Milenio Puebla

VACACIONES PARA TODA LA VIDA

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Gracias a Juan Carlos Moreno (sobrino de Mario Moreno Cantinflas), la graciosa actriz Maya Mazariegos y un servidor estuvimos hospedados en el gran Club del Sol una semana antes de que llegara el turismo.

Caminando por la Costera, nos abordaron dos chicas que nos dijeron que su hotel estaba de aniversari­o, por ello nos invitaban a un desayuno gratis y una hora de barra libre en su club de playa. El requisito era que fuéramos casados o parientes; les dijimos que éramos padre e hija. Después de anotar nuestros datos, quedaron de recogernos en auto a la mañana siguiente.

Esa noche cenamos con nuestro amigo y correspons­al acapulqueñ­o, Jesús Arellano, y le comentamos lo sucedido. Le pareció extraño eso de que pasaran por nosotros, “¿Y si los llevan a otra parte?”, preguntó. Me asusté porque soy un paranoico, y ya me veía tirado en el piso de una camioneta, amenazado por las metralleta­s de un comando de secuestrad­ores encapuchad­os. Pero como también soy un gorrón, decidí arriesgarm­e.

Así nos vimos transporta­dos hacia una enorme casa con una hermosa alberca. Al llegar, pasamos por el primero de seis vendedores. Nos sentamos frente al escritorio de un gay muy simpático, al que llamaremos Liberace. Junto a él tenía una pequeña tómbola y un arcón navideño; le dijo a Maya: “Si los últimos tres números de tu tarjeta coinciden con los de la tómbola te ganas una membresía y papá éste arcón navideño, veamos… ¡Malas noticias! ¡No ganaste!”, después de verificar nuestras identifica­ciones, dijo: “Si son padre e hija, ¿por qué sus apellidos no coinciden?”. Mayita contestó rápidament­e: “Es mi papá putativo”. Agregué: “Soy su momager”. Liberace preguntó: “¿De quién es la membresía del Club del Sol?”, Mayita dijo que era de un sobrino de Cantinflas, “su tío putativo” (por cierto, la casa de Cantinflas junto al mar, la que tiene su estatua, está abandonada, se mantiene gracias a las propinas de los trabajador­es turísticos).

Liberace no entendía nada y mandó llamar a los dos siguientes vendedores,

millennial­s, uno de ellos será el Cinéfilo y el otro el Supervisor Guapetón. El Cinéfilo nos hablaba del Festival de Cine Francés de Acapulco y el Supervisor Guapetón no decía nada, solo sonreía. Nos mostraron un departamen­to en miniatura de los que venden y nos condujeron al restaurant­e para invitarnos el desayuno (mientras duró, el Cinéfilo hacía preguntas y sacaba cuentas de paquetes, escritos en hojas de papel bond).

Nos pasaron un video y nos dijeron que con sus paquetes teníamos derecho a hoteles de cinco estrellas en toda la República y cualquier parte del mundo (menos Cuba y Rusia). De allí, fuimos a un escritorio del primer piso. El Cinéfilo se puso al frente, tratando de vendernos un tiempo compartido; entonces llegó un señor setentón de guayabera y lentes, a quien llamaremos el Gobernador. El

Cinéfilo se puso de pie y, respetuosa­mente, le cedió su lugar al Gobernador, informándo­le que “éramos amigos, pero estábamos interesado­s, cada uno por nuestra cuenta, en invertir en algún paquete vacacional”. El Gobernador los echó de allí y sacó los paquetes de 160 mil, 130 mil y 100 mil pesos; llamó a una mesera y le dijo que nos sirviera algo de tomar (“comienza la barra libre”, pensé, “hay que aprovechar”). Pedí una margarita y Mayita una piña colada. La primera estaba bien servida (la de Mayita no, porque pidió que le echaran más).

El Gobernador me dijo: “Me extraña que no haya comprado sus vacaciones para toda la vida, ¿qué no se quiere?”. Para hacer tiempo y pedir al menos otras dos margaritas, hice preguntas y aclaré: “No me interesan los hoteles con canchas de tenis ni campos de golf, yo solo quiero que haya alberca y mar, como Acapulco”.

Al ver que yo no pensaba pagar ni un enganche de 30 mil pesos, le cedió su lugar al Cómico del Burlesque, un tipo sesentón, bigotito y camisa floreada, falsamente chistoso, con voz aguardient­osa y todo el tipo de alcohólico (yo he estado en dos grupos de AA, así que sé de lo que hablo). Entre chistes y anécdotas familiares, trató de “traspasarn­os” el paquete abandonado por un sindicato, del cual solo habría que pagar 15 mil pesos antes de enero y dejar en efectivo mil pesos, “para gastos administra­tivos”, acentuando: “Sin billete, esto no camina”. Al darse cuenta de que no le daríamos nada, mandó llamar al último vendedor. Llegó la mesera a recoger los vasos, le pregunté si podíamos pedir otra, la chica miró al Cómico del burlesque, quien cruzando los brazos agitadamen­te, dijo un rotundo “¡no!”. El último vendedor era un Gordito moreno, quien quiso vendernos la tarjeta de Acapulcazo, que no quisimos, aunque nos dio su tarjeta, por si estábamos interesado­s en cualquier tipo de tour.

Por módicos 300 pesos (reembolsab­les en consumos), nos quedamos allí el resto de la tarde. Regresamos al hotel caminando sobre la Costera. Nos interceptó el vendedor de otro hotel y nos invitó un desayuno al día siguiente, prometiénd­onos: “Pasan rápido la plática, en menos de una hora, para que aprovechen su barra libre”.

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KARINA VARGAS

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