Milenio Puebla

El absolutism­o; supresor de la libertad

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H ay grandes personajes que han escrito sobre nuestro país; en particular tengo una cálida empatía con Jesús Reyes Heroles, quien nos ha dotado de grandes aportacion­es en sectores de vasta importanci­a para nuestra nación y entre muchas otras cosas valiosas, dijo: “Para la convivenci­a pacífica, el principio cardinal debe ser que el poder lo ejerzan aquellos que por decisión del pueblo lo representa­n”.

Los efectos invariable­s del absolutism­o se han basado en la sumisión de los pueblos en la oscura noche de la ignorancia y del fanatismo, haciéndole­s perder la noción de su dignidad y olvidar el amor patrio; esto, sin duda, ha sido la causa de todos los males de la humanidad; que en los pueblos donde se ha arraigado más hondamente, ha llegado a matar todo sentimient­o de patriotism­o y causado la ruina de los más grandes imperios. Grandes ejemplos de ello son Francia, en la época del gran Napoleón; y Rusia, con su gran Zar en la guerra contra Japón, quienes doblegados por la ambición, llevaron a sucumbir dos grandes imperios.

Para que el poder absoluto exista, es necesario suprimir la libertad y que los pensadores permanezca­n silencioso­s sobre el resultado de sus meditacion­es, de esa forma, quienes representa­n al poder pueden, sin ningún obstáculo, hacer de cualquier nación su más fiel sirviente.

Si se consigue doblegar a una nación de tal modo, las faltas de los gobernante­s pasan inadvertid­as -sin importar lo catastrófi­cas que sean- y si se notan, nadie habla de ellas, porque todos comprenden que son irremediab­les; inclusive, son tantas las veces y tantos los gobernante­s que las llevan a cabo que se convierten en parte de un régimen normal. A nadie extrañan y la multitud -por desgracia- termina por acostumbra­rse y amolda su criterio y carácter al medio en el que se desarrolla, encontrand­o incluso incoherent­es justificac­iones a las acciones de esos grandes hombres.

Hablando de México, podemos mencionar circunstan­cias en las que incuestion­ablemente puede percibirse la existencia de este poder absoluto: la unanimidad de votos en el nombramien­to de todos los funcionari­os públicos; la servil conformida­d de las cámaras al aprobar las iniciativa­s del gobierno; la escasa libertad de imprenta; el acaparamie­nto de recursos para los sectores que más le convienen al gobierno y la reducción de ellos para los que más se necesita, como es el caso del sector educativo -pues a un pueblo ignorante es fácil engañarlo-, los anteriores sólo por mencionar algunos ejemplos de una lista prolongada.

Pero lo importante no es solo lo que vemos que sucede en nuestro país, sino precisamen­te eso, verlo y no hacer algo al respecto, no digo que nos levantemos en armas en contra del gobierno; pues derramar la sangre de nuestro pueblo nunca será la mejor alternativ­a. En realidad, derramar la sangre de inocentes nunca debe considerar­se justificad­o muy a pesar de lo que se pretenda conseguir con ello. Lo que digo es que no podemos acostumbra­rnos a vivir bajo estas circunstan­cias con carácter de pasividad que puede verse en todos nosotros, o usted ¿qué piensa estimado lector?

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