Ometéotl, el dios de nuestro pasado
Provenimos de una casta politeísta, de buenas costumbres, de personas dedicadas y disciplinadas. De ciudades trazadas y limpias, constituida como una organización social, donde cada ciudadano conocía sus actividades y era responsable de llevarlas a cabo.
Los ciudadanos participaban de buenos hábitos, ropas limpias y baño diario, sus hogares limpios y ventilados. Cada quien con sus quehaceres. Sus creencias muy arraigadas, espiritualmente en armonía con su entorno, la naturaleza, los animales, el equilibrio entre la caza y cosecha pero con respeto, de forma tal que no afectara su biósfera.
En cuanto a su religión, esta era profunda. Los sabios antiguos decían siempre que las cosas importantes de la vida había que saber mirarlas con el corazón y no cabe duda que para todos estos pueblos, sus dioses, mitos y símbolos sagrados, no sólo eran muy importantes, sino que, como ya se ha dicho, eran “sagrados”.
La astronomía conformaba sus ciclos, festividades y vidas. Tenían un calendario muy exacto y los astros fueron inspiración para sus templos.
Dentro de los dioses tenemos uno en particular interesante: Ometéotl, el dios que se creó a sí mismo; la deidad primordial que de la nada misma se gestó. Esta entidad se pensó y se inventó para constituir el principio y generar todo lo que a la postre llegó a existir. Queda denominado y definido por la profunda noción in nelli teotl, “dios verdadero” el que se refiere a aquel fundado, cimentado en sí mismo. Es el verbo de la creación y está constituido por el ollin, “movimiento” y las sustancias cósmicas. Conformado por el todo, se reúnen con él los opuestos, lo antagónico y, por lo tanto, es genitor del caos, pero como principio de la inteligencia es también el armonizador, el ordenador. Si bien es espíritu y materia (energía), fuego y agua; blanco y negro; estatismo y movimiento; caos y orden; vida y muerte; creación y destrucción; consecuentemente al acoplar en sí mismo las fuerzas contrarias de lo positivo y de lo negativo, es dual. Por eso se llama Ometéotl, “Dios de la dualidad” y vive en el Omeyocan, donde convergen los opuestos, el todo.
Por su naturaleza misma, Ometéotl es masculino y femenino y así se manifiesta simultáneamente como Ometecuhtli “Señor de la dualidad” y Omecihuatl “Señora de la dualidad”, y son la pareja creadora, dioses de la creación y de la vida.
También recibía el nombre de Tloque Nahuaque, “dueño del cerca y del lejos”. Era la divinidad suprema y el principio de todo lo que existe. No intervenía directamente en los asuntos humanos. Se dedicaba a reposar y meditar en el Omeyocan, su morada divina, mismo sitio que estaba situado en la parte superior de los trece cielos. Allí se creaba también a los niños que nacerían posteriormente en la tierra.