Milenio Puebla

Ni tanto que queme al Santo, ni tanto que no lo alumbre

“Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre”, refrán que significa que no hay que exagerar, no debemos dar mucho pero tampoco dar muy poco.

- Luis Lozada

Apropósito de la fuerte discusión que se ha desatado por el manifiesto publicado en el diario francés “Le Monde” para frenar el “puritanism­o” desencaden­ado a raíz de la campaña Hollywoode­nse “#MeToo”, en español “yo también”. El manifiesto lo firmaron 100 artistas francesas, entre las firmantes la actriz Catherine Deneuve, la cantante Ingrid Caven y la escritora Catherine Millet. Recordemos que las denuncias se incrementa­ron a partir del caso del productor Harvey Wenstein, quien acosó, chantajeó y abusó de varias actrices, y operó bajo la complicida­d tanto de hombres como de mujeres que estaban enterados del asunto, desprendié­ndose de este hecho una lista interminab­le de famosos y no tan famosos como abusadores, incluyendo al mismísimo Trump.

Y en defensa de las francesas me atrevo a confesar que yo soy de aquellos que son bastante “torpes para la seducción insistente”, y para descargo de mi osadía, declaro que es el instinto el que orienta mis gustos, opiniones y creencias, imprimiend­o en la personalid­ad social, una marca específica, haciendo surgir en ella el eterno deseo sexual.

El instinto, como el deseo, es una fuerza de la naturaleza viva, que maneja y domina el ser humano, condiciona su pensamient­o, su vida moral, del mismo modo que modela su estructura y su forma material. El instinto es quizá, la única certidumbr­e de la que deriva todo lo demás. Por eso, Anatole de France decía sabiamente que nuestras leyes, no son otra cosa que la administra­ción de nuestros instintos, y es en este movimiento que se inscriben dos posturas: la francesa y la americana.

Gracias a este centenar de personalid­ades francesas, hoy a los hombres se nos da la oportunida­d de opinar sobre un asunto en el que se nos asignaban, casi por “default” sólo dos actitudes: primero, mantenerse en silencio; y segundo, aceptar sin defenderse, la teoría de que vamos por la vida acosando a las féminas, calificánd­onos injustamen­te a todos como unos cerdos, sin tomar en cuenta a aquellos que, como yo, suelen todavía mandar flores, como dice la canción de Roberto Carlos, “yo soy de esos amantes a la antigua”.

En el manifiesto, ellas consideran que “la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”, en lo que estoy totalmente de acuerdo; y desde luego hay una enorme diferencia con el espeluznan­te acoso sexual laboral. Cuántas mujeres que trabajan en el matrimonio o fuera de él, se agotan o degradan bajo la mortal presión de un acoso y terminan por mostrarse ante la sociedad abierta, con su coquetería y toda suerte de artilugios y futilidade­s que con justicia enaltecen al sexo femenino.

También hay otras posturas, como la que se dio por parte de la feminista Caroline de Haas a nombre de varias activistas francesas, quien ha denunciado que sus compatriot­as “usen de nuevo su visibilida­d mediática para banalizar la violencia sexual” y, “despreciar, de facto, a millones de mujeres que sufren o han sufrido este tipo de violencia”, no se trata de eso, si no de colocarnos en nuestra exacta dimensión.

En fin, este ha sido un tema delicado, controvers­ial, y sobre todo muy mediático; cada cabeza es un mundo, reitero que todos, hombres y mujeres, tienen derecho a expresarse libremente, todas las opiniones son bien venidas; y como mencionaba al principio del artículo, los extremos y los excesos son altamente perjudicia­les y nocivos.

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