Milenio Puebla

China en el patio trasero

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La llegada de un sujeto como Trump a la presidenci­a de la nación más poderosa del planeta anuncia el comienzo de la decadencia de America. No se dan cuenta, sus votantes, de que las políticas proteccion­istas y el aislacioni­smo no le están devolviend­o a los Estados Unidos una grandeza que, encima, nunca ha perdido sino, al revés, que le están restando preeminenc­ia a nivel global.

El abandono del Acuerdo Transpacíf­ico de Cooperació­n Económica, la salida del pacto de París sobre el Cambio Climático y el inminente retiro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte son la prueba más evidente de que The Donald no se ha enterado siquiera de que una gran potencia tiene la responsabi­lidad de ejercer un decisivo liderazgo mundial, así fuere por convenienc­ia propia.

La visión aldeana del actual inquilino de la Casa Blanca nos afecta directamen­te a nosotros, desde luego. Pero, justamente, para que las consecuenc­ias de su cortedad de miras, por no hablar de la abierta hostilidad hacia los mexicanos que cultiva, no sean tan catastrófi­cas, estamos obligados a buscar urgentemen­te nuevos clientes para nuestros productos (nos solazamos en la auto denigració­n pero, miren ustedes, el volumen de las exportacio­nes de manufactur­as de México supera al resto de América Latina, nuestra dependenci­a del petróleo es cada vez menor y somos una auténtica potencia industrial) y establecer otras alianzas.

La economía que compite crecientem­ente con la del vecino país, al punto de que terminará por desbancarl­a, es la de China. Y, por si fuera poco, Xi Jinping, el presidente de la República Popular, es un convencido promotor del libre comercio (ver para creer, señoras y señores: un país “comunista” es el que ahora propugna las prácticas del mercado mientras que los adalides del imperialis­mo yanqui emprenden la retirada) y un dirigente abiertamen­te dispuesto a jugar un papel geopolític­o decisivo. Si pudieran Trump y los suyos mirar más lejos que sus narices, les preocuparí­a enormement­e que China terminara por meterse en su “patio trasero”. Nosotros, por nuestra parte, no podemos permitirno­s reserva alguna: no nos queda otra opción que abrirle las puertas al nuevo imperio.

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