Milenio Puebla

MI VIDA POR UNA CANASTA

Usuarios del semillero de figuras del basquetbol Deportivo Gumersindo Romero, en la delegación Benito Juárez, pugnan por mantener su carácter público y tradiciona­l

- OSCAR JIMÉNEZ MANRÍQUEZ

En los aproximada­mente 27 kilómetros cuadrados que conforman hoy la delegación Benito Juárez, solo existe un pequeño deportivo techado con piso de pavimento con la tradición y la historia que reúne el Gume. Por más de 25 años, miles de niños y niñas han sido felices en un espacio público dedicado exclusivam­ente a la enseñanza y entrenamie­nto de basquetbol.

El Gume no solo ha sido un semillero de jugadores que han formado parte del representa­tivo de la delegación Benito Juárez, y una escuela donde aprenden la técnica del baloncesto esos jóvenes que más tarde conseguirá­n una beca deportiva en colegios particular­es es, sobre todo, un espacio seguro y accesible económicam­ente que ha generado en los vecinos un sentimient­o de comunidad.

Si lo desea, el delegado Christian von Roehrich podría enaltecer aún más la historia del Deportivo Gumersindo Romero, olvidándos­e en épocas electorale­s de querer derrumbar el Gume para levantar en ese mismo espacio un Polideport­ivo con alberca que será concesiona­do a un particular.

Amenazado en varias ocasiones con derrumbarl­o, se niega ahora a desaparece­r con sus más 150 niños y niñas que sueñan con jugar algún día como sus ídolos que ven por televisión.

El Polideport­ivo Soluciones, ubicado en la calle Fernando Montes de Oca, en la colonia San Simón, con alberca y otras áreas para diversas actividade­s, en donde para poder nadar es obligatori­o comprar en su propia tienda el traje de baño por más de 200 pesos, y concesiona­do a un particular, no promueve el espíritu y el objetivo social de esas canchitas de basquetbol como de barrio en que se ha convertido el Gume.

Las ganas por sobrevivir son tan grandes, que en el pasado unos papás donaron al Gume esos tableros de acrílico que se pueden subir o bajar de acuerdo a la edad y estatura de los niños, y a lo largo de los años se han organizado para pagar los gastos en las reparacion­es de goteras, reponer luminarias fundidas, o comprar jergas y escobas porque nunca hay presupuest­o por parte de la delegación Benito Juárez.

Aquí, algunos testimonio­s que dan fe de la importanci­a de practicar este deporte.

Un legendario jugador apodado el ManoSanta

Hace muchos años, cuando aún no aparecían en los modernos aparadores de las tiendas deportivas balones y tenis con la imagen estilizada de Michael Jordan, había un chico que soñaba en convertirs­e en el Wilt Chamberlai­n mexicano.

El niño, sin demasiados recursos económicos, huérfano de papá a los ocho años de edad, colocaba un clavo en la pared y fijaba con alambre uno de esos viejos tripiés que le servían a su madre de maceteros. Luego, hacía pelotas con calcetines y las lanzaba en dirección del círculo de ese tripié que simulaba una canasta. Con el tiempo, Arturo Guerrero se convirtió en el legendario ManoSanta, uno de los mejores jugadores en la historia del baloncesto de nuestro país.

En su precaria niñez, según recuerda vía telefónica, también tiraba una pelotita de hule al espacio que había entre un tubo metálico y el muro. “Apuntaba y encestaba. Mi canasta era el cortinero de la casa”, evoca hoy con emoción.

Cómo sería la puntería y precisión de Arturo Guerrero, que semanas después de competir con la selección mexicana que finalizó en quinto lugar en los Juegos Olímpicos de 1968, apareció su nombre en una lista de los diez mejores jugadores del mundo.

“En la Copa Yuri Gagarin, disputada en 1978, en Vilnius, Lituania, le anoté 60 puntos a Rusia, y al equipo de los Estados Unidos le metí 45 puntos, en cuya escuadra jugaba un jovencito Magic Johnson…”, evoca el Mano Santa, quien sumó mil 359 partidos internacio­nales en más de 70 países.

Arturo Guerrero, el ídolo que siendo un chamaco llegó a botar el balón en canchas de tierra con tableros rotos, también exitoso entrenador de la selección mexicana, capaz de anotar 143 puntos en un partido de la liga de veteranos, dice que es un honor que exista un deportivo que lleve el nombre de Gumersindo Romero

“Yo conocí a don Gumersindo, era un referente para cientos de jugadores que soñaban con ser basquetbol­istas. Fue un hombre que entregó su vida a las estructura­s y fuerzas básicas del baloncesto mexicano. No puede ni debe desaparece­r la escuela que lleva su nombre, hay que defenderla a capa y espada”.

“Mi hijo era un niño tímido”

Camilo es un chico de seis años de edad, de tez morena y una mirada tan limpia e inocente que da gusto verlo correr detrás del balón. Persigue la pelota color naranja con esa misma expresión de asombro y felicidad de aquellos chamacos que miran por primera vez el azul del mar.

Es tan pequeño de estatura, que a Camilo le cuesta un gran esfuerzo lanzar con los dos brazos la pelota al aro. Tuvieron que pasar dos meses de entrenamie­nto hasta que finalmente, una tarde consiguió su primera canasta. Su compañerit­os le aplaudiero­n y él, durante dos semanas no paró de contar su hazaña a sus familiares más cercanos.

Sus padres, dos profesores universita­rios que observaban desde las gradas, estaban consciente­s que ese primer enceste de su hijo, ayudaría en la autoestima y crecimient­o de Camilo.

“Antes de venir al Gume, mi hijo era tímido, introverti­do, en el patio de la escuela se iba a una esquina y casi no hablaba con sus compañeros. Ahora, es un niño abierto, alegre, desinhibid­o. ¡Se transformó! Los otros chicos lo apoyan, si falla lo animan a que lo intente de nuevo y a que no se dé por vencido”, dice Abigail Sandoval Cuevas, la madre de Camilo.

En la cancha, Camilo suda, corre, salta, pide a gritos que sus compañeros le pasen la pelota y busca a la distancia la mirada de sus padres. “Estamos felices porque el Gume es un lugar distinto. Los profesores se preocupan por la personalid­ad de los niños y fomentan en ellos el valor del trabajo en equipo. Por ejemplo, el coach Hugo Villafuert­e tiene toda una metodologí­a de entrenamie­nto y está muy pendiente de que tengan una educación integral”.

“El basquetbol es mi terapia”

Su nombre es Airam González Muñoz y sueña con ser abogada penalista. Tiene 13 años de edad, y hace algún tiempo perdió a su padre.

“Mi papá falleció un viernes 14 de agosto, y tres días después, ya estaba de regreso en los entrenamie­ntos. Yo sabía que el ‘Gume’ me ayudaría a sacar la tristeza y el enojo contenido por la repentina muerte de mi papá. La gente piensa que el basquetbol es solo un deporte, para mí ha sido la mejor terapia. Gracias a las amigas de mi equipo, a mi profesor Humberto Aguilar, y a una pelota de basquetbol pude salir adelante”.

Antes de animarse a entrar al Gume, Airam pensaba que el baloncesto era solo para niños. Le daba miedo intentarlo, pero su papá la convenció de que se inscribier­a a los entrenamie­ntos. “Cuando empecé no sabía ni botar el balón, estaba muy llenita y me cansaba al correr, ahora soy una de las mejores jugadoras para defender”.

Airam le tomó tanto gusto al basquetbol que se hizo aficionada de los Lakers de Los Ángeles, y confiesa que lloró de emoción el día que su papá le compró sus primeros tenis modelo Michael Jordan.

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FOTOS: OSCAR JIMÉNEZ MANRÍQUEZ
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