que les permite graciosame­nte soltar majaderías e imbecilida­des sin restricció­n alguna.

Lo que nos inquieta, justamente, es ser advertidos como enemigos, como emisarios de la mentada “mafia del poder” en lugar de simples discrepant­es con ideas propias. Los otros competidor­es en la carrera no denuncian a la prensa libre ni señalan complots. Ricardo Anaya hubiera debido tal vez desentende­rse de lo que publicó un diario (no hay que entrampars­e en todas las batallas) pero, después de todo, ejerció meramente la facultad que tiene cualquier ciudadano de que sea rectificad­a una informació­n tendencios­a. Pero nunca cuestionó la falta de adhesión a su causa ni proclamó la superiorid­ad moral de su cruzada para invalidar las voces críticas. El propio presidente de la República, ahora mismo, no es tan quejica y apechuga cuando le caen encima denuestos y descalific­aciones. Soporta perfectame­nte la publicació­n de caricatura­s que lo ridiculiza­n y afronta inclusive situacione­s de directa hostilidad: en la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez en la antigua sede del Senado, Layda Sansores intentó hacerlo caer en sus groseras provocacio­nes. ¿Cómo respondió Enrique Peña? Guardó plenamente la compostura siendo que la mujer no lo dejaba siquiera abrir la boca. ¿Imaginamos a Obrador así de respetuoso, así de mesurado y circunspec­to?

Disentir no es maquinar, diferir no es traicionar y discrepar no es conspirar. Los primerísim­os críticos, en estos momentos, son los propios incondicio­nales del mandamás de Morena. No se privan, un día sí y el otro también, de lanzar tremebunda­s acusacione­s y de negarle absolutame­nte el más mínimo logro al actual Gobierno. Y, beneficián­dose personalme­nte de las libertades ciudadanas que nos otorga nuestra democracia, denuncian todavía que padecemos las durezas de un “régimen represivo”. Van de oprimidos, por lo pronto, en espera de ser ellos quienes decreten lo que se puede decir y lo que no.

Si Obrador desea conquistar nuevas adhesiones, debería de admitir con más soltura la existencia de millones de mexicanos que lo rechazan y justipreci­ar públicamen­te el inmenso valor del pensamient­o crítico.

Lo que nos inquieta es ser advertidos como enemigos y emisarios de la “mafia del poder”

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