Ni Churchill
ubo un tiempo en el que en México no había peor asunto que quedarse con los cambios, esto debido al trauma que le generó a nuestros connacionales que, durante la más importante oportunidad de la selección nacional para llegar al tan anhelado quinto partido en el Mundial de Estados Unidos, el técnico nacional de aquella época, Miguel Mejía Barón, no metió a jugar a Hugo Sánchez a la hora buena, justo cuando los búlgaros, encabezados por el mítico Hristo Stoichkov, le pedían piedad a los dioses del panbol y no podían creer que El pentapichichi se quedara en la banca.
Desde entonces, para los mexicanos no había nada peor que quedarse con los revulsivos en la zona de calentamiento. Tristemente, esta situación poco a poco se ha ido permitiendo de manera terrible no solo en materia futbolística (tanto partido molero con chorromil cambios en la plantilla lo ha echado todo a perder), sino también en materia política cuando de refrescar los gabinetes se trata. Ahí están los casos de Fox y Calderón, a los que nada más les faltó meter en sus gabinetillos al Piojo Herrera y a la Chupitos.
Afortunadamente, el licenciado Peña no solo ha defendido como pocos a sus muchaches, a los que ni con socavones de por medio los ha echado de patitas en la calle (bueno, salvo el honroso caso de Videgaray, que después del affaire Trump y con unos meses en el desempleo, que utilizó según versiones malsanas para pintar la casa de Malinalco de un color que no fuera blanco, regresó con gloria), sino que a la hora de los cambios no solo no se los guarda, sino que les da un tono distinguido y elegante al nivel de Guardiola, Mourinho y Nacho Trelles.
O sea, hagan de cuenta que está jugando ajedrez. A Mikel Arriola lo sacó del IMSS y en vez de mandarlo a jugar pelota vasca, sorprendió a propios y a extraños convirtiéndolo en aspirante a gobernar la CdMx. Su rostro petrificado y aturdido en el Metro solo es comparable al del dotorMit cuando lo llevaron a conocer a los charros sindicales de la CTM tras ser nombrado precandidato a la presidencia. Acá entre paréntesis, qué bueno que en un acto de una profunda inteligencia emocional, Pepepepepepepepepepepe (así se debería llamar su trabuco ahora que el INE obligó al PRI a desaparecer aquello de “Meade, ciudadano por México” que, la verdad, carecía de punch) reclutó como vocero a alguien tan morigerado, centrado y de sangre liviana como Javier Duarte, que casi ni es histeriquito ni buscapleitos como el NuñoArtillero. Con que les den sus dosis elefantiásicas de Ritalín, ya la hicimos. Como quiera que sea, no puede uno dejar de admirar la capacidad de don Enrique para establecer criterios dentro del marco de derecho para mover sus piezas con maestría. Sale Osorio y entra Navarrete Prida; sale Miranda y entra otro desconocido. Ni Churchill.