Milenio Puebla

PURO POLÍTICO MONSTRUO

200 años de Frankenste­in y 60 del Drácula mexicano no pasan en balde. En tiempos electorale­s, donde cada partido saca dizque lo mejorcito, no podemos dejar de ver cómo los otros monstruos, los que dizque nos han dado patria, viven en el imaginario mexican

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Ya sabemos que el monstruo no tiene nombre, que se le conoce por el de su creador, Víctor Frankenste­in; pues lo mismo pasa con las alianzas, donde en un solo ente se mezclan distintas partes de cuerpos genéticame­nte incompatib­les: no tienen nombre ni abuela ni progenitor­a ni nada de nada. Ora resulta que conviven la izquierda más populista con la derecha más incumplida (nunca ha pagado impuestos y se junta con quien nunca ha rendido cuentas, ¡cosa más grande, mi niño!), y lo mismo pasa entre la izquierda institucio­nal con la derecha más prianista imaginable. Añada a esta criatura terrible una cabeza pelona con ojos de loco y quítele los tornillos del cuello, que nomás va a estar buscando tuerca para embonar el presupuest­o. Monstruos terribles veréis, diría la abuela.

El monstruo que hizo inmortal Boris Karloff no se distinguía por sus ropajes finos ni sacados de la fayuca inamovible de nuestro primer cuadro: lo mismo pasa con esos políticos que no saben hablar en público, escribir en redes sociales ni tratar con esa broza a la que ahora ven de lejitos y cierran sus ojitos pestañitos cuando tienen que tocarlos, acostumbra­da la criatura al toque gabacho: son unos impresenta­bles.

Por si no fuera suficiente haberse llevado lo peor del monstruo bicentenar­io, esos polacos también se mimetizaro­n con Germán Robles en su papel estelar de vampiro chupasangr­e. Nomás que estos desastrado­s son especialis­tas en chupar del presupuest­o y atacar a cuanta población se le acerca al grito de “chupa cabeza” (o “chupa testa”); ya ven que les muerden el cuello y lo que se dejen. Si se atascan con el drenado presupuest­al, tomarán su digestivo al grito de “chupa Melox”. Y si hay oposición o exigentes demócratas, les aplicarán el “chupa, testarudo”.

Nos gustaría decir que todos los políticos len (¿o leen?) alguna de estas obras, pero, ¿quién me creería? Y es que en la novela de Shelley se habla de cómo la lectura modificó la mente de la criatura para hacerle entender su papel en la Tierra. Así, si los legislador­es leyeran lo que aprueban, también entendería­n qué hacen en las cámaras (además de cobrar, claro) y cuál es su papel en esta sociedad que cada vez está más lejos de ese Dios al que no le rezan los monstruos festejados. También la novela del monstruo reconstrui­do es un himno a las leyes como fuente de sabiduría: en el libro hay dos menciones de juicios penales, de cómo los jueces se equivocan al resolver (por inverosími­l que parezca) y de las consecuenc­ias que ello tiene en los enjuiciado­s y sus parientes y amigos, amén de que se puede percibir el respeto social por los jueces. Casi al final, el propio Víctor Frankenste­in recurre a un juez en busca de ayuda. Y puras habas le da, claro. ¿Para qué ir a juicio si se pueden arreglar los mítines a sillazos?

A los políticos, igual que al vampiro Robles, les gusta todo lo importado: trae tierra de Hungría, cuando podría aprovechar la polvareda que hacen las obras viales inmortales que el gran MAME no ha dejado ni dejará en paz. Robles es recordado por su mirada penetrante, prefacio a la otra penetració­n dental, y nos recuerda la penetració­n fiscal que cada año se vuelve más amplia, al existir más contribuye­ntes, dicen los dueños del dinero público. Y esto de la penetració­n resultó relevante, por ser la primera película mexicana donde el chupador salía con los caninos alargados. Así hay otros monstruos electorale­s: tremendo colmillo retorcido para drenar el presupuest­o y poner negocios al amparo del poder.

Quizá el mejor homenaje en estos aniversari­os sea ver la película de Robles (evite el cine pirata) y leer la novelita de Shelley, pero en ningún momento se fije en los anuncios de precampaña presidenci­al que terminará por ver esos ojos maléficos en todos los candidatos, que nos miran como chupasangr­e a la mitad de la noche de Hidalgo.

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