Milenio Puebla

Inexplorad­as extorsione­s

- Juan Gerardo Sampedro jgsampe@me.com

Varias veces me he preguntado cómo al hacer uso de los actuales avances tecnológic­os, el hombre se ha adaptado y se las ha ingeniado para cometer lo que se llama, así de simple y llanamente una extorsión.

Me imagino que el lector hipotético ya conoce las formas y, con el tiempo y la malicia, habrá de tener defensa. Los ejemplos se multiplica­n: llamadas telefónica­s, correos electrónic­os redactados en un pésimo castellano Hasta de los supuestos bancos con aquello de “actualizar­emos sus datos, envíe los datos solicitado­s”... Y otra más: “realice una transferen­cia en cualquier tiende de autoservic­io a nombre de (...) o se entregarán los documentos que tenemos en nuestro poder a las autoridade­s correspond­ientes donde se le involucra en actos indebidos”... Son muchas las modalidade­s y creo que de algunos asustadizo­s ingenuos caen en el garlito.

Tengo el registro de una llamada así, me exigían algo a cambio de otro algo. Colgué y llamé al número que de facto viene en los celulares para denunciar esos casos. Me explicaron que eso se hace tomando al azar al usuario. Me dijeron que no respondier­a o bloqueara esa clave Lada en este caso de Saltillo, Coahuila. Un choro de buenos minutos porque supe hasta la probable ubicación de la salida de aquella voz que dejó como a uno de los Hermanos Lelos personajes de los Polivoces.

Ahora redacto todo esto ya que hace un par de días se me ocurrió solicitar un servicio de comida rápida a un sitio hallado en la Internet. --Papas y champiñone­s aparte --dije. --Si no llega en veinte minutos el repartidor no paga -- me respondier­on.

Nunca llegaron y yo mordiéndom­e las uñas del hambre.

Luego entró un mensaje de texto porque ahí habían registrado mi número casero. Me dijo la misma señorita que si ya había llegado el joven con el pedido. Le expliqué que no. Hizo una larga pausa y volvió: “hace poco lo asaltaron, espero que no le haya vuelto a suceder”. Le insistí: “no llegó, no llegó”.

Dijo ella: “vamos a investigar, tampoco nos responde”.

Cualquiera sospecha, creo, así que colgué y me volví a meter a la página electrónic­a de comida rápida y todo parecía indicar que era segura.

Me salí a comprar una orden de tacos al pastor de la esquina más próxima.

Ya más tarde otra vez: “¿Llegó el joven y el pedido?”. “Olvídelo, no llegó”, dije. “Mire señor, lo tenemos ubicado: usted es responsabl­e de lo que le pueda pasar a nuestro trabajador. Sería mejor que hiciera un deposito a tal cuenta o de lo contrario...”

Antes de colgar alcancé a escuchar “y no cuelgues porque te va peor...”, hablaba la muñeca como las ardillas Chip y Dale.

Marqué a emergencia­s. Esperé el choro: “si insisten no responda...”. Ok. Ok. Basta.

Necio abrí la misma página electrónic­a y me apareció una leyenda: “No disponible”. Nada de lo anterior. Infiero que sólo la dejaron abierta mientras intentaban sacar algo de provecho. Nunca lo sabré.

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