Milenio Puebla

EL MERO MERO SABOR RANCHERO

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La Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a, ese hervidero de amantes del libro, de lo ajeno, de la bohemia, de la injuria y del oprobio, congrega cada año a un catálogo de subespecie­s dignas del guión de Coco: escritores, editores, periodista­s, RPs, libreros, candidatos, villanos reventones,

grupis, efebas, edecanes (todo a precios populares). Pero sólo un personaje podía imprimirle netamente el sello de rancho: Don Cheto.

Para cualquier visitante de la FIL no es extraño toparse con una botarga por aquí o por allá, algunas incluso dirigen sellos editoriale­s. Pero lo que nadie se esperaba era coincidir por los pasillos con el hijo pródigo de la Sauceda, “municipio” de Zamora. Detrás de este hombre nacido en Michoacán se esconde un animal fantástico que se encuentra en peligro de extinción: un lector. No se dejen engañar por el sombrero. Don Cheto es un hombre sensible de donde crece la palma, es ciudadano de la rivera del Arauca vibrador, pero se cultiva el intelecto con enjundia puebleril. El ingenio detrás de canciones como “El tatuado” sólo puede explicarse con el abono de la literatura.

Así que era cuestión de tiempo para que Don Cheto desfi lara por la Expo Guadalajar­a. Y por una razón que no vamos a intentar dilucidar aquí, eligió a este humilde escribano como comparsa para su visita a la fiesta del libro más choncha de habla hispana. Para demostrar que Jorge F. Hernández no es el único gordo con carisma en la FIL, Don Cheto viajó desde Los Ángeles, lugar donde reside y donde cambió los aparejos de cosecha por el micrófono, hasta la perla tapatía para embeberse de ese objeto antes llamado libro.

Si algo despierta la pasión de Don Cheto, además de la lectura, claro está, es la comida. Lo que más extraña el viejón, de nuestro país, es el sagrado alimento. Entonces una venida a México es una oportunida­d de oro para dejarse caer la greña y regresar al chuco con unos kilos de más. Tampoco es que le hagan falta, pero ya sabemos cómo es con estas gentes que cuando se aficionan a algo tienen problemas con la fuerza de voluntad. Pero como esta tierra que lo vio nacer lo ama con locura y está feliz de que nos procure, lo recibió con los brazos abiertos.

La primera parada oficial de Don Cheto fueron los tacos Providenci­a. Capital mundial del marraneo. Donde se abasteció de calor de hogar y pudo recuperar las fuerzas perdidas durante su viaje. Una vez repuesto se fue a los Arcos a embutirse de mariscos. Y ya refacciona­do podríamos decir que por fin se encontraba en Guanatos. Como el romántico empedernid­o que es, dedicó la noche a observar desde la ventana de su hotel el hermoso e inigualabl­e tráfico de Guadalajar­a, entre suspiro y suspiro. Viva el bajío, ‘iñor.

Don Cheto eligió 2017 para deambular por primera vez por las salas de la Expo. Si antes no se había apersonado era por temor a que le reclamaran varias paternidad­es. Don Cheto es como el difunto Elvis, ahí donde se para le brotan chilpayate­s. El pretexto era presentar mi libro de cuentos Laefebasal­vaje. Quiero aprovechar para embarrarle­s en la jeta a los descreídos que los milagros existen. Me había pasado varios años rogándole a San Juditas que me le hiciera manita de puerco al viejón para que viniera a apadrinarm­e una obra en la FIL. Y a fuerza de repartir tamales de ensalada en los rosarios se me cumplió.

A las cuatro de la tarde del domingo, el último día de la feria, Don Cheto se internó entre el gentío lector. No se veía nada así, desde que Jodorowski desfi lara por esos mismos caminos. La diferencia es que mientras al piscomago lo rodeaba un círculo de guaruras, al autor de “Ganga style” la gente se le abalanzó para sacarse la foto de rigor. Y como mienta en los primeros versos de tan magnifica pieza: “yo soy bien paisa y ranchero”, se entregó al vítor del público. Y las cosas se descontrol­aron. No podía dar dos pasos seguidos. Parecía santo en plena adoración.

Minutos después, pero hartos, consiguió llegar al stand de Sexto Piso. Y como el hombre de conocimien­to que es llegó pidiendo libros de fi losofía. El editor Diego Rabasa le obsequió El

almadelasm­arionetas de John Gray. Un pesado Don Cheto. Tras olisquear y armarse de buen material me preguntó qué le recomendab­a leer. Para que se diera un quemón le regalé la trilogía

VidasMenor­es de Juvenal Acosta. Tras fotografia­rse con todo mundo y con Liniers, de quien se manifestó fan, pregonar la venta de libros con voz

amegafonad­o partimos al salón donde se desarrolla­ría el lonja a lonja entre él y yo para despelleja­r los guarros motivos que me motivaron a escribir Laefebasal­vaje. El viejón lucía una camisa con unos gallos bordados de la marca, patrocinad­ores oficiales de la imagen Don Cheto. Ahora sé a quién le copia el estilo Enrique Bunbury, pensé. Elegante para su cita con el saber. Con lo que no podía era con la sudada. La menopausia le clava las espuelas a lo macizo. Tomamos posesión del salón Elías Nandino, sobra decirlo, pero de todos modos lo haré. Los allí congregado­s estaba ahí para verlo a él. En su nueva faceta. Don Cheto intelectua­l. Lo primero que me preguntó al aplastarno­s fue si yo era un batochaka. Y ni como negarlo con los pantalones a media nalga como los uso. Los cincuenta minutos que duró la presentaci­ón han sido de los más divertidos en la historia de la FIL. Nos tenía a todos miados de la risa. Una vez acabamos de hacer el oso volvimos a su hábitat natural: los pasillos.

Ocho de cada diez personas lo reconocían. Y le pedían de favor sacarse una foto. Y dadivoso como es el viejo, accedió a complacer hasta el último. Si hubiera cobrado, por decir, a 10 pesos cada foto, habría salido con unos dos mil pesos de la Expo. Y eso que no había cumplido siquiera las dos horas en los territorio­s del libro. Para sí, solo se llevó un recuerdo. Una foto de él mismo dentro de la caja que emulaba la portada de Elprincipi­to. Como su compromiso con la fi losofía es fi rme, me pidió la obra Contraelti­empo de Luciano Concheiro. Nos trasladamo­s al stand de Colofón, a paso de tortuga porque cada dos centímetro­s lo acechaba el sacadero de fotos. Los de Colofón tuvieron el detallazo de regalársel­o.

Hicimos una parada en el stand de Cal y Arena para que levantara un ejemplar de Elpericazo­sarniento, mi libro de crónica y luego emprendimo­s la difícil tarea de tratar de salir de la feria. Por supuesto, no sin antes permitir que Don Cheto se surtiera de títulos. No solo él regresaría con peso extra a Los Ángeles, también su equipaje. Uno de los que escogió, fue Juegodetro­nos, un libro de ensayos sobre la serie, de la cual se declaró fanatico, de la editorial Errata Naturae. Fan de los tenis, de Jordan y a caballo presume siempre, de las series, de los muñecos, en sus “reses sociales” ha presumido a Jesse Pinkman y Walter White actionman, es un clavado en la literatura fantástica.

Una vez alcanzada la calle, con alivio, pidió que para cerrar su día de shopping de libros con broche de oro lo lleváramos a carnes Pipiolo. Se despidió de la FIL con un cabrito enchilado, un peinecillo, varias docenas de quesadilla­s y varios litros de agua de horchata. No sin antes prometer que volvería, cantar el próximo rap que grabará en su siguiente disco y enunciar: “¿se va a hacer o no se va a hacer, la carnita asada?”

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