A todos nos corresponde
Aspiro a vivir en una sociedad de ciudadanos, es decir de hombres y mujeres que se hagan responsables de sí mismos —de su mente como de su cuerpo—, que conozcan sus derechos y los límites de éstos...
Cuidado con publicar opiniones acerca de algo que no te corresponde”, me advirtió una mujer cuando le anuncié que preparaba este texto. Preferí suspender esa conversación por el momento —nos quedan otras conversaciones, y espero que la vida nos regale otros momentos, menos culturalmente sobrecargados, para retomar ésta— y aprovechar su admonición para sentar algo: que el acoso sexual y su manejo mediático son asuntos que nos conciernen a todos —aun cuando no seamos mujeres, aun cuando no lo hayamos sufrido o perpetrado, aun cuando no hayamos publicado confesiones al respecto— ya solo porque son asuntos no de grupo —mal haríamos en catalogarlos de “cosas de mujeres”— sino de interés público, que inciden sobre las leyes que nos rigen a todos y sobre el entorno cultural que construimos y que nos construye. Escribo, pues, al respecto porque me concierne en tanto ciudadano que se relaciona con otros (y, cuando digo otros, digo también otras) y que se ve afectado por lo que sucede en la sociedad y en la cultura en las que está inserto.
Vi, como cada año —me gusta el cine, me gusta la moda, y tengo una afición culpígena pero entusiasta por la emoción frívola que conllevan las ceremonias de premiación hollywoodenses—, la entrega de los Globos de Oro. Una parte de mí celebró ver a la industria cinematográfica estadunidense hacer frente común en el combate a los delitos sexuales — como lo ha hecho con otras causas igualmente urgentes—; otra no pudo sino lamentar su irremediable banalización, la reducción de asuntos complejos que ameritan mucha discusión y mucha legislación y mucha reconcepción educativa al mero despliegue de hashtags y vestidos negros. Aspiro a vivir en una sociedad de ciudadanos, es decir de hombres y mujeres que se hagan responsables de sí mismos —de su mente como de su cuerpo—, que conozcan sus derechos y los límites de éstos y que puedan convivir en armonía en un entorno regido por el Estado de derecho, por lo que me preocupa ver las ideas reducidas con creciente frecuencia a meros gestos, amplificables por los medios de comunicación y las redes sociales y desechables en cuanto sople el viento de los ciclos noticiosos y los trending topics. Por ello no puedo sino celebrar la publicación en el periódico francés Le Monde, tan solo dos días después, de un editorial en el que un grupo de ciudadanas de aquel país —incluida, para mayor visibilidad, la actriz Catherine Deneuve— manifiesta su preocupación por el tono que ha adquirido la discusión mundial sobre el acoso sexual y sobre las repercusiones culturales y sociales que pueda tener.
Del texto, retomado por medios de todo el orbe, destaco algunos puntos, que me parecen torales: 1) que hay una diferencia entre “el ligue torpe” y el delito; 2) que el llamado a la denuncia en redes sociales de presuntos casos de acoso constituye un juicio sumario paralegal que bien puede resultar en injusticias y nuevas víctimas; 3) que una obra de arte no puede ser juzgada a partir de la vida personal de su creador; y 4) que “la persona humana no es monolítica” por lo que no es condenable que alguien viva su sexualidad como mejor le plazca, incluso en un papel de sujeción, si lo hace en pleno ejercicio de su libertad.
El texto incluye también ideas con las que no estoy de acuerdo —que los argumentos en pro de la protección de las mujeres las condenarían a un estatuto de eternas víctimas; que un contacto sexual no deseado en el metro pueda ser considerado un “no evento”; que haya en la corriente de denuncia de abusos sexuales toda un “odio a los hombres y a la sexualidad”; que los “accidentes” que tocan el cuerpo de una mujer (o de un hombre) “no atentan necesariamente contra su dignidad”— pero creo que lo hacen de una manera que invita, más que a la delación, a una discusión serena y respetuosa, con base en argumentos y con interés por construir una sociedad más justa pero también una cultura abierta y plural.
Acaso por ser la más conspicua de las firmantes y ante numerosas interpelaciones, la admirable Deneuve —la misma que saliera en 1971 a dar la cara, junto con otras 342 encabezadas por Simone de Beauvoir, por el derecho de las francesas al aborto, entonces prohibido por ley— ha precisado el domingo pasado su posición en el diario Libération. Saludo ese nuevo texto todo: su rechazo a los juicios sumarios, su crítica a lo que llama “incontinencia verbal” de uno y otro bandos, su compromiso con una sociedad en que el Marqués de Sade sea publicado y Egon Schiele exhibido y Phil Spector escuchado, su negativa a reducir a la sociedad à
porcs et salopes, a cerdos y furcias. Mejor seguir la discusión que a todos nos compete. Como mujeres y como hombres. Como ciudadanos.